el zaguan, se extendieron hasta el patio y ascendieron a la biblioteca. Hernando se quedo inmovil.
—?Abrid al cabildo de Cordoba! —se oyo desde la calle.
Tras ordenar con un apremiante gesto a su hijo que lo escondiese todo, Hernando se dirigio a la galeria con el pequeno Muqla cogido de la mano. Antes de abandonar la biblioteca comprobo que Amin ponia orden en el escritorio, sobre el que dispuso un libro de salmos; lo habian ensayado en varias ocasiones.
—?Abrid! —Los golpes volvieron a retumbar.
Hernando se agarro a la barandilla y miro hacia el patio. Rafaela se hallaba de pie en el, asustada, preguntandole con la mirada.
—Ve —le indico antes de correr escaleras abajo.
Llego cuando su esposa acababa de descorrer el pasador que cerraba por dentro. En la calle, un alguacil y varios soldados rodeaban a un hombre cercano a la treintena, lujosamente ataviado. Tras ellos asomaba la cabeza de un sonriente Gil Ulloa y por detras de todos, un enjambre de curiosos. Hernando se adelanto a Rafaela, que mantenia la mirada en su hermano. El, por su parte, trataba de reconocer al noble; sus facciones...
—Abrid al cabildo municipal —volvio a gritar el alguacil pese a que Hernando ya se hallaba en la calle—, y a su veinticuatro don Carlos de Cordoba, duque de Monterreal.
?El hijo de don Alfonso! Los rasgos de su padre aparecian mezclados con los de dona Lucia. ?La duquesa! Al solo recuerdo de la mujer, del odio que le profesaba, Hernando noto como le flaqueaban las rodillas. Aquella visita no podia augurar nada bueno.
—?Eres tu Hernando Ruiz, cristiano nuevo de Juviles? —le pregunto don Carlos con aquella voz segura y autoritaria con la que los nobles se dirigian a cuantos les rodeaban.
—Si. Soy yo. —Hernando esbozo una triste sonrisa—. Bien lo sabe vuestra excelencia.
Don Carlos hizo caso omiso a la observacion.
—Por orden del presidente de la Real Chancilleria de Granada, te hago entrega de la resolucion recaida en el pleito de hidalguia que tan temerariamente has incoado. —Un escribano se adelanto y le entrego un pliego—. ?Sabes leer? —inquirio el duque.
El papel quemaba en la mano de Hernando. ?Por que el propio duque se habia molestado en desplazarse hasta su casa para entregarsela cuando podia haberle citado en el cabildo? La curiosidad de las gentes, cada vez mas numerosas, le ofrecio la contestacion: queria que fuera un acto publico. Por el rabillo del ojo percibio como Rafaela se tambaleaba; ?le habia asegurado que aquel proceso podia durar anos!
—Si no sabes leer —insistio don Carlos—, el escribano procedera a la lectura publica...
—Lei libros cristianos al padre de vuestra excelencia —mintio Hernando, elevando la voz—, mientras agonizaba cautivo en la tienda de un arraez corsario, poco antes de arriesgar mi vida para liberarle.
Un murmullo broto del grupo de curiosos. Don Carlos de Cordoba, sin embargo, no mudo el semblante.
—Guarda tu soberbia para cuando te halles en tierras de moros —replico el duque.
Hernando logro sujetar a Rafaela en el momento en que esta