cumplirse sin excepciones.

La fortaleza de animo que habia acompanado a Rafaela durante la espera desaparecio el dia anterior al senalado por las autoridades para la expulsion. Entonces la mujer se sumio en llanto y desesperacion. Los ninos, de los que ya no intentaba esconderse, terminaron acompanandola en su dolor. Al contrario de lo que habia hecho unos dias antes, Hernando mintio a los pequenos: volverian, les aseguro, solo se trataba de un corto viaje. Pero luego se escondia, para que no vieran sus ojos a punto de derramar las mismas lagrimas que llenaban los de su madre. Entre juegos forzados e historias de las que contaba Miguel, entrego al pequeno Muqla el librillo encerado para que escribiese. A sus cinco anos, el nino trazo con el palillo un delicado alif como los que habia visto escribir a su hermano. ?Por que, Dios?, pregunto Hernando antes de borrarlo con tristeza.

Por ultimo, mientras preparaba un hatillo donde llevaria las pertenencias que les autorizaban a portar consigo, Hernando extrajo de su escondrijo tras la pared falsa la mano de Fatima y el ejemplar del evangelio de Bernabe que habia hallado en el viejo alminar del palacio del duque. Guardo el evangelio en la bolsa —pensaba esconderlo bajo la montura de alguno de los caballos, igual que hacian con los papeles que les llegaban de Xativa— e iba a hacer lo mismo con la joya prohibida, pero antes se la llevo a los labios y la beso. Lo habia hecho muchas veces, pero en esta ocasion la apreto con fuerza entre sus manos, como si se resistiese a soltarla.

Por la noche, los dos tendidos en el lecho, Rafaela ya con los ojos secos, dejaron transcurrir las horas en silencio, como si pretendieran saturarse de recuerdos: de olores; de los crujidos nocturnos de la madera; del salpicar del agua, abajo, en el patio; de los esporadicos gritos nocturnos que desde las calles venian a romper la quietud de la noche cordobesa o del acompasado respirar de sus hijos que ambos creian escuchar aun en la distancia.

Ella se apreto contra el cuerpo de su marido. No queria pensar que esa seria la ultima noche en que compartirian esa cama, que a partir de entonces ella dormiria sola. La palabra surgio de sus labios sin casi pensarla.

—Tomame —le pidio de repente.

—Pero... —Hernando le acaricio el cabello.

—Una ultima vez —susurro ella.

Hernando se volvio hacia su esposa, que se habia incorporado. Para su sorpresa Rafaela se quito la camisa de dormir y le mostro sus pechos. Luego se tumbo, desnuda, desprovista ya de toda timidez.

—Aqui estoy. Ningun hombre me vera nunca como me ves tu ahora.

Hernando beso sus labios, primero con dulzura, luego llevado por una pasion que hacia tiempo que no sentia. Rafaela le atrajo hacia si, como si quisiera retenerle para siempre.

Despues de hacer el amor permanecieron abrazados hasta la madrugada. Ninguno de los dos logro conciliar el sueno.

Los gritos desde la calle y los golpes en la puerta les hicieron enmudecer. Acababan de desayunar y estaban todos reunidos en la cocina, los bultos de los que marchaban amontonados en una de las esquinas. Poco era lo que Hernando habia dispuesto para tan largo viaje, penso Rafaela una vez mas, al dirigir la mirada hacia un pequeno baul y varios hatillos. No queria echarse a llorar de nuevo. Pero antes de que volviera la atencion hacia su familia, Amin y Laila se abalanzaron sobre ella y la abrazaron, aferrandose a su cintura, dispuestos a que nadie los separase.

Las palabras, entrecortadas, se mezclaron con los sollozos. Los golpes en la puerta resonaron de nuevo.

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