bandada de tordos que volaba muy bajo casi rozo su cabeza. Los vio remontar el vuelo, como si se dispusieran a alcanzar las cimas de la sierra, pero algo mas alla giraron todos al tiempo y tornaron a los sembrados. Volvio a acomodarse en la montura y con las riendas sueltas sobre la cruz de Estudiante, se froto las manos con vigor, las ahueco y exhalo su aliento calido en ellas. Casas y alquerias se diseminaban por las fertiles tierras de la vega, y aqui y alla se divisaban hombres que trabajaban los campos. Desde la distancia, alguno de ellos alzo la vista al paso del jinete. Hernando escruto el horizonte y suspiro ante el largo y solitario camino que se abria frente a el. Resonando en sus oidos, el ritmico golpeteo de los cascos de Estudiante sobre la tierra endurecida por el frio se le presento como su unica compania.

Con solo verle, Miguel advirtio la pena y congoja de su senor. Esperaba su regreso con inquietud para poder hablarle de Rafaela, tal y como este le habia prometido que harian antes de partir, pero, al verle en ese estado, no se atrevio, y durante los siguientes dias se limito a tratar de interesarle en las nuevas acaecidas durante su ausencia, en la casa, en las tierras y en el cortijillo. ?Habia llegado a discutir con Toribio por la violenta doma a la que sometia a uno de los potros!, le explico airado en una ocasion, alzando amenazadoramente una muleta.

—?Lo maltrataba sin razon! —grito—, le clavaba las espuelas y el potro era incapaz de entender lo que pretendia de el.

Pero ni siquiera esa disputa llego a captar el interes de Hernando, que continuo destilando nostalgia, pese a sus salidas a caballo e incluso alguna que otra escapada nocturna a la mancebia.

—Senor —resoplo un dia Miguel, que avanzaba hacia el, a saltitos, a traves de la galeria que daba al patio—, ?conoces la historia del gato que queria montar a caballo? —Hernando detuvo sus pasos. El repiqueteo de las muletas dejo de escucharse a sus espaldas—. Se trataba de un gato de color pardo...

—Conozco la historia —le interrumpio Hernando—. Te oi contarsela a mi madre en la posada del Potro. Trata de un noble caballero al que unas brujas malevolas convierten en gato y que solo se librara del hechizo si logra montar y conducir a un caballo de guerra. Pero no recuerdo el final, quiza me distraje.

—Si ya la sabes, quiza entonces deberia contarte la del caballero que vivia encerrado en una torre, siempre solo... —Miguel dejo la frase en el aire, a proposito.

Hernando resoplo. Pasaron unos instantes.

—Creo que no me gustara esa historia, Miguel.

—Quiza no, pero deberias oirla... El caballero...

Hernando le hizo callar con un gesto.

—?Que quieres decirme, Miguel? —pregunto con semblante serio.

—?Que no es bueno que estes solo! —replico este, alzando la voz—. Ahora has terminado tu trabajo. ?Que piensas hacer? ?Pasarte el dia metido en esta estancia, rodeado de papeles? ?No te gustaria volver a casarte? ?Tener hijos?

Hernando no contesto. Miguel, con un gesto de fastidio, dio media vuelta y se alejo, cojeando con sus muletas.

Pero Hernando, una vez mas, busco refugio en la biblioteca. En la intimidad de la estancia contemplo los casi treinta libros con los que se habia hecho durante los siete anos de trabajo en los plomos, todos cuidadosamente ordenados en estanterias. Intento releer alguno, sin exito; no transcurria mucho rato y ya estaba cansado. Tambien trato de volcarse en la caligrafia, pero el calamo se deslizaba con torpeza sobre el papel. Parecia como

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