– ?Cuando lo sera?
– Lo sabras.
– Mama…
Los jueces de la piramide descendian. La escalinata era tan empinada que dos de ellos acabaron rodando hasta el suelo.
– No… es posible… -apreto los punos Nicolas Mayoral.
Los guardianes se acercaron a la piramide. El Castillo parecia sostener ahora el inmenso plato de luz. Cuando las hijas de las tormentas iniciaron el ascenso por la escalinata, David las conto. Atropellado.
Necesitaba saber…
– ?Son cuarenta y nueve! -casi grito atrapado por su nerviosismo.
Las cuarenta y nueve supervivientes.
Eso dejaba fuera a las nacidas de las tres desaparecidas.
Miro a Joa con un nudo en la garganta. La muchacha apenas si rozaba el suelo. Era como si levitase.
– Julian, fijate.
El padre de Joa no miraba a su hija. Miraba la nave.
Las hijas de las tormentas alcanzaron la cumbre de la piramide. Practicamente tambien ellas eran ya de luz en ese instante.
Una a una, entraron en la luz mayor. La mujer de Medellin, Maria Paula, fue de las ultimas.
– Mama, por favor -suplico mentalmente Joa por ultima vez-. ?Que hago?
La voz de su madre la inundo de amor.
– Debes quedarte aqui. Este es tu sitio.
La hija de las tormentas que cerro la comitiva tambien desaparecio en la luz.
Parecio que eso era todo.
Todo.
Y en ese momento, en Chichen Itza, se escucho un grito desaforado, tan lleno de angustia y dolor, de ansiedad y desesperacion…
– ?N0!
Era Julian Mir, corriendo hacia la escalinata del Castillo.
60
La unica voz que se escucho tras ese grito fue la de su hija.
– ?Papa! Julian Mir tropezo dos veces: una antes de alcanzar la escalinata y otra en los primeros peldanos. La furia y la desesperacion le hicieron alzarse las dos veces, continuar, aunque fuese cojeando. Eso permitio que Joa casi le alcanzara.
Lo llamo al pie de la piramide.
– ?Papa, por favor!
El hombre volvio la cabeza. No lloraba, ni parecia estar sometido a un exceso de miedo o presion. Su sonrisa incluso era desconcertante.
Lo tenia a unos cinco metros. Dado que la escalinata era casi vertical, se le antojo magico, con la nave inundando su cielo, resplandeciente y majestuosa.
Joa asintio con la cabeza. Una vez, dos, tres.
Ella si lloraba.
– Dile que la quiero.
– Lo sabe.
– Diselo.
Julian Mir retrocedio aquellos peldanos. La abrazo y la beso. Muy rapido. Su caricia final fue una promesa:
– Volveremos.
– Si -asintio ella.
Cuando David la alcanzo y se situo a su lado, el arqueologo ya se encontraba a media ascension. Subia en zigzag, con el maximo de urgencia que sus piernas, su animo y su corazon le permitian. No era un joven, pero sacaba las fuerzas del unico lugar posible en cualquier ser humano: la determinacion. La voluntad que puede con todo.
Al llegar arriba, a los pies del pequeno templo rectangular que coronaba la piramide, un rayo de luz le detuvo. Igual que si le escaneara. Cuerpo y mente.
Fue muy rapido, unos segundos.
Cuando entro en la nave desaparecio.
– Te quiero, papa… -le despidio Joa.
– ?Como… le han admitido? -no pudo creerlo David.
– Lo ha hecho ella -se apoyo en su companero.
Ya no hubo mas.
Primero se cerro la puerta. Despues la nave dejo de brillar. En tercer lugar inicio su ascenso. Tan hermosa como al llegar a su horizonte.
La vieron ascender por el ojo del huracan.
Para los jueces, era la derrota. Para los guardianes, el dia mas feliz de sus vidas, aunque se hubiese tratado de un primer contacto que en modo alguno era el que esperaban. Para Joa…
Le quedaba toda una vida, o parte de ella, para pensarlo.
David la abrazo por detras.
– Estoy bien -lo tranquilizo-. Estoy bien.
Pudo transcurrir una hora. Tal vez fuesen dos o tres. Se les antojo un minuto. La nave corono el ojo del huracan y siguio ascendiendo por el cielo, empequeneciendose, empequeneciendose mas y mas hasta desaparecer en la distancia. En ese momento vieron dos aviones de combate cruzando por encima de sus cabezas, buscando, comprendiendo que su presencia ya era inutil. Joa supo que eran estadounidenses. Penso en el coronel Hank Travis.
Cuando la nave desaparecio por completo sucedieron dos cosas mas.
Primero, que el huracan se deshizo, como si nada, y se encontraron bajo un hermoso y placido sol de mediodia.
Segundo, que sus relojes volvieron a funcionar, y en aquellos que tenian calendario aparecio la fecha: 23 de diciembre.
Habia pasado mas de un dia y medio de golpe.
Epilogo
(Nochebuena de 2012, en la riviera maya)
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El cristal volvia a ser rojo. Lo sostuvo en su mano.
– Tu las avisaste, ?verdad? -le dijo esperando una ilusoria respuesta que no llego.
– ?Viste sus caras? -pregunto David.
– Volvian a casa.
No sono a lamento, ni a felicidad, envidia o sorpresa. Fue tan solo un modo de decirlo.
Dejo el cristal en la mesita de noche, junto al reloj y el periodico, y se volvio hacia el.
En la penumbra, sus cuerpos resplandecian. Todavia humedos.
Sus manos se encontraron en el centro de aquella geografia acotada por la cama. No habia mas horizonte.