en forma de una milagrosa cruz en el aire que le llamo a abrazar la religion de sus antepasados godos. Los Granada Venegas renegaron del «Lagaleblila»,
—Ellos ya se han procurado su salvacion —susurro—. ?Que les puede importar un simple morisco como yo?
El dinero se acabo, y tambien las provisiones que mantenian en la despensa; los arrendatarios nada les traian y Rafaela tenia problemas para comprar comida. Nadie le fiaba: ni los cristianos ni los moriscos. Pero las dificultades del dia a dia, y el hambre de sus hijos, parecian haberle proporcionado la fuerza que iba menguando en su esposo.
—Vende los caballos. ?A cualquier precio! —ordeno Hernando un dia a Miguel, despues de oir llorar a Muqla diciendo que tenia hambre.
—Ya lo he intentado —le sorprendio el tullido—. Nadie los comprara. Un tratante de confianza me ha asegurado que no lograria venderlos ni por un misero punado de maravedies. El duque de Monterreal lo ha prohibido. Nadie quiere problemas con un veinticuatro y grande de Espana.
Hernando nego con la cabeza.
—Quiza recuperen su valor cuando todo esto haya terminado —trato de consolarse—, y Rafaela pueda venderlos a buen precio.
—No creo —nego el tullido. Hernando abrio las manos en gesto de impotencia. ?Que mas desdichas podian acaecerles?—. Senor —continuo Miguel—, hace ya tiempo que no pagamos la paja, ni la cebada, ni al herrador o al guarnicionero, ni los jornales de mozos y jinetes. El dia que faltes, si no antes, los acreedores se nos echaran encima y una mujer sola... ?No lo imaginabas? —anadio.
Hernando no contesto. ?Que podia hacer? ?Como iban a salir adelante?
Miguel escondio la mirada. ?Como pensaba que mantenia el cortijillo y los caballos si no era endeudandose? Habia sido el mismo Hernando quien habia ordenado que los caballos que estaban en las cuadras de la casa fueran mandados al cortijillo puesto que alli no podian alimentarlos.
Intentaron malvender los muebles de la casa y los libros de Hernando en una Cordoba convertida en un inmenso zoco. Miles de familias moriscas subastaban sus enseres en las calles, rodeados por cristianos viejos que se divertian regateando entre ellos a la baja, burlandose de unos hombres y mujeres que esperaban con ira contenida que alguien entre la multitud adquiriese aquel mueble que con tanta ilusion y esfuerzo habian logrado comprar hacia algunos anos, o los lechos donde habian dormido y fantaseado con una vida mejor. Los artesanos y los comerciantes, zapateros, bunoleros o panaderos, suplicaban a sus competidores cristianos que les comprasen sus herramientas y sus maquinas. Sin embargo, ningun cristiano se acerco a los libros y muebles que Hernando saco de su casa y que Rafaela y los ninos vigilaban para que, cuando menos, no se los robasen.
Una noche, preso de la desesperacion, Hernando fue en busca de Pablo Coca; quiza pudiese ganar algo de dinero con el juego, pero el coimero habia fallecido. Entonces, y pese a carecer de licencia, Miguel se lanzo a las calles a pedir limosna. Los soldados que vigilaban los alrededores se reian y se burlaban al verle volver cada anochecer, saltando sobre sus muletas, con algun manojo de verduras podridas en un zurron a su espalda.