El morisco continuo hablando, como si no hubiera escuchado las palabras del noble:
—Desde hace anos, los turcos no fletan ninguna armada para atacar a los cristianos en el Mediterraneo; solo se ocupan de sus problemas en Oriente. Incluso se habla de que esa tranquilidad permitira al nuevo rey de Espana atacar Argel y que ya esta preparandose para ello.
—?Fuiste tu el que hablo de enviarselo al turco!
—Si —reconocio Hernando—. Pero ahora creo que debemos ser mas precavidos. Los plumbeos todavia no han sido traducidos, ?no es eso lo que acabas de decirme? —Don Pedro asintio—. En las referencias al Libro Mudo solo se decia que el descubrimiento llegara a traves de un rey de los arabes; entonces pense en el turco, si, pero cada vez se aleja mas de nosotros. Y hay mas reyes de los arabes, tan importantes o mas que el sultan otomano: en Persia reina Abbas I y en la India Akbar, al que llaman el Grande. Alli, en esas tierras hay jesuitas y me he enterado de que Akbar, pese a ser un musulman convencido, es un rey conciliador con las religiones de aquellos reinos. Quiza sea el, por su caracter, quien debiera dar a conocer la doctrina del evangelio de Bernabe.
Don Pedro sopeso las palabras que acababa de escuchar.
—Podriamos esperar a que se traduzcan definitivamente los plumbeos —concedio—. Entonces decidiremos a quien mandarlo.
Hernando iba a asentir cuando uno de los lacayos indico a su senor que ya podian acceder a las cuevas. La gente se abrio en un pasillo ante la llegada del senor de Campotejar y alcaide del Generalife. Un sacerdote los acompano durante la visita por la intrincada mina, iluminando con un hachon los largos, estrechos y bajos pasillos que desembocaban en las diversas cuevas, de distintos tamanos. Rezaron con fingido fervor ante los altares erigidos donde habian aparecido los restos de algun martir, depositados ahora en urnas de piedra. El sacerdote, un joven imbuido de un exagerado misticismo, fue explicando al acompanante del respetado noble granadino el contenido de las laminas, mientras don Pedro observaba de reojo las reacciones de un Hernando que se las sabia de memoria. ?El las habia creado!
—Los libros y tratados hallados, mucho mas complejos que las laminas que anunciaban el martirio de los santos, se estan traduciendo —parecio querer excusarse el joven sacerdote al llegar a una pequena cueva redonda—. Por cierto —anadio ante un hombre que en aquel momento se ponia en pie tras rezar ante el altar—, os presento a un paisano vuestro que tambien esta de paso, el medico cordobes don Martin Fernandez de Molina.
—Hernando Ruiz —se presento el, aceptando la mano que le ofrecio el medico.
Tras saludar respetuosamente al noble, don Martin se sumo a la comitiva; finalizaron juntos la peregrinacion por las cuevas y regresaron a Granada. Hernando cabalgaba por delante de los otros dos, con paso tranquilo, absorto en sus pensamientos, hechizado por todo lo que habia nacido de los siete anos de duro trabajo dedicados al objetivo de que los cristianos rectificaran la consideracion en que tenian a la comunidad morisca. ?Lograrian su proposito? De momento la cristiandad parecia haberse apoderado del lugar...
Luego, al pasar por la carrera del Darro, desvio su atencion hacia donde se alzaba el carmen de Isabel. Don Pedro habia evitado cualquier comentario sobre la mujer. ?Que habria sido de ella? Se sorprendio al comprobar que sus recuerdos eran difusos. En su interior le deseo suerte y continuo su camino, como ella misma le indicara un dia. Solo cuando vio a don Martin echar pie a tierra en la casa de los Tiros, comprendio que se habia perdido alguna conversacion entre el medico y don Pedro.