joven de cabello oscuro llamada Marita, en calidad de testigos.

En lugar de emprender el viaje de novios, volvimos a nuestros aposentos, donde Sabella se me entrego como si fuera la primera vez. Thomas se mudo a otro piso y se prometio con Marita, si bien aseguro que aun tardaria en casarse, pues no estaba preparado, y asi nos quedamos solos al fin, si bien no por mucho tiempo. Una vez mas, aunque sin comerlo ni beberlo, era un hombre casado.

Tras una fase inicial de concurso, contrate a un arquitecto llamado Girno para disenar el teatro, y en el verano de 1848 ya pudo ensenarme algunos planos. Constituian unos bocetos de lo que parecia un gran anfiteatro con un enorme escenario. La platea tenia capacidad para ochenta y dos filas de butacas de cara a la orquesta, y los lados estaban ocupados por cuatro pisos de palcos -un total de setenta y dos-, cada uno de los cuales podia acoger a ocho personas sentadas comodamente, o doce apretadas. Al correr el telon se veria estampado el sello del papa Pio IX. Eso me parecio un tanto adulador, de manera que le pedi que pensase otra cosa, como representar a los gemelos fundadores de la ciudad, Romulo y Remo, separados durante la funcion y unidos antes y despues. Girno era un hombre inteligente y estaba encantado de participar en un proyecto tan ambicioso, aunque estuviera en ciernes y acabase en nada.

Poco antes de nuestra llegada a la ciudad, y a lo largo del ano, los levantamientos habian ido encarnizandose, y todas las mananas leia los periodicos para informarme sobre los disturbios. Una de esas mananas, mientras tomaba cafe tranquilamente en una terraza cerca de la plaza de San Pedro, lei una noticia que me sorprendio. Cuatro dirigentes italianos -Fernando II, Leopoldo de la Toscana, Carlos Alberto y Pio IX- habian promulgado sendas constituciones a fin de pacificar a la poblacion y prevenir futuras insurrecciones, visto que la revolucion de Palermo de enero habia causado tantas dificultades. Los disturbios, promovidos por los elementos mas radicales de la sociedad, continuaron por todo el pais, amenazando a los gobiernos conservadores. Los periodistas italianos se mostraban minuciosos al describir como Carlos Alberto habia declarado la guerra a Austria desde Lombardia. A continuacion, el pais fue devastado debido a la decision papal de no apoyar a sus compatriotas, un paso que podria haber «unificado» Italia contra el enemigo comun. En lugar de eso denuncio la guerra, gesto que fortalecio la posicion austriaca y condujo a la derrota final de Lombardia. Mas tarde lo responsabilizarian de ese fracaso.

– No es que discrepe del punto de vista lombardo -declaro el papa en una de las frecuentes reuniones que manteniamos por entonces. Me habia convertido en una especie de confidente y no era raro que tocase esos temas en mi presencia-. Al contrario, particularmente me preocupan mas las amenazas imperialistas de Austria, aunque creo que suponen un peligro menor para Roma que para cualquier otro lugar. Pero lo mas importante es que el papa no apoya la causa de un nacionalista en un asunto que podria conducir a la destruccion de los Estados italianos tal como los conocemos.

– ?Estais en contra de la unificacion? -pregunte sorprendido.

– Me opongo a la idea de un gobierno central. Cuando todos los Estados unen sus fuerzas, Italia es un pais grande. Si hubiera unificacion solo seriamos diversos elementos dentro de un todo mayor, y a saber quien gobernaria o que seria de Italia.

– Quiza se convirtiese en un pais poderoso -sugeri.

El papa solto una carcajada.

– Que poco conoces Italia, hijo. Ante ti no tienes sino un pais gobernado por hombres que se consideran los descendientes naturales de Romulo y Remo. Todos y cada uno de estos presuntos dirigentes nacionalistas pretenden unificar el pais para erigirse en soberanos. Algunos hasta han sugerido que yo sea el rey -anadio pensativo.

– Un nombramiento que no deseais -senale como si tal cosa. Observe su reaccion: se encogio de hombros, hizo un ademan de desden y cambio de tema.

– Mantendre la independencia de Roma -declaro al fin, subrayando cada una de sus palabras con golpecitos del dedo indice sobre el brazo de la butaca-. En mi opinion no hay nada mas importante. No permitire que desaparezca en favor de un inutil y absolutamente inviable ideal de unidad politica. Llevamos aqui demasiado tiempo para contemplar impasibles como los mismos italianos, por no hablar de los invasores austriacos, conducen la Ciudad de Dios al desastre.

Imagine que con el plural se referia a la larga lista de pontifices a la que su propio nombre se habia sumado recientemente.

– No sigo vuestro razonamiento -dije, irritado por esa muestra de arrogancia y olvidando por un instante todos los consejos recibidos antes de mi primera entrevista con el-. Si vos considerais…

– ?Basta! -bramo al tiempo que se ponia de pie, el rostro purpura de ira. Se acerco a la ventana-. Limitate a construir el teatro de la opera y dejame gobernar mi ciudad como considere apropiado.

– Perdonadme, no era mi intencion molestaros -me disculpe tras un largo silencio.

Me levante y me dirigi a la puerta. No se volvio para mirarme ni para despedirse, y asi, la ultima imagen que conservo de el es la de un hombre de espaldas, un poco inclinado y apoyado en una ventana estrecha que dominaba la plaza de San Pedro, donde la gente -su gente- se preparaba para la tormenta que se avecinaba.

Los acontecimientos del 11 y el 12 de noviembre de 1848 siguen pareciendome un tanto increibles, incluso despues de ciento cincuenta y un anos. Una tarde Sabella volvio antes de lo habitual acasa; se la veia muy nerviosa y era incapaz de contestar a las preguntas mas simples.

– Carino -dije antes de acercarme para abrazarla. La note rigida y al apartarme un poco me sorprendio la palidez de su rostro-. Sabella, cualquiera diria que has visto un fantasma. ?Que ocurre?

– Nada -respondio; retrocedio y se pellizco las mejillas para darse un poco de color-. No puedo quedarme. Tengo que salir de nuevo. Volvere mas tarde.

– Pero ?adonde vas? No puedes salir en este estado.

– Estoy bien, Matthieu, de verdad. Es que he de encontrar mi… -Llamaron a la puerta con violencia y Sabella dio un respingo, con el rostro demudado-. Oh, Dios mio. No abras.

– ?Que no abra? ?Por que? Seguramente es Thomas, que viene por sus…

– No, Matthieu. Te lo pido por favor.

Pero ya era demasiado tarde. Cuando acabo de pronunciar esas palabras, yo habia abierto la puerta y tenia ante mi a un hombre de mediana edad vestido con uniforme de oficial piamontes. Lucia un gran mostacho que parecio curvarse hacia sus labios. Me miro de arriba abajo.

– ?Que desea, caballero? -pregunte amablemente.

– Al parecer usted y yo deseamos lo mismo -replico, y cruzo el umbral impetuosamente al tiempo que llevaba la mano a la empunadura de su espada envainada-; salvo que no es suyo.

Mire a Sabella, que, junto a la ventana, se mecia en un balancin y gemia de desesperacion.

– ?Quien es usted? -pregunte desconcertado.

– ?Que quien soy? -bramo-. Digame mejor quien es usted, senor.

– Matthieu Zela. Y esta es mi casa, de modo que le agradeceria que se comporte con…

– Y esa mujer… -me interrumpio senalando con brusquedad a Sabella-. No la llamare senora, porque no lo es. ?Quien es esa, si no le importa que se lo pregunte?

– Mi mujer -respondi, bastante enfadado-. ?Y exijo que la trate con respeto!

– ?Ja! Pues le propongo un acertijo. ?Como puede ser su mujer cuando ya esta casada conmigo? ?Eh? ?Que me contesta a eso? Usted, don eleganton -anadio de forma incongruente.

– ?Casada con usted? -pregunte estupefacto-. No sea ridiculo. Ella…

Podria seguir describiendo la escena y reproducirla frase por frase, confesion tras confesion, hasta llegar a su logica conclusion, pero todo sonaria a farsa. Baste decir que mi supuesta esposa, Sabella Donato, habia olvidado informarme que en el momento de nuestras nupcias ya tenia un marido, que no era otro que aquel zopenco alli presente, de nombre Marco Lanzoni. Se habia casado con el hacia diez anos, poco antes de convertirse en una celebridad, e inmediatamente despues de la boda Lanzoni se habia alistado en el ejercito a fin de ganar el dinero suficiente para que el matrimonio tuviese un futuro holgado. Cuando Lanzoni regreso al pueblo, Sabella habia desaparecido llevandose consigo gran parte de las pertenencias de su marido, con las que habia financiado sus primeras aventuras por Italia. Despues de una larga e infructuosa busqueda, Lanzoni al fin dio con ella en Roma, y ahora venia a reclamarla. Sin embargo, no habia contado con la eventualidad de que hubiese otro marido. Como hombre violento que era, enseguida me pidio una satisfaccion y me desafio a batirnos en duelo a la manana

Вы читаете El ladron de tiempo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату