En Granada no le esperaban buenas noticias. Si los cristianos cordobeses se habian apropiado definitivamente de su mezquita, los granadinos habian hecho otro tanto con el Sacromonte. Como era usual, Hernando se reunio con don Pedro, Miguel de Luna y Alonso del Castillo en la Cuadra Dorada de la casa de los Tiros.

—No tiene ningun sentido que hagamos llegar el evangelio de Bernabe al sultan... —afirmo don Pedro—. Necesitamos que la Iglesia reconozca la autenticidad de los libros; sobre todo del plomo que se refiere al Libro Mudo, el que anuncia que algun dia llegara un gran rey con otro texto, este legible, que dara a conocer la revelacion de la Virgen Maria que se recogia en aquel libro indescifrable.

—Pero las reliquias... —le interrumpio Hernando.

—Eso hemos ganado —intervino un Alonso del Castillo envejecido—; las reliquias las han dado por autenticas y las veneran como tales. El arzobispo Castro ha decidido levantar una gran colegiata en el Sacromonte. Ya se lo ha encargado a Ambrosio de Vico.

—Una colegiata —se quejo Hernando en un susurro—. No deberia haber sido asi. ?La doctrina de los libros es musulmana! —llego casi a gritar—. ?Como van a levantar los cristianos una colegiata alli donde se han encontrado unos plomos que ensalzan al unico Dios?

—El arzobispo —intervino en esta ocasion Luna— no permite que nadie vea esos plomos. A pesar de no saber arabe, dirige personalmente su traduccion y, si algo no le gusta, el mismo lo cambia o prescinde del traductor. Yo mismo lo he vivido. Tanto la Santa Sede como el rey le reclaman que envie los libros, pero el se niega. Los conserva en su poder como si fueran suyos.

—En ese caso —alego Hernando—, nunca se revelara la verdad.

Su voz era la de un derrotado. Los reflejos dorados de las pinturas del techo bailaron en el silencio que se hizo entre los cuatro hombres.

—No llegaremos a tiempo —insistio, apesadumbrado—. Nos expulsaran o nos aniquilaran antes.

Nadie respondio. Hernando percibio incomodidad en sus interlocutores, que se removieron en sus asientos y evitaron su mirada. Entonces lo entendio: habian fracasado, pero a ellos no iban a expulsarlos. Eran nobles o trabajaban para el rey.

Estaba solo en su lucha.

—Podemos conseguir que tu y tu familia os salveis de la expulsion o de las medidas que se adopten contra los nuestros, si es que estas llegan a tomarse algun dia —le dijo don Pedro ante un Hernando que dio por terminada la conversacion e hizo ademan de levantarse para abandonar la Cuadra Dorada.

Escruto al noble. Se hallaba apoyado en los brazos de la silla, a medio incorporarse.

—?Y nuestros hermanos? —inquirio sin evitar mostrar cierto resentimiento—. ?Y los humildes? —anadio, recordando la prediccion realizada por Shamir.

—Hemos hecho cuanto estaba en nuestra mano —tercio Miguel de Luna con sosiego—. ?O no lo consideras asi? Hemos arriesgado nuestras vidas, tu el primero.

Hernando se dejo caer en la silla. Era cierto. Habia arriesgado su vida en aquel proyecto.

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