Joa retrocedio a su lado y tambien se arrodillo para abrazarla. La nina apoyo la cabeza en su regazo, abandonandose. Su respiracion era fatigosa.
– Un… minuto -suspiro-. Solo… un minuto.
– Tranquila -Joa le beso la frente.
– Es… por mi culpa…
– Sea lo que sea, hemos llegado hasta aqui. Y ya nadie va a detenernos. -Joa…
– ?Si, Amina?
– ?Por que no me lo has pedido?
Sabia a que se referia.
– Esperaba que tu me lo dieras.
La chica se llevo la mano al pecho. Llevaba los tres cristales colgando juntos, bajo la camisa. Se quito el cordon con el camafeo de Joa y se lo entrego con un deje de solemnidad y rendicion. El cristal robado en Mali lo tenia atado con el suyo.
– Dale el de los dogones a David -le pidio Joa-. Que cada uno lleve un cristal, por si acaso.
La obedecio, sin replicar. Lo separo del suyo desatando algunos nudos y se lo tendio a su companero, que se lo guardo en un bolsillo. Los tres cristales emitian un leve reflejo que seguia siendo blanco.
Amina acaricio el que colgaba de su cuello y miro a Joa con afecto.
– ?Estaremos juntas…? -le pregunto.
– Si -sonrio ella.
– Deberiamos continuar -dijo David.
– ?Estas bien? -pregunto Joa a Amina.
– Si, solo necesitaba parar un poco -la chica solto una bocanada de aire.
Ninguno queria plantear la gran incognita: ?como regresarian?
El camino era unicamente de ida.
Sin retorno.
Amina se puso en pie. Comprobo la resistencia de sus piernas, llevo aire a sus pulmones y dio el nuevo primer paso. Joa siguio a su lado, por si acaso. Vio como la chica apretaba las mandibulas en un claro gesto de determinacion.
La siguiente camara abovedada aparecio llena de antorchas apiladas en el suelo. La madera de algunas estaba podrida, pero en otras se mantenia extranamente firme, dependiendo de su naturaleza. Los trapos que las envolvian, pese a estar secos, servian para hacer fuego. A un lado vieron piedras, paja y yesca no menos podrida.
– Coged todas las antorchas que podais cada una -sugirio David-. Dame las cerillas, Amina.
Prendio una, que sostuvo en alto, y cargaron bajo los brazos varias mas. De la boveda partia un nuevo corredor, con objetos diversos a ambos lados. No era una tumba, pero alli habia vasijas, sillas, recipientes de todas las capacidades, una barca, adornos y estatuas de tamano medio. Una escalera de piedra, en forma de caracol, insolita, les condujo de nuevo hacia el interior de la tierra, veinte o treinta metros mas. Habian dado tantas vueltas que ya no sabian la distancia recorrida desde la entrada al recinto en Al-Eriat Khunash.
Entonces Joa percibio que se agudizaba la sensacion experimentada cuando habia salido de su cuerpo y flotado por encima de las casas…
Toda aquella energia…
– ?La sientes? -le pregunto a Amina.
– Si.
– Estamos cerca.
David abria la marcha, con la antorcha diseminando su brillo fantasmal a su alrededor. Se volvio para mirarlas.
– ?Que te sucede, Joa? -se alarmo el-. ?Que os sucede a las dos?
– David, esta aqui -sonrio con dulzura infinita.
– ?Ya…?
Fueron los ultimos peldanos. Acabo la escalera y se encontraron en una nueva camara con otra puerta al frente, en diagonal.
Bajo el crepitar de la antorcha, que se consumia muy rapido, supieron que, ciertamente, el camino llegaba a su termino.
En cada una de las paredes vieron el formidable relieve de los cuatro dioses que acompanaban a la cruz del Nilo en la TT 47 y en Karnak: Amon, Ra, Aton y Nut.
Y en el suelo, con su poco ortodoxa forma de segmentos largos y cortos, la propia cruz.
Joa y Amina se detuvieron.
Sin atreverse a pisarla.
Atrapadas por su magico influjo.
David en cambio llego hasta la siguiente puerta.
– ?Oh, Dios mio! -le oyeron gemir.
54
Se encontraron de nuevo en una especie de inmensa cueva. El resplandor del techo de piedra, como si la luz se filtrara por alguna parte y fuera rebotando por el espacio, apenas si alcanzaba el suelo, que era completamente liso y circular. No habia murcielagos. Solo un silencio que tenia visos de eternidad. Dejaron las antorchas para poder moverse libremente.
– Separemonos -aconsejo David-. Vayamos cada uno por un lado.
Joa se aparto de Amina y se dirigio al centro.
– ?Ten cuidado! -quiso detenerla el. Le basto con ver su cara. Resplandecia.
– Estamos en ella, David -la de Amina tambien brillaba-. Es nuestra puerta.
– Aqui no hay nada -David abarco el lugar con la mirada moviendo la antorcha de lado a lado.
Joa camino dejando un rastro de huellas a su paso. El suelo estaba cubierto por una fina capa de polvo. Sentia la dureza de la piedra bajo sus pies, pero la energia que percibia se le antojaba mas y mas balsamica. Era como sumergirse en una masa de algodon que se introducia por su cuerpo y le hacia cosquillas en las terminaciones nerviosas. Una fuente invisible de luz transparente que provenia del centro y era muy fuerte, extraordinariamente intensa. Esa misma energia catapultaba sus sentidos, los multiplicaba aumentando su capacidad. Tuvo deseos de gritar.
Se detuvo de pronto, cuando sus pies abandonaron el roce de la piedra y entraron en contacto con algo distinto, de otra solidez.
Se agacho, aparto el polvo y descubrio el metal.
Casi pudo sentir la vibracion.
Como si aquello estuviese vivo.
– ?Aqui, venid!
Se arrodillaron, uno a cada lado, y la ayudaron a quitar el polvo con las manos.
Una superficie curva, hecha de un metal casi blanco, fue formandose alla donde retiraban el polvo.
– ?Cuanto debe de medir esto?
– Vamos a verlo.
Joa fue por la izquierda, con Amina iluminandola. David por la derecha. Primero retiraron el polvo del borde, para comprobar el diametro de la plataforma. Cuando se reunieron de nuevo y examinaron el resultado de su trabajo, se encontraron con una circunferencia de unos diez metros de diametro.
– Aqui hay algo -senalo Amina.
Cerca del borde, a sus pies, vieron un hueco no muy grande.
Joa saco su cristal y lo introdujo en el. Se adaptaba perfectamente. Entonces vibro.
– ?Sacalo, Joa! -aconsejo David-. Primero hemos de estar seguros de lo que vaya a suceder.
Le obedecio, aunque a duras penas. Ahora ya no dijeron nada. Retiraron un poco mas de polvo, ampliando la