considerarme afortunado de que el pontifice me recibiera alli; nuestra reunion seria informal, incluso divertida, y tal vez veria el lado menos oficial de Pio IX.
Cuando entro al fin por una puerta lateral me sorprendio ver que llevaba una botella de vino en la mano. Si no hubiera caminado en linea recta, me habria parecido la viva estampa del borracho.
– Santidad -lo salude con una leve inclinacion, inseguro despues de todo lo que me habian dicho sobre el protocolo-. Es un placer conoceros.
– Sientate, por favor, Zela. -Suspiro como si ya se le hubiese agotado la paciencia y senalo una silla junto a la ventana-. Supongo que beberas conmigo una copa de vino.
Ignorando si se trataba de una orden o una invitacion, me limite a sonreir e inclinar la cabeza. En cualquier caso, apenas me miro, sirvio las dos copas despacio y al acabar alzo con brio la botella como un camarero experto. Pense que tal vez habia trabajado de camarero en su juventud, antes de sentir la vocacion. Era un poco mas bajo que yo -debia de medir un metro ochenta-, y tenia una cabeza grande y redonda; nunca habia visto a un hombre con las pestanas y los labios tan finos. Del solideo le salia una punta de cabello oscuro, una ironica manifestacion de su caracter diabolico, y no pude dejar de observar que esa manana se habia hecho un corte en el cuello al afeitarse, un fallo humano que uno no esperaria del Supremo pontifice; era obvio que su infalibilidad no entranaba un pulso firme.
Pasamos un buen rato charlando de cosas sin importancia: se intereso por mi viaje a Roma, quiso saber donde me hospedaba y le conte unas cuantas mentiras sobre mi pasado, no tanto en relacion con los hechos como con su cronologia. Lo ultimo que yo deseaba era que el papa convocara un conclave de cardenales para declararme milagro contemporaneo. Hablamos sobre las artes -cito
– ?La has leido, Zela?
– Todavia no. Ultimamente no tengo mucho tiempo para leer ficcion, aunque me gusta la literatura consagrada a la pura imaginacion mas que al comentario social. En mi opinion, muchos novelistas contemporaneos prefieren predicar a entretener.
No me interesan demasiado. Lo que quiero es que me cuenten una buena historia.
Se lo agradeci, pero en mi fuero interno lamente mi suerte, pues tragarme quinientas paginas de Dumas no se contaba entre mis proyectos inmediatos; en ese momento me apetecia mas pasear y conocer la ciudad. Me pregunto si vivia solo y le hable un poco de Thomas; anadi que esperaba encontrar un trabajo apropiado durante mi estancia en Roma, durara el tiempo que durase.
– ?Y cuanto tiempo te gustaria quedarte entre nosotros? -pregunto, esbozando una sonrisa.
– El que sea necesario. Todavia no se en que consiste vuestro encargo, Santidad. Quiza si vos…
– Me gustaria hacer tantas cosas… -De pronto se dirigio a mi como si estuviera hablando a un concilio de cardenales-. Sabras por los periodicos que me acusan de promover ciertas reformas. Tarde o temprano pretenderan involucrarme en la guerra con Austria y, sinceramente, las consecuencias politicas del asunto no me hacen ninguna gracia. Pero tambien quiero crear algo de lo que estar orgulloso. Aqui, en Roma. Algo que el ciudadano corriente pueda visitar, disfrutar y celebrar. Algo que sacuda a la ciudad. Quiero que Roma vuelva a sentirse viva. La gente es mas feliz si su ciudad posee un centro de interes. ?Has estado en Milan o en Napoles?
– La verdad es que no.
– Milan tiene el gran teatro de la opera, la Scala; en Napoles esta el San Carlo. Incluso la pequena ciudad de Venecia posee La Fenice. Mi intencion es construir un teatro aqui, en Roma, capaz de rivalizar con esas maravillas y que traiga de nuevo un poco de cultura a la ciudad. Y esa es la razon por la que te he mandado llamar. Asenti lentamente con la cabeza y bebi un trago de vino.
– No soy arquitecto -dije tras una pausa.
– Ya lo se; eres administrador -repuso, y, senalandome con el dedo, anadio-: Me han hablado de la labor que desempenaste en Paris; la gente se deshace en elogios al hablar de ti. Tengo amigos en todas las ciudades de Europa, y mas lejos, y estoy bien informado. Dispongo de cierta cantidad de fondos y, dado i|iie carezco del tiempo y el talento para buscar a los mejores artistas y arquitectos italianos, he pensado encargarte a ti ese trabajo. A cambio de una generosa recompensa, por supuesto.
– ?Como de generosa? -inquiri con una sonrisa.
Por mas que se tratase del papa, pero entonces yo todavia era joven y tenia que trabajar para ganarme la vida. Menciono una suma mas que cuantiosa y senalo que recibiria la mitad al inicio del proyecto y el resto en sucesivos pagos que se efectuarian durante la construccion del teatro, que duraria alrededor de I res anos.
– Bueno -dijo al cabo de un rato, sonriendo-, ?puedo contar con tu aprobacion? ?Aceptas mi encargo de construir el teatro de la opera de Roma? ?Que me dices,
?Que podia decir? Ya me habian advertido que no se me ocurriera llevarle la contraria.
– Acepto.
Ese verano mi idilio con Sabella llego a su punto culminante, (untos asistiamos a fiestas, al teatro y a conciertos de salon. Nos dedicaron una cronica en un periodico de la corte y todas las miradas estaban puestas en Sabella, una belleza de origenes inciertos y talento envidiable que habia aparecido en la sociedad romana de repente. Nos convertimos en amantes cuando la ciudad se sumio en el calor abrasador del verano y los jovenes empezaron a abandonarla discretamente rumbo a la guerra con Austria, de la que Pio IX se mantenia al margen. Corrian rumores de que habia estallado una insurreccion y que el mismo papa habia tenido que abandonar la ciudad; los comentaristas estaban divididos entre los que pensaban que el pontifice debia involucrarse en el motin -y en consecuencia involucrar a la Santa Sede- y los que no.
La situacion no despertaba el menor interes en mi. Hacia decadas que no vivia una guerra y en ese momento solo deseaba disfrutar de Roma, de Sabella y de mi encargo. Desde que acepte construir la opera de Roma me converti en un hombre acaudalado y, aunque me propuse vivir bien conforme a mis posibilidades, pronto descubri que en ocasiones estas tendian al despilfarro.
Sabella estaba encantada con mi compania y aprovechaba cualquier oportunidad para declarar lo mucho que me amaba. Al poco tiempo de nuestro primer encuentro ya estaba diciendome que era el hombre de su vida, el unico amor verdadero que habia tenido desde su juventud, y que se habia enamorado de mi aquella primera tarde en casa del conde de Jorve y de su hija sin oido musical.
– A los diecisiete anos tuve una relacion con un joven granjero de Napoles -me conto-. No era mas que un nino; habria cumplido dieciocho o tal vez diecinueve. Lo nuestro apenas duro, pues al poco el muchacho se prometio con otra. Me rompio el corazon. Unas semanas despues abandone el pueblo, pero nunca lo he olvidado. Nuestra relacion fue breve, tal vez no durara mas de un mes, pero la impresion que me dejo pervive. Pensaba que nunca me recuperaria.
– Se de lo que hablas -afirme, pero me abstuve de entrar en detalles.
– Mas tarde descubri que se me daba bien cantar y que podia ganar un poco de dinero viajando y actuando en los pueblos de la costa. Una cancion me llevo a otra, y a otra, y pronto empezaron a lloverme los contratos. Asi fue como llegue a Roma y te conoci.
Sabella me gustaba mucho, pero no estaba enamorado de ella. Sin embargo, nos casamos al cabo de poco tiempo, casi por casualidad. Tras acompanarme a visitar al papa aseguro que se sentia mas catolica que nunca y que no volveria a acostarse conmigo hasta que contrajeramos matrimonio. Al principio dude -en los ultimos cincuenta anos el matrimonio no me habia reportado ninguna alegria- y hasta me plantee romper la relacion, pero en cuanto le insinuaba mis intenciones, Sabella sufria un desagradable ataque de histeria. Esos repentinos e inexplicables estallidos de rabia se veian recompensados por los gestos de afecto que me prodigaba en la intimidad, de ahi que al final aceptara volver a casarme. A diferencia de algunas de mis otras bodas, decidimos celebrar una ceremonia sencilla en una pequena capilla; solo asistieron al evento Thomas y su nueva amante, una