en el blanco de todos los ciudadanos que tuvieran alguna idea sobre como debia edificarse, el tamano del escenario y la profundidad del foso. ?Llegaron a opinar hasta del estampado del telon! Las sugerencias del conde eran las que mas merecian mi atencion. Trabe amistad con el y aprecie su caracter discreto, pues no divulgaria el contenido de nuestras conversaciones. Solo lamentaba que su hija Isobel no fuese mejor cantante, pues habia esperado corresponder a su amistad ayudandola en su carrera. Entonces era una joven de veinticinco anos y escaso atractivo, soltera y sin un porvenir muy halagueno.
– Canta fatal, ?no le parece? -me susurro Sabella al oido- tras situarse a mi lado. Isobel acababa de ejecutar su tercera pieza de la velada y al fin podiamos ir en busca de un refrigerio bien merecido.
– Si practica mucho, tal vez mejore -murmure, intentando sonar caritativo. La vision de ese rostro sonriente me atrajo de inmediato, pero no queria ser desleal con mi amigo solo por congraciarme con una mujer-. En el segundo movimiento se ha desenvuelto bastante bien, ?no cree?
– Mas bien parecia que fuese la cantante quien necesitaba h n movimiento -repuso Sabella con voz queda al tiempo que cogia una galleta salada y la observaba con desconfianza-. Por otro lado, hay que convenir en que es buena chica. He hablado con ella antes y me ha advertido que no me hiciera muchas ilusiones respecto de sus habilidades operisticas.
Sonrei.
– Sabella Donato -se presento tras una pausa, y me tendio una mano enguantada.
La tome y al rozarla con los labios percibi el calor que emanaba del raso. Al mismo tiempo, me incline ligeramente y di un paso atras.
– Matthieu Zela.
– El gran administrador de las artes. -Respiro hondo y me miro de arriba abajo como si llevara mucho tiempo esperando conocerme-. Ha creado muchas expectativas,
– Bueno, no hay nada confirmado todavia.
– Sera beneficioso para la ciudad -prosiguio como si no me hubiera oido-, aunque espero que su amigo el conde no pretenda que su hija cante la noche de la inauguracion. Sera mejor que la joven honre con su presencia uno de los numerosos palcos.
– Confio en que usted tambien lo haga, senora Donato.
– Llameme Sabella, por favor.
– ?Cantara usted para nosotros si acaba por llevarse a cabo ese gran proyecto? Su reputacion es anterior a la mia, no lo olvide. He oido que a veces canta en fiestas particulares.
Solto una carcajada.
– Y no salgo barata, ?sabe? ?Esta seguro de que podra pagarme?
– Su Santidad es un hombre con recursos.
– Que mantiene bajo siete llaves, segun tengo entendido.
Movi las manos para indicar que no tenia nada que comentar al respecto y se echo a reir.
– Es usted una persona muy discreta, senor Zela -anadio-, una cualidad muy loable en los tiempos que corren. No me importaria conocerlo mas a fondo. Hasta ahora solo he oido rumores y, aunque tienen la fastidiosa costumbre de atenerse a la verdad, es una tonteria fiarse de ellos.
– Lo mismo digo respecto a usted -repuse-, aunque las historias que he oido contar de Sabella Donato destacan sobre todo su belleza y su talento, ambas cualidades innegables. Ignoro lo que le habran contado sobre mi.
– Los halagos no lo son todo en esta vida. -De pronto parecia irritada-. Vaya a donde vaya, la gente no deja de lisonjearme, manana, tarde y noche. O al menos lo intentan. Aseguran que mi voz es un instrumento de Dios, que mi belleza es incomparable, que mi sola existencia hace que el mundo sea maravilloso, que si esto, que si aquello. Piensan que oir esas cosas me hace feliz, que asi sere mas parecida a ellos. ?Usted cree que sirve de algo?
– Lo dudo. Una persona segura de si misma reconoce su talento y no necesita que se lo recuerden constantemente. Y me parece que usted ya posee esa clase de confianza.
– Entonces, si usted quisiera halagarme, ?que diria? ?Que haria para causarme una buena impresion?
Me encogi de hombros.
– La verdad es que no trato de impresionar a nadie, Sabella. No va con mi naturaleza. Cuanto mayor me hago, menos me interesa la popularidad. No es que quiera despertar antipatias, claro, pero cada vez me importa menos lo que la gente piensa de mi. Es mi opinion lo que me importa de verdad. Y mi respeto. Y me merezco respeto, se lo aseguro.
– ?De modo que nunca intentaria causarme una buena im-, presion como hacen todos? -Sonrio con coqueteria.
Me sentia muy atraido por ella y me habria gustado llevarla a algun sitio donde hablar tranquilamente, pero me canse de mantener ese ritmo de agudezas algo forzadas, el tipo de lenguaje que emplean dos personas que desean causarse mutuamente buena impresion, pues, pese a mis protestas, eso era exactamente lo que estaba haciendo.
– Creo que senalaria sus defectos -dije al tiempo que me apartaba un poco y dejaba mi copa encima de una mesa-. Le diria donde le falla la voz, le recordaria que su belleza se marchitara algun dia y le explicaria por que nada de eso importa realmente demasiado. Hablaria de todo aquello que la gente no suele mencionar.
– En el caso de que quisiera impresionarme, claro.
– Por supuesto.
– Bueno -dijo sonriendo-, pues esperare con impaciencia el momento en que reuna el suficiente valor para hablarme de mis defectos. -Y se alejo, no sin dedicarme una ultima sonrisa.
La segui con la mirada mientras se mezclaba entre la multitud, y habria ido tras ella si Isobel no hubiera atacado otro movimiento con un sorprendente si bemol que me obligo a quedarme respetuosamente plantado donde estaba durante un cuarto de hora por lo menos. Cuando termino, la bella y famosa cantante habia desaparecido.
Esta historia sobre la construccion del teatro de la opera me retrotrae a la tarde que siguio a mi turbulenta entrevista con el
La reunion se celebraria en sus aposentos privados del Vaticano a las tres de la tarde. Mientras recorria el antiguo y majestuoso palacio en compania de un secretario sacerdotal que cada poco me recordaba que debia dirigirme al papa como «Santidad» y que por nada del mundo lo interrumpiese cuando hablaba, pues eso le provocaba migrana y se ponia irascible, admito que estaba nervioso. El secretario anadio que no se me ocurriera llevar la contraria a Su Santidad ni ofrecer otras alternativas a las peticiones que me hiciera. Era como si la Santa Sede desaprobara el cambio de pareceres.
Durante las veinticuatro horas de que dispuse entre las dos entrevistas me dedique a recabar informacion sobre aquel papa. Con cincuenta y seis primaveras -todo un nino comparado conmigo, que ya habia cumplido ciento cuatro-, solo llevaba en el cargo dos anos. Al leer diversos periodicos la personalidad de Pio IX me confundio, pues a la hora de analizar lo que los autores consideraban su verdadero caracter resultaban cuando menos contradictorios. Algunos lo consideraban un peligroso liberal cuyas opiniones de amnistiar a presos politicos y permitir seglares en el gobierno de la Iglesia podian significar el fin de la autoridad del Pontificado en Italia. Otros lo veian como la fuerza de cambio potencialmente mas poderosa del pais, capaz de unir las antiguas facciones conservadoras y liberales, dando voz a la prensa y redactando constituciones para los Estados Pontificios. Tratandose de un hombre que practicamente acababa de empezar su mandato, parecia dominar el arte del autentico politico, puesto que nadie, fuera amigo o adversario, parecia capaz de definir sus verdaderas convicciones ni planes respecto a su persona o su pais.
La sala a la que me condujeron era mas pequena de lo que esperaba y tenia las paredes forradas de libros: gruesos tratados teologicos, enormes libros de historia, algunas biografias, obras de poesia e incluso alguna novela contemporanea. Me habian dicho que era el despacho privado del papa, el lugar donde se recluia para descansar y aliviar la carga de sus obligaciones en sus ratos libres. Segun me dijo el nervioso sacerdote, podia