– ?Hombre, senor Zela! -exclamo, y de repente el rostro se le ilumino; me estrecho entre sus brazos y me planto tres besos con sus labios resecos y agrietados, primero en la mejilla izquierda, luego en la derecha y de nuevo en la izquierda-. Claro, no podia ser otro. ?Cuanto me alegra que haya venido!

– Es dificil dar con usted -comente mientras me hacia pasar a su despacho-. No esperaba encontrarlo en un lugar tan… -iba a decir «misero» pero lo pense mejor- tan informal.

– Querra usted decir que esperaba un ministerio esplendido -sugirio con amargura-, con sirvientes por todas partes, vino y bella musica interpretada por una orquesta de cuerda con los musicos encadenados entre si en un rincon, ?no es asi?

– Bueno, tampoco es eso. Solo que…

– Al contrario de lo que parece pensar todo el mundo, senor Zela, Roma no es una ciudad rica. Los fondos que administra el gobierno no estan para despilfarrarlos en ridiculas ornamentaciones. En la actualidad, la mayor parte de los ministerios se encuentran en pequenos edificios como este repartidos por toda la ciudad. No son perfectos, pero de este modo estamos mas concentrados en nuestro trabajo que en lo que nos rodea.

– Por supuesto. -Ese punto de vista filantropico me conmovio sinceramente-. No pretendia ofenderlo, de verdad.

– ?Le apetece una copa de vino? -pregunto para cambiar de tema.

Tome asiento en una butaca frente a su escritorio, donde una torre de Pisa de papeles se erguia amenazadora, y respondi que tomaria lo mismo que el. Me sirvio una copa de vino con mano temblorosa y derramando unas gotas en la bandeja de la botella. Acepte la bebida con una sonrisa y el senor Cariati se sento al otro lado de la mesa y se puso y se quito las gafas sin dejar de observarme; aun no tenia claro si le gustaba o no mi aspecto.

– Que raro -dijo al cabo de un momento, y nego con la cabeza-. Me esperaba a alguien mayor.

– Soy mas viejo de lo que aparento.

– Por lo que oi decir de su trabajo, me imaginaba a un hombre muy distinguido.

Hice amago de protestar, pero Cariati me detuvo con un ademan.

– No quiero parecer ofensivo. Para decirlo lisa y llanamente: dada su reputacion cualquiera habria pensado que se habia pasado toda la vida consagrado al estudio de las artes. ?Que edad tiene? ?Cuarenta anos? ?Cuarenta y uno?

– Ya me gustaria -respondi sonriendo-. Pero a lo largo de mi vida he acumulado mucha experiencia, se lo aseguro.

– Creo que deberia saber -continuo Cariati- que la idea de invitarlo a Roma no surgio de mi.

– Entiendo…

– En mi humilde opinion, la administracion de las artes en Italia deberia estar en manos de italianos, igual que la administracion de los fondos gubernamentales en Roma tendria que ser supervisada por un romano.

– ?Como usted? -pregunte educadamente.

– La verdad es que soy de Ginebra -repuso, enderezandose para tirarse suavemente de la chaqueta.

– De modo que no es usted italiano…

– Eso no significa que no tenga mis principios. Pensaria lo mismo de un extranjero que tomara decisiones de gobierno en mi pais. ?Ha leido usted a Borsieri?

– No demasiado. Algunas cosas aqui y alla. Nada importante.

– Segun Borsieri, los italianos deberian abandonar sus inclinaciones artisticas y fijarse en la literatura y el arte de otras naciones para adaptarlas a su pais.

– Lo que dice no me parece muy exacto -murmure, puesto que estaba simplificando las ideas de Borsieri de forma considerable.

– Quiere convertirnos en un pais de traductores, senor Zela -continuo Cariati, dirigiendome una mirada de incredulidad-. A Italia, el pais que ha dado al mundo un Miguel Angel, un Leonardo, los grandes escritores y artistas del Renacimiento. Y nos pide que olvidemos nuestra idiosincrasia y nos limitemos a importar ideas del resto del mundo. Lo mismo que Madame de Stael. -Tras pronunciar ese nombre escupio al suelo, acto que me sorprendio tanto que corri la butaca hacia atras-. ?L'Avventure Litterarie di un Giorno! - anadio a gritos-. Usted, signore, no es sino la encarnacion de esa obra. Esa es la razon de su presencia aqui. Ha venido a privarnos de nuestra cultura a fin de introducir la suya. Todo ello forma parte del imparable proceso tendiente a denigrar al italiano y desposeerlo de su autoestima y su talento natural. Asi Roma se convertira en un pequeno Paris.

Medite unos instantes y me plantee si valia la pena senalar la inconsistencia de su argumento. Despues de todo, el mismo constituia un claro ejemplo de aquello que desaprobaba. No habia nacido en Italia sino en Suiza. Sus ideas, en teoria discutibles, no merecian una defensa tan apasionada por su parte, pues en caso de ponerse en practica habria tenido que trasladarse al otro lado de los Alpes y dedicarse a montar relojes o dirigir alguna asociacion consagrada al canto tiroles. Tenia todo aquello en la punta de la lengua, pero al final opte por callar. Yo no le gustaba. Acababamos de conocernos, pero no le habia caido en gracia, de eso estaba seguro.

– Me encantaria que me hablara un poco mas de mis responsabilidades -dije para cambiar de tema-. El cometido que menciona en la carta, aunque parece fascinante, no deja de ser un poco impreciso. Supongo que ahora podra profundizar al respecto. Digame, por ejemplo, quien es mi superior; quien me dara instrucciones; de quien son los proyectos que debo llevar a cabo.

El signor Cariati se reclino en su asiento y sonrio con amargura mientras juntaba las puntas de los dedos ante la nariz, creando una figura triangular. Se tomo su tiempo antes de contestar y espero ver mi sorpresa cuando me aclaro quien habia propuesto mi nombre al gobierno de Roma y de quien iba a recibir instrucciones en adelante.

– Si esta usted en Roma -declaro tajante-, es a instancias y por deseo expreso del mismisimo papa. Se reunira con el manana por la tarde en sus aposentos del Vaticano. Por lo que parece, su reputacion ha llegado a oidos del pontifice. Es usted un hombre con suerte.

Aquello me sorprendio tanto que no pude evitar soltar una carcajada, una reaccion que, a la vista de su cara de indignacion, Cariati debio de juzgar tipica de un papanatas frances como yo.

Sabella Donato acababa de cumplir treinta y dos anos cuando la conoci. Llevaba el cabello, castano oscuro, peinado hacia atras y recogido en un mono, y sus grandes ojos verdes constituian su rasgo mas cautivador. Tenia la costumbre de mirarte de soslayo, con el rostro medio vuelto mientras observaba todos tus movimientos, y se la consideraba una de las tres mujeres mas bellas de Roma. Su tez no era tan oscura como la de sus compatriotas que trabajaban de sol a sol, y toda ella desprendia un aura de refinamiento y misterio muy europea, a pesar de que era hija de un pescador y se habia criado en Sicilia.

Me la presentaron en una recepcion en casa de los condes de Jorve, cuya hija, Isobel, amenizaria la velada cantando una seleccion de Tancredi. Habia conocido al conde hacia unas semanas en una de las muchas comidas a las que tenia que asistir debido a mi nuevo cargo y me habia caido bien desde el principio. Era un individuo de cara rolliza cuyo orondo aspecto no podia ocultar su pasion por la buena mesa y el vino. En esa ocasion se acerco a mi para hablar del teatro de la opera que yo proyectaba construir.

– Entonces, ?es cierto, senor Zela? Sera la opera mas hermosa de toda Italia, ?verdad? Rivalizara con la Scala de Milan.

– Ignoro de donde ha sacado esa informacion, senor conde. -Sonrei mientras giraba la copa de oporto que sostenia-. Como sabra, todavia no se ha anunciado adonde iran a parar los grandes fondos.

– Venga, hombre. Toda Roma esta enterada de que Su Santidad se ha propuesto construirlo. Como sabra, su obsesion por superar a Lombardia se remonta a antes de alcanzar la tiara. Hasta dicen que compara la relacion que mantiene con usted con la que Leonardo tuvo con…

– Por favor, conde -lo interrumpi, tan divertido como halagado por el giro que estaba tomando la conversacion-, no diga tonterias. No soy mas que un funcionario. Y en caso de que estuvieramos planeando la construccion de un teatro de la opera, no me ocuparia de su diseno, sino de administrar los fondos de la forma mas adecuada. De la creacion artistica se ocuparan hombres mas talentosos que yo.

Se echo a reir y me hinco en las costillas un regordete dedo indice.

– De modo que es imposible sonsacarle un secreto, ?eh? -dijo, cada vez mas picado por la curiosidad.

– Lo siento. -Negue con la cabeza.

La construccion de un teatro lirico no tardo en anunciarse oficialmente, y a partir de ese momento me converti

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