La noche, quiza todo el dia siguiente, hasta el 23.
– ?El ojo del huracan! -grito una voz.
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A lo largo de los siguientes minutos, nadie hablo en la llanura milenaria de Chiehen Itza. Despacio, con la majestuosidad de lo prodigioso, el borde del ojo del huracan se aproximo hasta engullirlos, rebasarlos y situarlos dentro de la chimenea que contactaba el cielo con la tierra a traves de aquel tubo gigantesco, enorme, de muchos kilometros de diametro. Segun los meteorologos el centro exacto de su paso seria a medianoche, y todavia faltaban horas para ello. Empezaron a quitarse los chubasqueros, las capuchas. Aparecieron las linternas en las primeras manos.
Todas las cabezas se alzaban. Todas las miradas iban dirigidas a las alturas, siguiendo el borde circular de la parte superior. Nadie podia impedir sentirse abrumado ante aquella brutal vision de la naturaleza.
La noche se precipito ya de inmediato sobre ellos.
– ?Alguna noticia? -pregunto Julian Mir. Sabian que se referia al espacio. Muchos ojos miraban ese dia las estrellas.
– Estamos dentro de una campana, ya no escuchamos ninguna emisora. Los telefonos moviles tampoco funcionan -hizo un ultimo esfuerzo uno de los hombres de mayor edad, uno de los cientificos que militaban entre los guardianes.
– Aislados -dijo alguien. Joa sintio como su corazon se aceleraba.
– ?Que te sucede? -le pregunto David a su lado al darse cuenta de la circunstancia.
Ella parpadeo.
– No lo se, es como si de pronto… me hubiera quedado… sin energia, agotada.
– Estan cerca -les advirtio la voz de su padre.
– ?Como…?
– Lo se, lo se -apreto los punos sin dejar de mirar el gigantesco circulo abierto sobre sus cabezas. Joa se apoyo en David.
– ?Cuanto falta para la medianoche? -pregunto otra
voz.
Varios ojos centraron su atencion en los relojes.
La primera que lo anuncio fue una mujer joven, de cabello muy negro y muy corto. Su acento era argentino.
– ?Se pararon! -grito-. ?Se pararon los relojes!
– Dios…, esto es algo mas que el ojo del huracan -suspiro Julian Mir-. ?Es una burbuja temporal!
Los relojes podian estar parados, pero fue como si de pronto el tiempo se acelerara. La oscuridad se hizo densa, cerrada. Los haces de las linternas eran como serpientes brillantes moviendose con espasmos. Si el 21 de junio de cada ano Kukulkan, la serpiente emplumada, descendia a la tierra desde el cielo reptando por la piramide de Chichen Itza, aquella noche cuatro docenas de Kukulkanes se movian por entre las ruinas esperando la venida de otros seres.
– ?Como te encuentras? -le susurro David al oido.
– Debil -reconocio Joa-. Se me doblan las piernas.
– Son los nervios.
– No, es mucho mas -se agarro de su brazo y le beso en la oscuridad antes de agregar-: Te quiero.
David se dio cuenta de que sonaba a despedida. Por
encima del subito panico se oyo a si mismo decir con inusitada calma:
– Yo tambien.
El temblor de Joa era mas que perceptible.
– No sucedera nada -quiso tranquilizarla el.
– He de ir con mi padre.
Se aparto de su lado. Le costo dejarla marchar, perder su contacto. Y a ella le costo desplazarse los escasos metros que la separaban de su destino. Algunos se habian arrodillado o sentado en la hierba. Los mas seguian de pie. Joa se abrazo a la cintura de Julian Mir.
– Papa…
El hombre perforaba el cielo con sus ojos.
– Lo se -musito.
– Siento como si alguien… me vaciara por dentro…
– Joa… -la estrecho con fuerza contra si.
Los absorbio un silencio espectral, tan profundo como el huracan, tan enorme como su fuerza, tan denso como aquel infinito que los envolvia y en el cual la Tierra no era mas que una minuscula mota de polvo galactico.
?Quien podia pensar que fuesen el centro de todo?
– Polvo de estrellas -rezo desde una distancia abismal Julian Mir.
Joa ya no pudo responder.
El primer disparo en mitad de la noche, seco y desgarrador, provoco su alarma.
El segundo desperto su percepcion del peligro.
Con el tercero, los gritos de los guardianes se mezclaron ya con los de los invasores, surgiendo por su espalda y a ambos lados.
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El grupo no era mucho mas numeroso que el suyo, pero a diferencia de ellos, llevaban armas. Y parecian dispuestos a utilizarlas.
– ?Quietos!
– ?Atras!
– ?Manos en alto y agrupaos! ?No nos obligueis a disparar!
Julian Mir protegio a su hija. David tambien se puso a su lado. Los primeros guardianes que levantaron las manos fueron los que estaban mas cerca de la zona exterior. Ninguno iba armado. Nadie lo habia creido necesario, maxime para un encuentro en paz. Retrocedieron de espaldas y se mezclaron con los del centro de la explanada, a la izquierda de la escalinata coronada por las dos cabezas de serpiente a ras de suelo. No hacia falta decirlo en voz alta, pero alguien lo hizo.
– Jueces.
Pese a la oscuridad batida por las linternas, Joa reconocio a Nicolas Mayoral. Caminar con su baston con empunadura de plata lo hacia destacar. Era uno de los primeros. No llevaba armas. El trabajo sucio lo dejaba para los demas. Parecia buscar a alguien.
A ella.
Cuando la localizo, barriendo de lado a lado con su linterna, camino en su direccion. No iba solo. Le seguian dos hombres empunando sendas pistolas, los que trataron de llevarsela la primera vez, y otros dos, mas o menos de su edad, flanqueandolo. Uno era alto y enjuto, de rostro enteco y siniestro. El otro, bajo y rechoncho, grasiento. Se le antojaron personajes de opereta. Y no lo eran.
Estaban dispuestos a cambiar la historia. 0 precipitarla.
No hubo mas que un conato de rebelion. Dos jueces lo aplacaron machacando al guardian que lo habia intentado. Quedo tendido en el suelo, con sus companeros apretando punos y mandibulas frente a la bateria de armas.
– Senorita Mir -canto con falsa languidez Nicolas Mayoral deteniendose frente a ella.