– Voy a gritar -anuncio ella.

– No nos obligue a hacerle dano -la previno franqueando a ambos el acceso a la habitacion-. Seria un gesto inutil -y dirigiendose a ellos agrego-: Metedlo todo en su bolsa de viaje y pagad la cuenta. Nos vamos en cuanto todo este listo.

– ?Adonde? -se puso en guardia Joa.

No obtuvo ninguna respuesta.

Pero tampoco encontro en su animo fuerzas para resistirse.

21

No le quedaba ningun escape. Ellos eran tres y los dos gorilas tenian pinta de eso mismo, de gorilas, no de jueces. Resistirse era arriesgarse en exceso. El miedo parecia haberla paralizado de golpe.

Jueces, guardianes… Si ninguno tenia a su padre, ?quien mas estaba metido en todo aquello? ?Quien se lo habia llevado? ?Y si se habia perdido solo? ?Y si habia dado con su madre? ?Y si lo tenian…?

Desde el otro lado de la habitacion miro al cielo, que oscurecia muy rapido en el declinar del dia. En aquellos momentos parecia extraordinario pensar en extraterrestres, tanto como en predicciones hechas cientos, miles de anos antes por parte de unas criaturas primitivas. Sonaba irreal. El atardecer era hermosamente dramatico. Hermoso por su belleza. Dramatico porque iban a llevarsela y no sabia adonde.

– Ni lo intente -la previno uno de los hombres creyendo que pensaba en la posibilidad de saltar por la terraza.

Metian su ropa en la bolsa. Pronto la tendria tan sucia como arrugada. La cartera con los papeles rescatados de la habitacion de su padre en Palenque no habia sido abierta.

Por una vez penso en una posibilidad mas: que junto a la libreta de trabajo de su padre se hubieran llevado tambien alguna otra cosa, la clave de aquella busqueda, de aquel lio, y que por eso no conseguia sacar nada en claro, ni dar con una pista que no existia.

Todavia no habia investigado a fondo.

?Por que no husmeo en los libros acerca de los mayas o en Internet para descubrir algo mas cuando tuvo tiempo?

– Vamos a salir todos juntos -Nicolas Mayoral la sujeto por el brazo con una zarpa de hierro. Ya no era un adusto hombre mayor, sino un chacal con mirada de hielo-. Ricardo pagara la cuenta -era el que llevaba la bolsa de viaje y la cartera con los papeles-, y Sebastian la llevara a usted, ?de acuerdo?

No quiso responder, pero el la obligo cerrando mas su zarpa de hierro en torno a su brazo mientras repetia:

– ?De acuerdo?

– Esta bien -asintio.

– No cree problemas, ni se los cree a si misma -insistio el juez-. Si hubiera colaborado antes no habriamos llegado a esto. A fin de cuentas perseguimos lo mismo: dar con su padre, y quiza con su madre.

Ricardo abrio la puerta. Sebastian paso a ocuparse de ella. Nicolas Mayoral salio el ultimo. Los cuatro avanzaron en direccion a la recepcion del hotel. Joa se pregunto hasta que grado de violencia eran capaces de llegar en su afan de llevarsela. Si gritaba o se resistia, ?que harian?

Miro al hombre que la retenia por el brazo.

Y por entre los pliegues de la chaqueta vio la culata de la pistola.

0 quiza el queria que la viese.

Sebastian le lanzo una sonrisa cargada de cinismo.

Mientras Ricardo se acodaba en el mostrador para atender la cuenta y el papeleo propio de cualquier salida de un establecimiento hotelero, Sebastian, el juez y ella alcanzaron la calle. La camioneta, con los cristales oscuros, estaba estacionada en la parte frontal. La desactivo Nicolas Mayoral con un mando a distancia y fue el que abrio la puerta para que entraran ellos. Esperaron en silencio a que volviera Ricardo con el equipaje.

Fueron menos de tres minutos.

– He dicho que se encarguen del coche -menciono el gorila haciendo referencia al vehiculo de alquiler de Joa-. Por lo demas, todo arreglado.

Se puso al volante despues de colocar la bolsa y la cartera en la parte de atras y conecto el encendido.

– Andando -suspiro el juez.

El hotel Hacienda se hizo pequeno en la distancia.

Joa cerro los ojos, mitad confundida, mitad aturdida. De pronto la inundo una inmensa decepcion. Le habia fallado a su padre. Llevaba seis dias dando palos de ciego. Seis dias, desde la notificacion de la embajada, en los que su vida habia dado un vuelco absoluto. Ya nada tenia un sentido real. Toda aquella frustracion convergia en su miedo y, al mismo tiempo, la hacia exudar rabia.

Una rabia sorda.

Tan poderosa…

Si ella desaparecia no habria nadie a quien avisar. La abuela no contaba. Nadie sabia de su existencia.

– ?Adonde vamos? -repitio la ultima pregunta formulada en su habitacion de hotel.

– Va a examinar esos papeles, y va a hacerlo a fondo -dijo Nicolas Mayoral-. Y si ya sabe algo, le vaciaremos el cerebro, se lo aseguro.

– ?Por que la trata de usted? -pregunto Ricardo-. No es mas que una cria.

– Vosotros los jovenes habeis perdido el sentido del respeto y la proporcion -lo fulmino el juez con un deje de superioridad-. Nuestra amiga es una mujer -la cubrio con una mirada aseptica antes de agregar-: ?Verdad, Georgina?

– ?Vayase al diablo!

Nicolas Mayoral se encogio de hombros y la ignoro a partir de entonces. Contemplo el paisaje por la ventanilla y durante los siguientes minutos nadie abrio la boca. La camioneta circulo por la carretera principal a lo largo de un par de kilometros hasta tomar un desvio polvoriento a la izquierda. En ese instante la adelanto un coche, a mayor velocidad de la permitida. Los lleno de polvo y se alejo hasta desaparecer en el primer recodo del camino.

Joa se inquieto un poco mas.

Aquel parecia un lugar sin retorno. A no ser que fueran a cambiar de coche o se dirigieran a un lugar en el que los esperase una avioneta.

– Pero que… -oyo rezongar a Ricardo.

Todos dirigieron la vista al frente. El coche que los acababa de adelantar menos de un minuto antes se encontraba atravesado en el camino, impidiendo el paso.

Y no habia nadie al volante.

– Maldito idiota -farfullo Sebastian.

– Baja a ver -le ordeno el juez.

Obedecio la orden. Abrio la puerta lateral de la derecha y descendio de la camioneta para aproximarse al vehiculo. Era un compacto. Un coche de alquiler. Desde sus posiciones vieron a Sebastian caminar hacia el. No logro dar mas alla de cinco pasos.

La figura humana surgio de su izquierda. Fue muy rapida. Bastaron dos zancadas para situarse a su lado. Luego una patada proyectada hacia las alturas le golpeo la mandibula con un seco chasquido que llego hasta ellos con nitidez. Sebastian giro en redondo, sorprendido y pillado a contrapie por la electricidad del ataque. Antes de que se venciera hacia atras, un segundo impacto, con la otra pierna, le hizo dar practicamente una vuelta sobre si mismo.

Quedo tendido sobre el camino, inmovil. Para entonces Joa habia reconocido ya a David Escude.

Ricardo reacciono tarde y mal. Quiso abrir la portezuela y sacar su arma al mismo tiempo. El cuerpo de Sebastian aun se movia despues de su aterrizaje de emergencia cuando ya David estaba junto a la ventanilla y le disparaba un fulminante directo de derecha. Ricardo lo encajo bastante bien, pero perdio toda la iniciativa. David lo agarro por la ropa y tiro de el con violencia, sacandolo de la camioneta sin apenas impedimento. Mientras lo

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