De pronto se puso a divagar sobre los anos que hacia que nos conociamos, lo mucho que significaba yo para el; las tipicas tonterias que un hombre dice cuando va a casarse, cuando ha bebido demasiado o cuando esta en la ruina. Aparte el auricular de mi oido y tendi la mano para coger el despertador de la mesilla de noche: las 3.18. Suspire, volvi a sacudir la cabeza con fuerza para librarme del sueno, me pase una mano por el pelo y me humedeci los labios con la lengua; tenia la boca seca. La cama estaba caliente y era acogedora. P. W. seguia hablando al otro lado de la linea y no habia visos de que fuera a callarse, de modo que no tuve otro remedio que interrumpirlo.

– Estare contigo dentro de treinta minutos. Y, por el amor de Dios, no hagas nada hasta que llegue, ?de acuerdo?

– ?Gracias a Dios! Gracias, Matthieu. No se como podre…

Colgue.

Habia conocido a James Hocknell anos atras durante una cena celebrada en el Guildhall en homenaje de un respetable hombre de negocios. Consagrado al mundo de la prensa, habia hecho una pequena fortuna con una reciente autobiografia, sobre todo porque en ella aludia a las relaciones -algunas muy jugosas y otras no tanto- entre politicos prominentes en los ultimos cuarenta anos y personajes de la familia real. Sin embargo, como conocia las leyes inglesas contra la difamacion, se cuidaba mucho de relatar un hecho cuando bastaba con una insinuacion, y nunca citaba una fuente concreta, sino que recurria a la proverbial expresion «unos amigos de… me contaron que…». Comparti mesa con el ministro de Asuntos Exteriores, su esposa, una joven actriz que acababa de ser nominada para un Oscar, su novio madurito -un famoso personaje del mundillo de la hipica-, un par de jovenes parlamentarios que hablaron sobre la drogadiccion de una conocida modelo, y mi pareja del momento, cuyo nombre he olvidado aunque recuerdo que tenia el cabello corto, labios carnosos y desempenaba un cargo importante en el banco Lloyd's.

Al acercarme a la barra en busca de unas copas me fije en James, a quien no conocia personalmente. Hocknell habia dejado el puesto de subdirector de un prestigioso periodico tiempo atras, acababa de cumplir cincuenta anos y dirigia un diario sensacionalista. Ultimamente la tirada del tabloide habia descendido de forma espectacular, sobre todo despues de que su director decidiera suprimir las fotos de pechos femeninos en las paginas interiores. Su mirada delataba el temor de un hombre que esta convencido de que todo el mundo conspira contra el; lo cierto es que lo dejaban beber en paz y casi nadie lo miraba. Aunque nunca le habia dirigido la palabra, me acerque y comente que su trabajo en The Times -en especial el relacionado con un escandalo politico destapado a finales de los anos ochenta- habia sido admirable. Mencione un articulo sobre De Klerk que Hocknell habia publicado en la revista Newsweek-, me habia impresionado su habilidad a la hora de condenar sin que pareciera tomar partido, un talento poco comun en un comentarista. Mi familiaridad con su trabajo lo complacio, y se mostro comunicativo.

– ?Y lo de ahora que? -pregunto frunciendo el entrecejo al tiempo que aceptaba mi invitacion a un brandy-. Piensa que lo que hago ahora no vale nada, ?verdad?

Me encogi de hombros.

– Estoy seguro de que es excelente -repuse en un tono quiza demasiado condescendiente-. Lastima que me falte tiempo para leer todos los periodicos. Si lo hiciera tendria una opinion mas formada sobre la nueva oeuvre.

– Ah, ?si? ?Y a que se dedica usted?

Medite un instante antes de contestar. Era una pregunta dificil de responder. En ese momento no hacia gran cosa, mas bien descansaba y disfrutaba de la vida. Para una decada o dos no estaba mal.

– Soy un rentista acaudalado -respondi con una sonrisa-. La clase de persona que probablemente usted desprecie.

– En absoluto. Toda mi vida he querido pertenecer a esa clase.

– ?Y ha tenido suerte?

– No mucha. -Abrio la boca y abarco con un ademan al grupo de personas que se agolpaban en el vestibulo y que en ese instante se lanzaban besos entre si con entusiasmo y se estrechaban la mano; rezumaban riqueza y privilegios por cada poro y cada arruga de la piel: pechos exuberantes, diamantes pequenos, hombres mayores, mujeres jovenes; un despliegue de trajes de etiqueta y vestidos negros cortos para todos los gustos.

Entorne los ojos y fue como si la estancia se llenase de puntos negros y blancos que se unian y separaban a una velocidad vertiginosa; de pronto me vinieron a la cabeza algunas escenas de las viejas peliculas de Chaplin. James parecia a punto de pronunciar alguna frase ocurrente sobre los demas invitados, les mots justes que habrian definido a ese absurdo grupo de personas y su fatuidad generalizada, pero al final se dio por vencido y nego con la cabeza.

– Estoy un poco borracho -admitio en el tono de autosatisfaccion de un colegial a quien han pillado in fraganti con una chica del instituto.

Solte una carcajada. Me presente y nos dimos un firme apreton de manos; acto seguido, James llamo la atencion de la camarera chasqueando los dedos con arrogancia.

– ?Sabes lo que detesto de los ricos?

Negue con la cabeza.

– El hecho de que uno solo los ve en lugares como este, luciendo su glamour a la vista de todos; ?ademas, siempre parecen tan felices! ?Has visto otra clase social que sonria tanto como los ricos? Claro, son ricos, de ahi su nombre, eso debe de explicarlo…

Su voz se fue apagando, como si se perdiese en la obviedad de sus comentarios.

– Hasta los ricos tienen problemas -murmure-. La vida no es un lecho de rosas para nadie.

– ?Eres rico?

– Mucho.

– ?Y feliz?

– Bueno, me siento satisfecho.

– Deja que te diga algo sobre el dinero. -Se inclino y me dio unos golpecitos en el hombro-. Llevo treinta anos en este negocio y no tengo un penique. Ni un puto penique, te lo juro. Vivo al dia y me cuesta llegar a fin de mes. Poseo una casa bonita, ?solo faltaria!, pero he de mantener a tres ex mujeres, y cada una de ellas, las muy jodidas, tiene al menos un hijo a quien tambien debo soltar la pasta. Asi que no puedo contar con mi dinero, Mattie…

– Matthieu.

– Lo ingresan en mi cuenta bancaria el primer dia del mes y unas horas mas tarde ha desaparecido, chupado por esas sanguijuelas con las que tuve la mala suerte de casarme. Nunca mas, te lo aseguro. No hay mujer en este planeta que consiga llevarme al altar. Ni una. ?Estas casado?

– Lo estuve.

– ?Viudo? ?Divorciado? ?Separado?

– Digamos que he pasado por todos los estados civiles.

– Entonces sabes de lo que estoy hablando. Son unas jodidas sanguijuelas. No se salva ni una. Hay dias en que apenas puedo pagarme tres comidas decentes mientras esas tias se dan la gran vida. ?Te parece justo? Contesta.

Iba a responder cuando me interrumpio.

– Escucha -ordeno como si, ahora que se habia enfrascado en lo que mas tarde sabria que era su tema favorito, yo dispusiese de otra opcion-. Cuando con apenas veinte anos empece en este negocio, no vivia de otro modo, pero no me importaba, porque tenia toda la vida por delante. Nunca llevaba un penique en el bolsillo y a final de mes me alimentaba a base de queso, galletas saladas y te poco cargado; una noche tras otra, y lo llamaba cena. Pero entonces no me afectaba, porque sabia que llegaria lejos en mi profesion y que acabaria ganando un dineral. Estaba seguro, y no me equivoque. Lo que nunca previ fue que tendria que repartir todo el maldito dinero que ganara cada mes.

En la epoca en que conoci a James empezaba a cansarme de mi vida ociosa y buscaba nuevas inversiones. No trabajaba desde que habia dejado California con Stina, en los anos cincuenta, despues del asunto de Buddy Rickles, y aunque el saldo de mi cuenta bancaria era mas que sustancioso y los ingresos anuales podrian sufragar los gastos de una ciudad como Manchester durante un ano, estaba un poco harto de mi mismo y necesitaba insuflar un poco de emocion en mi vida. Habia asistido a la cena en el Guildhall a instancias de un amigo banquero

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