molesta... y vuestra palabra de honor de que cesareis en vuestros manejos con los ninos. ?Os juro que estare pendiente de ello! Soy cristiano nuevo, cierto, pero colaboro con el arzobispado de Granada. Tomad. —Hernando le entrego la cedula expedida por el arzobispado cuando don Martin envaino su espada, pero el jurado no sabia leer, por lo que se la devolvio tras echar un vistazo al sello del cabildo catedralicio—. Teneis excusa frente a vuestros iguales. Sabeis que fui protegido del duque de Monterreal...

—Y que te echaron de palacio —mascullo don Martin, con sorna.

—El duque nunca lo habria hecho —repuso Hernando—. Me debia la vida. Pensadlo, don Martin. Pero espero vuestra respuesta manana por la noche a mas tardar. De no ser asi...

—?Me estas amenazando? —Don Martin retrocedio un paso; en su rostro asomaba ya la duda.

—?Ahora os dais cuenta? Estoy haciendolo desde que habeis entrado en esta casa —contesto Hernando, con una sonrisa cinica.

—?Y si mi hija no consiente? —murmuro el jurado entre dientes.

—Por vuestro bien y el de vuestros hijos, procurad que lo haga.

Hernando puso fin a la conversacion y con precaucion, sin darle la espalda, acompano al jurado hasta la puerta. El hombre andaba pensativo y ya en el zaguan, donde trastabillo, Hernando tuvo la conviccion de que le habia vencido. A su vuelta al patio se encontro con Miguel parado junto a la puerta de las cuadras. Unas lagrimas corrian por sus mejillas. Con las piernas colgando y las manos aferradas a las muletas, era incapaz de limpiarselas, de detener su caida; tampoco intento hacerlo. Era la primera vez, se dio cuenta entonces, en que veia llorar al tullido.

La boda se celebro a finales de abril de ese mismo ano. Hernando supo por Miguel que Rafaela, en una muestra de inteligencia, se habia negado a aceptar la propuesta de su padre de contraer matrimonio con un morisco. «?Prefiero ingresar en el convento!», le grito. Si el jurado don Martin temia por su honor y su posicion social debido al manejo de los ninos expositos, la negativa de su hija lo exaspero mas todavia y, a voz en grito, impuso su voluntad.

Asi, el enlace se llevo a cabo, sin fiesta y con el menor alboroto posible, sin la presencia de los ofendidos hermanos de la novia y sin dote alguna. Cuando termino la ceremonia y volvian de la iglesia, Hernando fue tomando conciencia del paso que acababa de dar. Rafaela entro en la que seria su nueva casa cabizbaja, casi sin atreverse a decir palabra. Un silencio tenso se apodero de ambos. Hernando la observo: aquella chiquilla temblaba... ?Que iba a hacer con una muchacha asustada, casi veinticinco anos menor que el? Con sorpresa se dio cuenta de que el tambien sentia cierto temor. ?Cuanto tiempo hacia que sus encuentros amorosos se habian reducido a las jovenes de la mancebia? Con un suspiro, la acompano a un dormitorio separado del suyo. Rafaela entro, ruborizada, y murmuro algo en voz tan baja que el no llego a entenderlo. Hernando se fijo en las manos de su esposa: tenia la piel aranada por la fuerza con que se las habia frotado.

Luego se refugio en la biblioteca.

Al dia siguiente de la boda, Miguel fue a hablar con el. Con el rostro enrojecido, balbuceando, le anuncio su intencion de abandonar la casa de Cordoba e instalarse en el cortijillo, para, segun el, vigilar a Toribio, a la docena de yeguas de vientre con que contaban entonces y a los potros que nacian. Sin embargo, ambos sabian las verdaderas razones por las que el tullido habia decidido marcharse: se apartaba, dejaba el campo franco a

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