si hubiese perdido el vinculo espiritual que debia unirle con Dios en el momento de dibujar los caracteres llamados a ensalzarle. Hernando cogio con delicadeza el ultimo calamo que habia preparado y comprobo su punta ligeramente curvada; estaba bien cortada... De repente, lo supo: ?el vinculo con Dios! Golpeo el escritorio con el puno. ?Eso era!

Asi pues, a la manana siguiente, Hernando se encamino a la mezquita. Previamente, en su casa, habia hecho las obligadas abluciones. ?Podia haber llegado a olvidar a su Dios?, penso durante el corto trayecto hasta la puerta del Perdon. Llevaba siete anos escribiendo sobre la Virgen, el apostol Santiago y un sinfin de santos y martires que habian acudido a aquellos reinos. Su intencion era buena, pero todo aquel trabajo..., ?podria haber llegado a minar sus propias creencias, la pureza de sus convicciones? Sentia que necesitaba plantarse frente al mihrab, por mas que los cristianos lo hubieran profanado, y rezar, aunque fuera en pie, en silencio. Si la taqiya les permitia ocultar su fe sin que por ello pudiera considerarse que pecaban o renegaban de ella, ?por que no rezar tambien a escondidas en la mezquita? Alli, tras el sarcofago del adelantado mayor de la frontera, don Alonso Fernandez de Montemayor, se hallaba uno de los mas esplendidos lugares de culto creados por los seguidores del Profeta a lo largo de toda la historia. Traspaso la puerta del Perdon y cruzo el huerto; las paredes de las galerias que lo rodeaban continuaban adornadas con infinidad de sambenitos de los penados por la Inquisicion, con sus nombres y culpas escritos en ellos, y los retraidos haraganeaban y buscaban refugio del frio de aquella manana plomiza. El bosque de maravillosos arcos de la mezquita le aporto un soplo de tranquilidad. Anduvo por el templo con despreocupacion. Sacerdotes y fieles se movian por el interior y aqui y alla, en las capillas laterales, se celebraban misas y oficios. Las obras del crucero y el coro se hallaban interrumpidas desde hacia anos y continuaban paradas, a la espera de que se construyera el cimborrio, su cupula, el coro, y la boveda que debia cubrirlo. Los cristianos eran ruines con su Dios, penso mientras paseaba por las obras inacabadas: obispos y reyes vivian en la opulencia, pero preferian malgastar los dineros en lujos antes que destinarlos a sus templos.

«?Oh, los que creeis!», creyo leer al llegar al mihrab, a traves del enlucido de yeso mediante el que los cristianos pretendian esconder la palabra revelada. Se trataba del inicio de las inscripciones cuficas de la quinta sura del Coran escritas en la cornisa que daba acceso al lugar sagrado. Luego, en silencio, continuo recitando: «Cuando os dispongais a hacer la plegaria...».

Entonces, mientras rezaba, lo entendio, como si Dios premiase su devocion: ?la verdad, la palabra revelada y cincelada en duro y precioso marmol, escondida tras un vulgar revoque de yeso llamado a caer con el mas debil de los golpes! ?Acaso no era aquella la misma situacion contra la que el pretendia luchar mediante los plomos? La verdad, la unica, la primacia del islam oculta tras las palabras y manejos de papaces y sacerdotes; una ficcion que con la revelacion del Libro Mudo se desmoronaria, como en cualquier momento podia hacerlo el fragil revoque de yeso que ocultaba la palabra revelada en el mihrab de la mezquita cordobesa. Luego alzo la vista hacia los arcos dobles que se levantaban sobre otros simples para descansar en esbeltas columnas de marmol: el poderio de Dios caia a plomo sobre sus fieles, al contrario de lo que sucedia con los cristianos, que buscaban bases firmes. El peso de la voluntad divina sobre simples creyentes como el. Lleno sus pulmones de aquella fantastica certeza al tiempo que reprimia los gritos con los que deseaba continuar rezando al unico Dios, y apreto los labios para que ni siquiera sus murmullos resultaran audibles.

Ese mismo dia, en el monte de Valparaiso de Granada, dos buscadores de tesoros, de los muchos que recorrian las tierras granadinas en pos de las valiosas pertenencias dejadas tras de si por los moriscos en su precipitada salida de la sierra, encontraron en una de las cuevas de una mina abandonada del cerro, justo por encima del Albaicin, una extrana e inutil lamina de plomo escrita en un latin casi indescifrable.

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