izquierda, y un banquero que a veces salia por television cuando se daba cuenta de los beneficios de la banca a costa de los sufridos ahorradores.
En otra mesa, con cajones cerrados con llave, tuve que ser mas bruto. Fui a la cocina, regrese con un cuchillo, y me servi de el para forzar la cerradura. Recorde que ni en casa de Laura ni alli habia visto rastro alguno del arma homicida. En los cajones encontre el verdadero tesoro. Era tan cuantioso que comprendi que habria necesitado un par de horas para examinarlo todo como es debido. Registros de cuentas, agendas, relaciones de nombres, talonarios, dietarios, libros de notas y, por supuesto, negativos.
Conte seis. No sabia si eran casos pendientes de chantaje, a la espera del cobro, o simples copias de seguridad para seguir extorsionando a las victimas. Mire una de las fechas, de hacia cinco meses.
No era un material agradable de ver, pero le eche un vistazo.
La protagonista absoluta siempre era Laura.
Ellos vanaban.
En el ultimo de los cajones encontre una completa «farmacia» que habria hecho las delicias de cualquier colgado. Contenia pastillas de todos los colores, una bolsa de cocaina, una lata con heroina, drogas alternativas…
Me tome un poco de tiempo para reflexionar.
Tenia un nudo gordiano en mi cabeza, y ninguna espada con la que romperlo. Las ideas fluian y fluian, hasta llegar a un embudo en el que se atropellaban, y lo malo era que por el otro lado no salia nada.
Todo aquello daria bastante trabajo a la policia.
Pero yo sabia que, a lo largo del dia anterior, habia estado con el culpable.
?Que me gritaba mi instinto?
?Por que no reconocia la ultima clave?
Pense en quemar todo aquello, pero habria equivalido a destruir muchas pruebas en caso de que estuviese equivocado. Los que habian pagado por Laura ya no habrian de pagar por el chantaje de Alex, eran libres. A pesar de ello, y aun contando con la discrecion policial, les iba a caer una buena encima.
Ese era su problema.
Regrese a la sala, me despedi de aquel hijo de puta y luego fui a la puerta principal. La abri con cuidado y sali. Todavia realice con mas cuidado los siguientes pasos, abandonar la torre sin tropezarme con nadie, cerrar la cancela y meterme en el coche de Poncela.
Cuando me alejaba de la calle Pomaret, rumbo al paseo de la Bonanova, supe cual debia ser mi siguiente destino.
Al fin y al cabo, estaba muy cerca.
XXXI
A veces estas dormido pero tienes la sensacion de estar despierto. Quieres abrir los ojos y no puedes. Quieres moverte y no lo consigues. Eres consciente de donde estas, de quienes te rodean. Crees escuchar sus voces y la inmovilidad te vuelve loco durante unos segundos, hasta que te calmas y entonces… logras abrir los ojos.
Mi mente estaba quieta, pero no lograba ver.
El dia anterior…
?Que vi y donde lo vi? ?Que oi y donde lo oi? ?Que dije y donde lo dije?
Tenia la clave pero mis ojos permanecian cerrados.
Conduje hasta la plaza de la Bonanova y subi por San Juan de la Salle. Aparque sobre la acera, frente a mi destino, porque por algo el coche no era mio y pasaba de las nuevas multas que pudieran imponerle. Con el maletin en la mano cruce la calzada y entre en el edificio. Una parte de mis problemas iban a terminarse. Por alguna extrana razon, aquel dinero me quemaba. Le dije al conserje de turno que iba a visitar a los Poncela y me indico el piso.
Una doncella muy puesta me abrio la puerta y me observo de arriba abajo. Mi desalino era notorio. Llevar barba evita tener que afeitarse, y con el cabello largo das siempre sensacion de libertad. Pero el tono era espantoso, la chaqueta arrugada, la cara de sueno despues de una noche de placer telurico. Le sonrei para darle animo antes de que me pidiera que entrase por la puerta de servicio.
– ?La senora Poncela?
– ?De parte de quien?
– De Papa Noel -anuncie-. Digale que es algo relativo a unas fotografias. Ella ya sabe.
Vacilo. No las tenia todas consigo. Yo ya estaba en el piso, asi que si era un asesino psicopata…
– Es urgente, ya lo vera -la anime.
No la pagaban para saber que era importante y que no, ni para valorar a las visitas sino para dar los recados, asi que dio media vuelta. A lo lejos escuche una voz de hombre. Hablaba en tono airado. Se me ocurrio preguntar:
– ?El senor Poncela tambien esta en casa?
– Si -me informo la criada-. Hoy todavia no ha salido. ?Quiere que le diga a el que han llegado los Reyes Magos?
Me gusto su sentido del humor. Su ironia valia mucho en tiempos como estos. Deduje que por debajo de su uniforme, latia el alma impenitente de una rebelde. Una mas.
– Gracias, me quedo con la senora.
Acabo de retirarse. No queria ver a Constantino Poncela, y mucho menos antes de «liquidar» con su mujer. La criada no tardo ni medio minuto en reaparecer. Regreso mucho mas tranquila y feliz. Tendria unos treinta anos, cara redonda, cuerpo discreto y voluntad. Parecia legal.
– ?Quiere acompanarme, por favor?
La segui. Me condujo a una sala abarrotada de libros. Me dejo en ella con un escueto «buenos dias» y se retiro sin tiempo para mas. Deje el maletin en el suelo y queme el unico minuto en que estuve alli, solo, mirando si por algun lado asomaba uno de mis libros policiacos. Nada. Todo eran obras clasicas. Un ambiente noble.
Como el de Agata Garrigos, senora de Poncela.
Entro en la estancia tan elegante y correcta como la viera el dia anterior. Pense lo mismo: tenia clase. Eso no se compra, se nace con ello. Me costo imaginarmela con el energumeno de su marido, pero la vida siempre nos da extranos companeros de viaje. Me observo desde una discreta distancia, llena de prudencias, sin llegar a tenderme la mano. No se traiciono en ningun momento. De cerca se me antojo una mujer muy agradable, sin sofisticacion pese a la calidad que la envolvia. No tenia sentido darle vueltas a nada, asi que fui directo al grano.
– Senora Poncela, no me conoce -empece a decir-, pero creo que esto es suyo, o al menos estaba dispuesta a pagar por ello.
Le tendi las fotografias, no los negativos.
Fruncio el ceno, pero lo desfruncio al momento cuando miro las instantaneas. Le basto con ver la primera para saber de que le estaba hablando.
Se puso palida.
– No entiendo… -se quedo cortada.
– No es lo que se imagina -quise tranquilizarla-. Me llamo Daniel Ros y soy periodista. Lo unico que busco es informacion.
– Sigo sin entender. -Las fotografias se agitaron en su mano.
– ?Mi relacion con esto? -la ayude-. Bastaran un par de segundos para que se sienta mas calmada, no tema.
Me estudio un poco mejor. Debi de poner cara de buena persona, aunque mi aspecto fuese desastroso. Algo de luz iba formandose en su mente: yo acababa de darle aquello por lo que habia estado dispuesta a pagar. Era algo mas que un ofrecimiento: era una prueba de amistad. Se sento en una silla y me ofrecio hacer lo mismo.
– Senora Poncela -volvi a hablar-, usted estaba dispuesta a pagar por esas fotos. Ignoro para que las quiere,