– Si.

– Creo que no le cae bien.

– No -convine-, pero digamos que en este asunto quiero ser imparcial. Usted queria las fotos y ya las tiene. El queria los negativos y es lo que va a tener. Lo que hagan ya es cosa suya, aunque, si me permite decirselo, me alegra haberla conocido y aun me alegra mas saber que es la que se llevara la mejor parte de todo esto.

Se puso en pie, pero ni ella ni yo pudimos continuar. Se abrio la puerta de la estancia y por ella aparecio Constantino Poncela. Vestia de forma impecable y los restos de la rociada del spray de Julia apenas si eran perceptibles en la coloracion rojiza de las pupilas.

Al verme alli, se quedo completamente fuera de orbita.

Miro a su mujer.

Y a pesar de la desventaja, y de la tension, comprobe que se las sabia todas, agil de reflejos.

– Agata, dejanos solos -pidio-. Yo me ocupare de…

– Ya no es necesario, senor Poncela -dije yo.

Mantuvo su autocontrol de empresario habituado a lidiar con toros feroces, pero el temporal que crecia a su alrededor era otra cosa. Los ojos de su esposa eran una suerte de olas y vientos azotandole. Yo estaba alli, y tambien el maletin, a mis pies. Lo cogi yo, por si acaso.

– Agata -repitio, implorante.

– Hable, senor Ros -me pidio ella.

– Anoche no estaba seguro de lo que usted compraba -me dirigi a Poncela-, ni tenia lo que yo se suponia que le estaba vendiendo. Pero usted no me dejo hablar. -Sonrei con mala uva-. En realidad me meti en esto sin saber de que iba la pelicula. Hoy todo es distinto. Su coche esta abajo, y aqui tiene el resto.

Le arroje el maletin. Tuvo que encajarlo sobre su pecho. Fue su unico movimiento.

– Esta usted…

– Loco, si, me lo han dicho esta manana.

Me senti cansado. El resto era cosa de ellos. Inicie la retirada sintiendome libre. Creia que era el fin. De pronto me acorde de los negativos. Me detuve para sacarlos del bolsillo y darselos cuando algo me detuvo. Constantino Poncela actuo como un idiota. A punto de perderlo todo y aun asi actuo como un idiota, aunque gracias a el supe la penultima verdad.

Abrio el maletin.

Queria comprobar que sus malditos sesenta mil euros seguian alli.

Al levantar la tapa su cara cambio.

No tanto como la mia.

– ?Que significa…? -empezo a protestar.

Yo ni siquiera pude hablar.

Revistas.

Revistas de moda y algun periodico, sin cortar, a bulto, solo para dar sensacion de peso. El perfecto camuflaje.

Para el perfecto imbecil.

Yo.

Constantino Poncela y su esposa me miraban, aunque de distinta forma. Rabia en los del hombre, curiosidad en los de la mujer. Habria deseado fundirme, pero la rafaga de frio que me atraveso la espalda me lo impidio.

– ?A que esta jugando? -me escupio con desprecio.

– A nada, se lo aseguro.

Mi sorpresa era real, se daba cuenta.

– Entonces ?que significa esto?

En el fondo, olvidando que el dinero no era mio y que era mucho, superada la primera sorpresa, tenia ganas de echarme a reir. A carcajadas.

– Significa que alguien ha sido mas listo que usted y que yo, senor Poncela.

– ?Me esta tomando el pelo?

– No, se lo aseguro.

Pasaba de su mujer. Creo que estaba seguro de poder arreglarlo. Unas cuantas mentiras y eso seria todo. Volvia a ser el empresario implacable que no duda ni vacila ante nada. Arrojo el maletin sobre una silla y dio un paso hacia mi, con los punos cerrados, dispuesto a terminar con lo que Placido no pudo la noche pasada. Me tenia ganas.

Y yo estaba hecho polvo.

Algo le detuvo.

– ?Constantino!

Los dos miramos a su mujer.

– ?Agata! -grito aun mas el-. ?No ves que…?

– Dejale ir -advirtio ella.

– ?No puedes! ?Tu sabes…!

– ?Que ahi habia sesenta mil euros? -sugirio Agata Garrigos.

Su marido se quedo blanco. Yo aproveche el momento para darle la puntilla. Le entregue los negativos de sus fotografias con Laura. Le basto abrir el sobre para comprender de que se trataba.

– Despues de todo -dije-, ha pagado por ellos.

Miro los negativos, me miro a mi, miro a su esposa. Ella, por si acaso, cogio las fotografias de nuevo. Ya no me impidio llegar a la puerta de la habitacion.

– Me han ayudado mucho, los dos -dije a modo de despedida-. Por lo menos se que puedo tacharles de mi lista. No creo que les mataran ninguno de ustedes.

– ?Matar? ?De que…?

Ni Agata Garrigos ni yo le hicimos caso. Estaba acabado.

– Suerte, senora Garrigos. -Emplee su nombre de soltera.

– Lo mismo digo, senor Ros -me deseo ella.

Camine en busca de la salida. No me costo encontrarla. Nadie me corto el paso. Por detras escuche el renacer de sus voces, airada la de el, calmada la de ella. Una mujer singular, y, finalmente, fuerte.

Al llegar a la calle vi a Placido inspeccionando el Audi con cara de desconcierto. El tenia mas huellas del spray de Julia. Parecia recien salido de una mala sesion de rayos UVA, ojos entumecidos, cara color frambuesa. Cuando me vio salir de casa de su amo se le cruzaron los cables. No supo que hacer. Era la ultima persona del mundo a la que imaginaba que podria encontrar por alli.

– No tomes tanto el sol, chico -le previne-. Las llaves estan en la guantera. Y buscate un nuevo trabajo. Estas en el paro.

Me recordo al extraterrestre de Ultimatum a la Tierra. Estuve a punto de decirle las palabras magicas: «Klaatu barada nikto», para ver si reaccionaba.

Me olvide de el al ver un taxi, pararlo y meterme de cabeza dentro.

XXXII

Pase de ir a por mi coche. Cada segundo contaba. Sabia que era inutil volver atras, pero… lo hice.

Y creo que no solo por el dinero, que a fin de cuentas habria devuelto igualmente a los Poncela.

El taxi le piso a fondo cuando le dije que era una urgencia y le pagaria el doble de lo que marcase el contador. No se anduvo con chiquitas. Me dejo en la travesera de Les Corts, en el lado del Nou Camp, en un tiempo record. Cruce la calzada, atravese los jardines Bacardi y me precipite a la carrera sobre el edificio de Julia. Llame a su timbre sin obtener respuesta. Llame a todos los timbres para que alguien me abriese. Y alguien lo hizo. Siempre hay una incauta a la que basta con escuchar un «Yo» para que pulse el boton de apertura de la puerta de la calle. Pase por delante de la garita de la porteria. Una voz quiso retenerme:

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