a un museo espanol y… ?a quien mas? Habia quedado con el hijo de Gonzalo Nieto para cenar. Para eso faltaban todavia poco menos de dos horas. Llevaba la misma ropa que se habia puesto por la manana, a toda prisa, para acompanar al policia hasta su comisaria. No era una cena especial, solo el momento de compartir dos soledades y quiza rendir un pequeno tributo de amistad al hombre asesinado, pero aun asi no se sintio comoda. Llevaba todo el dia sudando y por la manana no habia podido ducharse.

Lo necesitaba.

Detuvo uno de los taxis blancos y negros en las inmediaciones del museo y dio el nombre de su hotel. Ya no trato de orientar al conductor. Al diablo con eso. El taxista se dedico a contemplarla en todos los semaforos y en todos los embotellamientos, pero de manera discreta. Y ademas se dio mana, aunque un par de veces estuvo a punto de matara un peaton indisciplinado o pegarsela contra otro coche, porque a la que podia se lanzaba a tumba abierta. Una de las frases que Joa conocia en arabe era «ala malek», «mas despacio», y aprovecho para decirsela. Las calles de El Cairo eran un clamor de bocinas impacientes y gritos dirigidos a cualquier parte. Y decian que Barcelona o Madrid estaban imposibles.

– ?Italia? -le pregunto el conductor en una de las pausas.

– No, Kazajstan -fue rapida ella.

Demostro que no tenia ni idea de que le hablaba porque no volvio a abrir la boca.

Llego al Le Meridien Pyramids y subio a sus suites pensando exclusivamente en la ducha, asi que cuando aterrizo en la habitacion solo hizo dos cosas antes de meterse bajo el agua: la primera, asegurarse de que el mensaje con el cartucho de Tutankhamon seguia en el bolsillo de su albornoz; la segunda, romperlo y reducirlo a minusculos papelitos.

El agua la libero del calor y vivifico su piel y su cuerpo.

Se quedo bajo el chorro liquido cinco o seis minutos, con los ojos cerrados y la mente en blanco. Al salir de la inmensa banera se seco delante del espejo y observo su imagen, su blanca desnudez. El cabello, rojizo sin llegar a convertirla en una pelirroja nata, le llegaba ya por encima de los hombros.

A David le gustaba asi.

Lo imagino alli, con ella.

Sintio sus manos y se estremecio.

?Por que hacia todo aquello sola? ?Por que no le queria a su lado cuando, aparte de su abuela, era la unica persona que tenia y tanto le necesitaba? ?Se negaba a si misma la maravilla del amor?

Le habia preguntado al hombre del museo de que tenia miedo, y era la misma pregunta que podia hacerse a si misma. ?Miedo de arrastrar a David a lo desconocido? ?Miedo de que sus poderes fueran en aumento y se convirtiera en un peligro? ?Miedo de ser, al fin y al cabo, un monstruo, mitad humana y mitad alienigena?

?Miedo de que, un dia, tambien ella abandonara la Tierra?

?Acaso la vida no era aprovechar cada momento de felicidad?

– David… -susurro.

El amor, por inesperado, la habia sorprendido tanto…

Se obligo a dejar de pensar en el y reacciono. Primero se seco el pelo. Despues se vistio con la misma ropa informal que siempre solia llevar pero mas acorde con una cena. Por ultimo se sento en la cama, alargo la mano y tomo su neceser de viaje.

El cristal estaba alli.

No tenia que haber salido sin el.

Lo sostuvo en su mano. Siempre le maravillaba su poco peso. Una pluma. Volvia a ser de color rojo. Habia cambiado a verde al llegar la nave pero despues habia recuperado su color. Un ovalo alargado y perfecto. Ya no le quedaban dudas de que era una especie de signo de identidad, un codigo de barras o un chip. Todas las hijas de las tormentas habian aparecido en la Tierra con uno. Todas se lo habian llevado de vuelta…, salvo su madre.

?Por que?

?Por que se lo dejo a la abuela? ?Para que lo recibiera ella?

Se pregunto si las otras dos mujeres que, como su madre, dieron a luz en la Tierra tambien se lo habrian cedido o dejado a sus propias hijas… Como una herencia.

Ella habia colocado una cinta de cuero a un viejo camafeo comprado en un mercadillo en cuyo interior el cristal encajaba perfectamente. Asi podia llevarlo colgado del cuello, sin separarse de el, como se lo vio a Maria Paula Hernandez, la pintora de Medellin. Esta vez se lo puso.

Se sentia mejor, mas protegida y a salvo, cuando lo llevaba encima, aunque ese era su unico adorno. Nunca lucia anillos, ni pendientes, ni pulseras o collares. Solo su reloj. No era coqueta. De adolescente quiso fundirse, diluirse tantas veces…

Sentirse diferente, ahora, seguia turbandola.

Tenia el tiempo justo para llegar a su cita, asi que dejo de sumergirse en sus pensamientos, se levanto y miro por la ventana en direccion a las piramides. Queria visitarlas, sentir aquella emocion. Pero al dia siguiente se dirigiria al Valle de los Reyes, atravesando un buen pedazo de Egipto de norte a sur. Las piramides esperarian.

Llevaban alli miles de anos.

Cuando salio del ascensor y atraveso el hall para dirigirse a la calle los vio.

Reaccionaron mal, se quedaron como galvanizados al verla y se pusieron en pie de un salto. Casi chocaron entre si. Fingian mirar hacia todos lados pero en realidad, aunque de reojo, no le quitaban la vista de encima. El arabe de la manana no tenia nada que ver con ellos. Estos si eran policias.

Joa cambio el rumbo de sus pasos y fue hacia donde se encontraban. Los pobres no supieron que hacer. Ya no pudieron disimular.

– Diganle al inspector Sharif que voy a cenar con Carlos Nieto, ?de acuerdo? Hotel Cosmopolitan.

No supo si la habian entendido. Ninguno de los dos dijo nada. Pero cuando se dio media vuelta y creyeron que se habia alejado lo suficiente, empezaron a discutir echandose las culpas el uno al otro.

El taxista que la devolvio al centro era hablador y conocia las suficientes palabras en ingles como para atormentarla con una conversacion en la que ella solo asintio y sonrio algunas veces, sin que se diera por enterado de que no queria chachara. La dejo en el hotel de Carlos Nieto a las siete y treinta y cinco minutos y nada mas cruzar el umbral se lo encontro sentado en una de las butacas del hall. El tambien llevaba ropa informal, pantalones de hilo y camisa abierta, aunque adecuada para una cena. Incluso se habia puesto una liviana chaqueta que le conferia un aire de profesor de literatura en una escuela de nivel.

Superaron las primeras trivialidades verbales, los comentarios acerca de su aspecto, y salieron a la calle. Tal y como le comento al mediodia, por la zona habia multiples restaurantes para todas las opciones. Carlos le pregunto que le apetecia y ella se limito a decir que le daba igual. ?Comida arabe e internacional? De acuerdo. El lugar escogido se llamaba Khan El Khalili.

No hablaron de nada relativo al asesinato hasta despues del primer plato: la especialidad de la casa para ella, que consistia en una ensalada servida sobre pan tostado, con pavo turco, tomate y un monton de aditamentos, y moussaka para el, berenjenas, carne, hierbas y gratinado con bechamel. Entonces si, porque se quedaron sin motivos de conversacion. Los habian gastado todos.

– ?Llevaba tu padre algo de valor encima esa noche?

– No, su reloj, su anillo de casado, su cartera…

– Ni siquiera pretendieron disimular un robo.

– No.

– He hecho averiguaciones sobre eso de las tres dagas

– Joa bebio un largo trago de agua-. Una secta milenaria llamada los Defensores de los Dioses mataba asi a los que sentenciaban a muerte. Cada una de esas dagas aniquilaba una parte del cuerpo: la garganta, la cabeza y el corazon.

– ?Por que sentenciaron a muerte a mi padre?

– Encontro algo, o vio algo, esta claro.

– ?No te parece muy truculento?

– ?Lo de la secta milenaria? Es posible. Pero esto es Egipto. Aqui las historias y las viejas leyendas cuentan. Incluso puede que alguien trate de confundirnos con eso. ?Te ha dicho algo mas la policia?

– No.

– Yo he tenido una extrana conversacion con un hombre.

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