esperanza. Pero nadie se fijaba en ella. Alli dentro era una mas, aunque sin camara fotografica.
– Se acabo -suspiro rendida.
Dio media vuelta y salio de la sala principal dispuesta a enfilar las escaleras que la conducirian a la planta baja. Se detuvo un segundo frente a una estatua, por simple inercia, porque era una talla impresionante, y entonces alguien paso por su lado.
Escucho el susurro en su oido.
– Sigame.
No se sobresalto. Contuvo incluso el deseo de volver la cabeza abruptamente. Retomo la marcha y fue tras los pasos del misterioso personaje fingiendo mirar a ambos lados. De espaldas parecia un hombre mayor, caminaba ligeramente encorvado y mas que levantar los pies los arrastraba. Vestia un gastado traje occidental y los cabellos que orlaban la laguna de su nuca eran blanquecinos, mas bien amarillentos.
Los dos descendieron por las escalinatas.
Salieron al exterior.
A los diez pasos, delante de uno de los ventanales de la izquierda y frente a la alta palmera que dominaba aquella zona del jardin, el hombre se detuvo y se coloco de cara a ella. No se habia equivocado, era un hombre mayor, con bolsas en los ojos, mejillas flacidas, papada de gallo y cabello amarillento. Llevaba gafas para corregir una fuerte miopia.
Su rostro denotaba tension.
– Vayase -fue lo primero que le dijo-. Esta en peligro. Joa esperaba cualquier cosa menos aquella advertencia.
– ?Quien es usted?
– Eso no importa -su ingles era bueno, mejor que el del inspector Sharif, aunque con marcado acento arabe, de aristas duras y tono cortante-. Vayase de El Cairo, vayase de Egipto.
– ?Me ha citado aqui, de forma tan misteriosa, con esa enigmatica nota en la puerta de mi hotel, para decirme eso?
– Queria saber si era quien se supone que es, de ahi la sencilla clave. Si usted la interpretaba…
No le dijo que era un tanto melodramatico. Habia demasiadas preguntas que hacer.
– ?Como sabia que estaba en Le Meridien si apenas llegue anoche…? -de pronto recordo que se lo habia dicho a Gonzalo Nieto por telefono-. ?Usted hablo con el antes de…!
– Por favor… -la detuvo mas y mas dolorido.
– De acuerdo -se cruzo de brazos-. Ha dicho que si interpretaba la clave usted sabria que soy quien se supone que debo ser. Muy bien: ?quien se supone entonces que soy?
– La hija del profesor Julian Mir.
– ?Conocio a mi padre? -Joa alzo las cejas.
– Si, por supuesto. Un gran hombre, un buen arqueologo, como Gonzalo Nieto -su expresion se revistio de angustia al recordar por que estaban alli, y paseo una nerviosa mirada a su alrededor antes de insistir-: ?Vayase, senorita, por su bien, vayase!
– No pienso hacerlo -fue categorica.
– Por favor… -parecia a punto de echarse a llorar.
– Digame quien es usted.
– Un viejo amigo, nada mas.
– ?Su nombre?
– No, no… -movio la cabeza de lado a lado y abrio ambas manos con impotencia-. Es demasiado… complicado.
– Entonces digame por que estoy en peligro.
– ?Mataron al profesor Nieto!
– ?Que encontro? Me hizo venir desde el otro lado del mundo asegurandome haber dado con algo.
– ?De que le hablo exactamente?
– De una puerta, o una llave para abrirla.
El hombre cerro los ojos, subitamente cansado. Sus labios expulsaron una bocanada de aire.
– Su padre desaparecio, ?verdad? Y ahora han matado al profesor. ?No le dice nada todo esto?
Oficialmente Julian Mir estaba desaparecido, si. La realidad era demasiado insostenible. ?Como revelar que habia subido de forma voluntaria a una nave extraterrestre, siguiendo los pasos de su esposa, una de las cincuenta y dos hijas de las tormentas? Opto por seguir formulando las preguntas en lugar de responder.
– ?Encontro algo Gonzalo Nieto en las excavaciones del Valle de los Reyes?
– El tenia una teoria.
– ?Cual?
– No hablaba de ello. ?Un cientifico solo habla cuando esta seguro de lo que dice! ?Nada de especulaciones! Llevaba dias excitado. Pero esa tumba apenas si esta empezando a mostrar sus secretos. Hay muy poco excavado aun.
– Tuvo que ver algo.
– No lo dijo -lo justifico abriendo de nuevo las manos.
– ?Le hablo de mi?
– Iba a llamarla. Y la llamo, puesto que esta aqui. Yo le pregunte, pero solo me devolvio una sonrisa. El profesor Nieto siempre sonreia, feliz. Dijo que solo usted lo entenderia.
– ?Solo yo?
– Si.
Iba a perderle. Alargaba lo que podia la conversacion, para liarle, hacerle soltar la lengua, provocar su rendicion, pero el hombre se agitaba mas y mas, mirando de forma acusada y temerosa a su alrededor.
Jugo fuerte.
– ?Que sabe de los Defensores de los Dioses? Provoco la reaccion que esperaba. Incluso mucho mas. Su interlocutor quedo paralizado. Su mandibula inferior se descolgo falta de vida. Sus ojos la taladraron con un destello de miedo.
– ?Como…?
– ?Donde estan?
– No existen -lo nego con un exceso de enfasis-. ?De donde ha sacado…?
– Es su forma de matar, ?no? Tres dagas. Y siguen protegiendo a los dioses.
– ?Es una leyenda!
– Si es asi, alguien quiere desenterrarla. ?Es por eso por lo que estoy en peligro?
– Queria advertirla, prevenirla -el hombre se rindio.
Dio un primer paso atras.
– No se marche, espere.
Le fue imposible retenerlo.
– Salga de este pais.
– ?De que tiene tanto miedo?
– ?Vayase!
Pudo haberlo alcanzado, pero ni lo intento. Le basto con ver su expresion mientras reculaba lejos de ella. En aquel momento surgio un enjambre de japoneses procedentes de la puerta del museo y la figura del huido quedo devorada por su presencia. El medio centenar de orientales se precipito hacia el exterior, siguiendo a un guia que hacia ondear una banderita por encima de su cabeza.
Para entonces, el hombre ya habia desaparecido.
9
Sintio la tentacion de pasarse por la embajada de Espana en Egipto, pero decidio no hacerlo. Todo lo que pudieran decirle ellos, se lo habrian dicho ya a Carlos Nieto. En cuanto a su detencion temporal por parte de Kafir Sharif…, era mejor olvidarla. No tenia nada contra ella, salvo que la victima la habia llamado por telefono. A ella,