pero ahora ya las tiene, y gratis. Sin embargo, a cambio, necesito unas respuestas.
– ?No cree que esto es algo muy… privado, senor…?
– Ros, Daniel Ros -le recorde. Y continue-: Puede que me baste con simples afirmaciones y negaciones. Nada mas. -Intente ser lo mas convincente que pude-. Sin embargo, debe saber que hay dos personas muertas en todo este caso, ambas asesinadas, y que tal vez sea mejor que hable conmigo ahora que con la policia despues. Si lo que pretendia recuperando estas fotos era evitar el escandalo…
– ?Ha dicho dos… asesinatos? -La palidez se acentuo en su rostro.
– La primera, la mujer que aparece en esas fotos con su marido. El segundo, el hombre que las tomo y los chantajeaba a ambos.
– No entiendo… ?Que quiere decir?
– Senora Poncela, mientras usted iba a pagar por las fotos, su marido iba a hacerlo por los negativos. Eso los coloca a ambos en una posicion delicada.
– ?Dios mio! -Se llevo una mano a la boca.
– ?Se encuentra bien?
– ?Para que quiere saber todo esto, senor Ros? -Hizo caso omiso de mi pregunta-. ?Va a escribir un articulo sangrante escarbando en la porqueria ajena?
No me habria creido el cuento de la vecinita encantadora, maxime teniendo en cuenta que Laura me habia salido un poco puta.
– No me conoce, pero le doy mi palabra de honor de que si escribo algo, hablare de todo menos de eso. - Senale las fotografias que seguian aferradas por los dedos de su mano-. De otro modo, no se las habria dado sin mas. Si necesito saber quien mato a Laura es por motivos personales, nada mas.
Cerro los ojos. No la deje reaccionar.
– Senora Poncela, ayudeme y se ayudara a si misma.
Se estremecio. De alguna parte del piso se escucho de nuevo la voz enfadada de su marido.
– Yo… no puedo…
– Por favor.
– ?Como? -Volvio a abrirlos.
– Contestando a mis preguntas.
Senti que estaba acorralada. Las fotografias debian de quemarle las manos. Se levanto para dejarlas en la repisa inferior de la libreria mas proxima a ella y volvio a sentarse.
– ?Que quiere saber? -dijo con voz ahogada.
– ?Cuanto estaba dispuesta a pagar por eso?
– Primero… me llamaron y me dijeron que tenian unas fotografias comprometedoras de Constantino, y que si las queria… debia darles sesenta mil euros. Esa fue la… si, la primera llamada. Luego alguien volvio a telefonearme y me pidio cuarenta mil.
– No entiendo.
– La primera vez me llamo un hombre. Dijo que me daba una semana para tener el dinero en metalico. Luego, ayer, de improviso, una mujer dijo que me lo daba por cuarenta mil si la transaccion se llevaba a cabo esta misma manana. Yo no la crei y me reuni con ella para que me ensenara lo que se suponia que iba a comprar. Vi esas mismas fotos y le dije que me telefonease hoy. Estaba esperando esa llamada cuando ha aparecido usted.
– Al principio no acepto el chantaje del hombre.
– No, cierto.
– Pero fue ayer a casa de la mujer de las fotos, y dejo una nota aceptando el pago.
– ?Como sabe eso? -se envaro.
– Es largo de contar, y no viene al caso, se lo aseguro, este tranquila. -Saque la nota del bolsillo y se la tendi-. Puede destruirla usted misma. Lo que quiero saber es por que cambio de idea con respecto al chantaje.
El desasosiego volvio a ella. Tampoco era de las que se amilanaba facilmente. Tenia las fotos. Tenia la nota incriminatoria. Yo se lo estaba dando todo gratis. Unio sus manos sobre el regazo y entrecruzo los dedos apretandolas con fuerza. Los nudillos se le blanquearon.
– ?De verdad es tan importante?
– Si, si calla para proteger a su marido.
– Yo no le protejo a el, senor Ros, aunque no creo que haya matado a nadie si es lo que piensa o quiere decir.
– Entonces ?para que queria esas fotografias?
Llegaba al limite de su resistencia.
– Senora Poncela -insisti-. Le he dado algo por lo que estaba dispuesta a pagar cuarenta mil euros y por lo que le pedian sesenta mil. Si esto no le merece confianza…
– Quiero divorciarme de mi marido y esta es la prueba que necesito, senor Ros.
Lo dijo de pronto. Fue un disparo.
Y se hizo la luz.
– Gracias. -Reconoci su valor.
– Quiza le parezca monstruoso, o dificil de entender.
Habia conocido a Constantino Poncela. No me extranaba. Preferi callar lo que pensaba; en cambio, dije:
– Es usted toda una mujer, asi que imagino que tendra sus razones, aunque solo sean esas. -Senale las imagenes.
– Vera
La habia dejado hablar sin interrumpirla. Unas veces me miraba a los ojos, y otras al suelo. Una aureola de paz la invadio al terminar.
– Su marido queria los negativos para destruirlos y no verse abocado al divorcio si ellos les mandaban a usted las pruebas. Y usted las queria justo como prueba para pedir el divorcio. Cada uno iba a comprar lo mismo para un fin distinto.
– Hay millones en juego, senor Ros. Prefiero seguir sola y ser infeliz a continuar con esta suciedad que me repugna.
Parecio a punto de echarse a llorar. Logro contener las lagrimas. A fin de cuentas, yo era un extrano. Le habia dado la llave de su futuro y su libertad, en bandeja de plata, pero era un extrano.
– Gracias -le dije.
– ?Conoce a mi marido? -me pregunto.