en almoneda y los tratos con ropavejeros o sacaba extramuros camas de enfermos para quemarlas, los ocho medicos municipales suscribian una declaracion por la que certificaban que Cordoba estaba libre de la peste y de cualquier otra enfermedad contagiosa de consideracion.

Hernando tenia dos preciosos hijos, Juan, de cuatro anos, y Rosa, de dos, a los que adoraba y que habian venido a cambiar su vida. «Se feliz», recordaba noche tras noche, al observarlos mientras dormian. Le aterrorizaba la sola idea de perder de nuevo a su familia y, en cuanto regreso de Granada, se aprovisiono lo suficiente como para poder resistir encerrado en su casa los meses que fueran necesarios. Tan pronto tuvo noticias de que la peste asolaba la cercana Ecija, hizo llamar a Miguel, que vivia en el cortijillo con los caballos y que en un primer momento rehuso la invitacion alegando el mucho trabajo que tenia, pero que finalmente tuvo que ceder cuando Hernando fue a buscarlo y le obligo a volver con el a la casa de Cordoba, a pesar de sus protestas.

—Hay mucho que hacer aqui, senor —insistio el tullido, senalando yeguas y potros.

Hernando nego con la cabeza. Miguel habia realizado una buena labor: hacia anos que Volador habia muerto y el tullido se habia movido con la picardia que le caracterizaba para encontrar buenos sementales con los que mezclar la sangre. Por orden real, la cria de caballos estaba fiscalizada por los corregidores de los lugares en los que se emplazaban las yeguadas. Ningun caballo andaluz podia superar el rio Tajo y ser vendido en tierras de Castilla y las cubriciones de las yeguas debian ser efectuadas por buenos sementales debidamente registrados ante los corregidores. Miguel consiguio que los productos de las cuadras de Hernando fueran altamente cotizados en el mercado.

Hernando sabia lo que temia su amigo, y decidio mostrarse mas retraido con Rafaela mientras Miguel viviera con ellos. Durante ese tiempo, la convivencia entre los esposos se habia desarrollado de forma placida; habian ido conociendose poco a poco. Hernando habia encontrado en ella a una companera dulce y discreta; Rafaela, a un hombre solicito y amable, que nunca la apremiaba, mucho mas cultivado que su padre y hermanos. Y el nacimiento de los ninos la habia sumido ya en la felicidad mas completa. Rafaela, a quien la maternidad habia dotado de formas mas redondeadas, habia resultado ser lo que Miguel le habia predicho: una buena esposa y una madre excelente.

Asi pues, permanecieron todos encerrados en la casa cordobesa, con un fuego de hierbas aromaticas permanentemente encendido en el patio. Solo salian para acudir a misa los domingos. Era entonces cuando Hernando, imprecando por lo bajo ante el hecho de que la Iglesia insistiese en reunir a las gentes en misas o en rogativas, comprobaba sobrecogido los efectos de la enfermedad en la ciudad: tiendas cerradas, ninguna actividad economica; hogueras de hierbas junto a los retablos y los altares callejeros, frente a las iglesias y conventos; casas marcadas y cerradas; calles enteras, aquellas en las que se habian producido numerosos contagios, tapiadas en sus accesos; familias expulsadas de la ciudad al tiempo que su pariente, enfermo, era llevado al hospital de San Lazaro y las ropas de todos ellos quemadas, y mujeres todavia sanas, otrora honestas y a las que su honor les impedia mendigar por las calles, ofreciendo publicamente su cuerpo para ganar algunos dineros con los que alimentar a sus maridos e hijos.

—?Es absurdo! —susurro Hernando a Miguel un domingo en que se cruzaron con una de ellas—. Pueden convertirse en prostitutas, pero no en mendigas. ?Como pueden sus hombres aceptar esos dineros?

—Su honor —le contesto el tullido—. En estos tiempos no funcionan las cofradias que atienden a los pobres vergonzantes.

—En la verdadera religion —apunto Hernando bajando todavia mas el tono de su voz—, recibir limosna no significa ninguna humillacion. La comunidad musulmana

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