periodista.

Asi que lo tenia crudo con Andres Valcarcel.

Mientras subia en el ascensor, camino del cielo de su atico, en la avenida de Sarria, y por lo tanto cerca de mi casa, decidi cambiar de tactica. Solia irme bien cuando me hacia pasar por detective privado. Algo en mi me conferia cierta credibilidad.

De todas formas, estaba seguro de que no iba a encontrarle. Un empresario no esta en casa a mediodia, aunque sea la hora de comer. Pero lo unico que tenia Luis Martin eran sus senas particulares. Necesitaba las de su despacho.

Me abrio la puerta una mujer, aunque no la suya ni tampoco una criada. Vestia uniforme de enfermera, cofia incluida, y era lo mas parecido a un cruce de un bulldog con un buho. Era como Robin Williams en aquella pelicula en la que se hacia pasar por asistenta para poder estar con sus hijos. Me taladro con ojos de lo segundo, pero acentuo mas la expresion de lo primero.

– ?Usted dira?

– Quisiera ver al senor Valcarcel -me emplee con toda correccion.

No se movio.

– Me temo que esto sea imposible.

No agrego nada, asi que me quede sin saber por que era imposible y que clase de metedura de pata estaba cometiendo. Quiza hubiese muerto hacia anos.

– Puedo volver…

– El senor Valcarcel no recibe -me espeto contundente.

Estaba perdido, y me habria rendido sin mas, de no ser porque entonces los dos oimos una voz fuerte y energica que procedia de algun lugar cercano, dentro de la lujosa casa.

– ?Quien es, senorita Gomez?

Aparecio un hombre en una silla de ruedas. Un hombre castigado por algo que lo tenia alli, aplastado, pero no vencido. Un hombre de buena planta, sesenton, que conservaba todavia parte de su magnetismo.

– Desearia hablar con usted, senor Valcarcel -aproveche mi oportunidad.

La enfermera-carcelera subio un par de centimetros todos los niveles de su cuerpo, estatura, pecho y mal humor.

– Le he dicho…

– ?Oh, vamos, senorita Gomez! ?Que pasa? ?No puedo recibir visitas?

– Senor Valcarcel -se volvio hacia el uniendo ambas manos a la altura del estomago-, le recuerdo que…

El hombre podia estar enfermo, pero no hundido, y menos aun afonico.

– ?Maldita sea, callese! -grito-. ?Ya estoy harto, cono! ?Creo que nadie viene a verme desde lo del maldito infarto porque le tienen miedo!

La senorita Gomez debia estar bregada en mil combates parecidos, porque ni se echo a llorar ni se rindio facilmente. Se cuadro delante de la silla de ruedas.

– ?Ni siquiera sabe quien es ni que desea! -Tambien elevo la voz-. ?Quiere que le vendan una enciclopedia?

Andres Valcarcel me miro con la esperanza de que no fuera un vendedor de enciclopedias.

– Me llamo Ros -dije-. Soy detective privado.

Eso fue definitivo. Hasta la enfermera me observo curiosa aunque no impresionada.

– ?Detective privado? -repitio el paciente.

Por alli no parecia haber nadie mas. Ninguna esposa con las antenas puestas.

– Quisiera hablar de Laura Torras.

Fui sutil, correcto. Solo deje ir el nombre. Y fue suficiente. La cara del dueno de la casa cambio. Arqueo las cejas por la sorpresa y su interes se hizo transparente.

– Pase, pase -me invito.

– ?Senor Valcarcel! -quiso insistir la enfermera.

Yo ya estaba dentro, siguiendo el acompasado rodar de la silla, que era electrica.

– ?Callese de una vez!, ?quiere? ?Maldito loro, con usted si que acabare victima de un infarto!

La dejamos reponiendose de su conmocion y enfilamos por un pasillo hasta un estudio que tenia las puertas abiertas. Andres Valcarcel espero a que yo entrase y las cerro. Luego respiro con alivio, igual que si acabase de dejar al otro lado al mismisimo demonio. Le estudie un poco mejor. Alto, elegante, de porte distinguido aun en sus circunstancias, cabello blanco, mucha clase, y el sello de una vida muy activa todavia colgando de sus gestos o su voz. Sus ojos eran firmes. Tenia sendas bolsas debajo de cada uno, pero eran firmes. El infarto le habia hecho mayor, no viejo. Su estado, fuese cual fuese en aquellos momentos, debia de ser un golpe para su resistencia.

– Mis hijos se preocupan demasiado por mi -justifico la presencia de la senorita Gomez-. Estaria mejor solo.

– ?Fue grave?

– ?El infarto? No, en absoluto, aunque siendo el segundo… Ya sabe. Me han dicho que el tercero suele ser el definitivo. -Hizo un gesto con la mano derecha-. Tonterias. Algo debil si estoy, pero en unos dias se acabo. No voy a quedarme aqui. Para eso mejor me muero del todo. Ademas, no quiero que mis hijos me arruinen el negocio. -Mostro una risa hueca.

– ?Y su esposa?

– Murio hace casi un ano.

Era la pieza que no encajaba. Le encontre un mayor sentido a todo, incluso al hecho de que hubiera aceptado hablar conmigo con tanta rapidez, sin una explicacion, por mas que el nombre de Laura Torras fuese un sacacorchos y lo de que yo fuera detective siempre motivara sorpresa. Pero me senti incomodo. Aquel hombre habia tenido el cuerpo de Laura en el apogeo de su juventud. Eso me causo desasosiego.

– ?Detective? -Fue directo al grano-. ?Tiene Laura algun problema?

– Ha desaparecido -dije.

– ?Como que ha desaparecido?

– Estoy tratando de dar con ella.

Habria esperado una senal de preocupacion, o un destello de inquietud, pero lejos de una reaccion asi, Andres Valcarcel arqueo de nuevo las cejas y dibujo en sus labios una tenue sonrisa de burla, casi de ironia.

– Laura no desaparece nunca -dijo.

– Pues esta vez lleva unos dias ausente.

– ?Quien le ha encargado buscarla?

– No estoy autorizado a…

– Sus padres, ya. -Se encogio de hombros.

– Veo que esta tranquilo, asi que piensa que no le ha sucedido nada malo.

– ?A Laura? ?Cielos, no! Ya le he dicho que nunca desaparece. Tal vez para los demas si, pero ella sabe muy bien donde esta, se lo aseguro. Por cierto, ?quien le ha hablado de mi?

– Su nombre ha salido algunas veces en mi investigacion.

– Que mas da -se dejo caer hacia atras y me senalo una butaca. Yo seguia de pie. Acepte su ofrecimiento-. Ahora ya no importa.

– ?Usted y ella ya no…?

– No. -Solto un respingo y se inundo de cenizas-. Por desgracia, ya no. Fue una relacion muy hermosa, pero corta. Apenas dos anos. Supongo que deberia estar enfadado con ella, odiarla, y sin embargo… ?La conoce?

– Personalmente no, pero he visto fotografias, claro.

– Hay un poema de no se que autor que dice: «No odies nunca a quien hayas amado». Deberian conocerlo todas esas parejas que se tiran los trastos a la cabeza cuando se divorcian, o los idiotas que matan a sus mujeres. Por lo que respecta a Laura, nadie podia enfadarse nunca con ella, y mucho menos odiarla. Te podia. Diluia un enfado como un azucarillo, con una sonrisa, un gesto o una caricia. Eso si, habia que aceptarla como era, y supongo que seguira siendo igual. Se toma o se deja, y si se hace lo primero…

– Usted la amaba.

– Si -acepto sin rubor-. La amaba, y mucho. Posiblemente no vuelva a querer a nadie como la quise a ella. Laura me regalo lo mas esencial: la vida. Por desgracia las cosas salieron mal.

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