responsabilidad de seleccionar las ubicaciones adecuadas y calcular los costes y el tiempo de construccion. De las ocho propuestas detalladas que presente, solo se llevaron a cabo dos, pero ambas fueron muy celebradas, y mi nombre llego a despertar admiracion en la sociedad parisina. Por otra parte, llevaba una vida disoluta y, ahora que mi condicion de soltero me permitia frecuentar a las damas de la ciudad sin escandalizar a nadie, salia casi todas las noches.
De algun modo las noticias de mis habilidades administrativas habian cruzado la frontera, y en la carta se me ofrecia un puesto de administrador de las artes en Roma. La misiva, que firmaba un funcionario ministerial de alto rango, era imprecisa y sugeria grandes planes para el futuro, aunque apenas explicaba la naturaleza de los mismos. En cualquier caso, la proposicion desperto mi interes, por no hablar de la cantidad de dinero que mencionaba, en lo referente no solo al presupuesto sino tambien a mis honorarios, y dado que hacia tiempo que queria alejarme de Paris, decidi aceptar. Una noche hable con Thomas y le dije que, si bien estaba en su derecho de quedarse en Paris, me alegraria mucho que me acompanase a Roma. Como tras mi marcha se veria obligado a buscar un nuevo alojamiento, eso inclino la balanza a mi favor, al tiempo que trazo el destino de todo un linaje; el caso es que el joven decidio recoger sus escasas pertenencias y emprender el viaje conmigo.
A diferencia de la primera vez que habia dejado Paris, unos noventa anos atras, ahora era un hombre rico y mas o menos exitoso, lo que me permitio alquilar un coche privado que nos conduciria de una capital a otra en no mas de cinco dias. Era un dinero bien gastado, pues las alternativas no podian ser mas espantosas. Aun asi, el viaje resulto fatigoso; hizo muy mal tiempo, recorrimos caminos salpicados de baches y tuvimos que soportar a un cochero maleducado y arrogante a quien parecia ponerle de mal humor la mera idea de tener que llevar a alguien a alguna parte. Cuando al fin llegamos a Roma jure que ese seria mi hogar en adelante, aunque llegara a cumplir mil anos, a tal punto me horrorizaba pensar en emprender otro viaje tan espantoso.
Nos alojariamos en un apartamento en el centro de la ciudad, y alli fuimos. Comprobe con satisfaccion que habia sido amueblado con gusto, y me encanto la vista que se dominaba desde mi habitacion sobre la plaza y el pintoresco mercado, que me trajo recuerdos de mi ninez en Dover, donde para mantener a mi familia habia tenido que robar a tenderos y viandantes.
– Nunca he pasado tanto calor -se quejo Thomas al tiempo que se dejaba caer sobre una silla de mimbre, en el salon-. Y yo que pensaba que Paris era muy caluroso en verano… Esto no hay quien lo aguante.
– Bueno, que remedio nos queda -repuse encogiendome de hombros; no queria empezar nuestra nueva vida en Roma de una forma tan negativa, menos aun tratandose de un asunto que escapaba a nuestro control como la meteorologia-. Nunca llueve a gusto de todos, ya se sabe. Ademas, pasas demasiado tiempo en casa y estas mas palido que un muerto; un poco de sol te sentara bien.
– La palidez esta de moda, tio Matthieu -replico de forma pueril-. ?No lo sabias?
– Lo que esta de moda en Paris no tiene por que estarlo en Roma. Sal, descubre la ciudad, conoce gente. Busca trabajo.
– Vale, vale, lo hare.
– Ya que estamos aqui, debemos aprovechar las oportunidades que se nos presenten. No esperaras que te mantenga toda la vida, ?verdad?
– Pero ?si acabamos de llegar! ?No hace ni un segundo que hemos entrado por la puerta!
– Pues sal por esa misma puerta y busca trabajo -insisti con una sonrisa.
No pretendia fastidiarlo, al fin y al cabo le tenia carino, pero no queria verlo holgazanear en casa un dia tras otro, confiado en que yo le traeria la cena y la cerveza, mientras se le escapaba la juventud y la belleza. A veces pienso que mi generosidad ha sido perjudicial para los Thomas. Tal vez si hubiese sido menos caritativo, si me hubiese mostrado menos dispuesto a echarles una mano cuando caian, quiza alguno de ellos habria superado los veinticinco anos de edad.
– Descubre el encanto de ser autosuficiente -le rogue siete anos despues de Emerson.
Al dia siguiente me dirigi a las oficinas de la agencia ministerial para hablar con el
– Perdon -me apresure a decir.
– ?Quien es usted? -pregunto, y se inclino para rascarse de un modo impropio de una dama mientras yo sostenia el sombrero humildemente ante ella-. ?Ricardo?
– No, senora, no soy Ricardo -hube de admitir.
– Entonces, ?Pietro?
Me encogi de hombros y mire a su interlocutor, un hombre bajo y grueso que llevaba el oscuro y engominado cabello peinado con raya en medio, que se acerco a mi en actitud nerviosa.
– Perdon, no queria molestar…
– Molestia ninguna -me interrumpio, dando una palmadita-, Estamos encantados de verlo. Es usted Ricardo, ?no?
– No soy Ricardo ni Pietro -repuse encogiendome de hombros-. Estoy buscando a…
– Ah, entonces lo ha mandado alguno de ellos.
Negue con la cabeza.
– Soy nuevo en la ciudad. Estoy buscando al
– Aqui no hay ningun Cariati -replico con desden mientras la sonrisa desaparecia de su rostro, ya sabedor de que no estaba ante Ricardo ni Pietro, sus esperados socios-. Se ha equivocado de sitio.
– Pero es esta direccion, ?no?
Echo un vistazo a la carta y acto seguido senalo las escaleras.
– Sera el piso de arriba. No conozco a ningun Cariati, pero quiza lo encuentre ahi, es posible.
– Gracias. -Di media vuelta y me aleje.
El hombre cerro la puerta bruscamente y acto seguido la mujer reanudo su griterio. En ese momento pense que Roma no iba a gustarme.
En la puerta del piso superior habia una placa de cobre que rezaba «Oficina ministerial», y al lado una reluciente campanilla de plata. La hice sonar una vez mientras me alisaba el cabello con la mano izquierda. En esta ocasion abrio la puerta un hombre alto y delgado de pelo entrecano y nariz prominente. Me miro con cara de angustia, y el esfuerzo de preguntar «?Que desea?» parecio agotarlo por completo. Por un momento pense que se desmoronaria alli mismo.
– ?Senor Cariati? -pregunte, procurando sonar franco y educado.
– Yo mismo -respondio tras soltar un suspiro, y se masajeo las sienes.
– Soy Matthieu Zela. Recibi una carta suya sobre…