pocos formaban un circulo para vigilarlos, el resto tomo posiciones a lo largo y ancho de Chichen Itza, previendo cualquier punto de toma de tierra.

Unos, los mas, subieron a lo alto del Castillo, dominando la piramide y todo el ambito de las ruinas; otros cubrieron el observatorio, mas alejado del centro; los menos se quedaron en los templos de Chac Mool y de los Guerreros al este, y el de los Jaguares y el Juego de Pelota al oeste.

Los relojes no funcionaban, pero sintieron el lento e inexorable paso del tiempo.

El ojo del huracan se desplazaba a camara lenta. Todos miraban al cielo con diferentes sentimientos.

– Hablame de tu esperanza -susurro David al oido de Joa.

– No puedo explicartelo.

– Me fio de ti. Es lo unico que tiene sentido en esta locura.

– La esperanza es amor, no significa victoria.

– ?Quieres decir que… vamos a morir, que esos fanaticos haran estallar sus cargas y acabaran con el futuro?

– No lo se -Joa apoyo la cabeza en su hombro.

– Si vuelan esto, la profecia maya se habra cumplido -le recordo el-. Ellos no hablaban del mundo en general, de toda la Tierra, sino de su mundo, este. No habra conciencia superior, ni evolucion, ni nada. Habra una matanza en toda regla. Eso, suponiendo que ellos no vuelen el planeta como represalia o que si estalla la nave o lo que sea no vaya a producirse un cataclismo con el mismo resultado, igual que sucedio con la extincion de los dinosaurios.

Joa miro a su padre.

– Papa.

– Si, carino -desperto de su abstraccion.

– ?En que piensas? Le dirigio una sonrisa de aliento.

– ?Te creeras si te digo que tambien siento tu esperanza como si me alcanzara?

– Tengo un presentimiento.

– ?Bueno o malo?

– Una moneda tiene dos caras. Una no se entiende sin la otra. Mi presentimiento es igual.

Uno de los jueces se planto delante de ellos. Era joven, no alcanzaria los treinta anos. Sostenia algo parecido a una ametralladora. No entendian de armas, pero si de expresiones. La suya era dura, petrea, tan inflexible como su tono de voz.

– ?Quereis callaros!

Durante anos los fanaticos se habian inmolado para matar a otros semejantes. Y la historia seguia.

Estaban alli. Tan dispuestos y felices.

Quiza fuese una noche eterna, quiza amaneciese pronto. Continuaron transcurriendo las horas.

El silencio llego a ser tan denso que casi les costo escucharse entre si.

Silencio y oscuridad. Hasta que de pronto… Primero se hizo la luz.

Venia del cielo, caia en vertical justo en la perpendicular de la piramide, como si el centro perfecto del ojo del huracan estuviese encima. Al incidir en ella, en sus nueve niveles, se expandio alcanzando toda la superficie de Chi-chen Itza. No era una luz cegadora, sino calida. La luz del reencuentro.

– Estan aqui -se incorporo Julian Mir.

Los guardianes le imitaron. Tambien Joa y David. Nadie les prohibio hacerlo. Los jueces estaban demasiado pendientes del fenomeno. Solo Nicolas Mayoral hizo escuchar su voz.

– ?Atentos!

Lo estaban, no era necesario recordarselo.

Ya no sabian si era de noche o de dia. La escena mostraba tintes fantasmagoricos. Una suerte de cielo en la tierra, o de paraiso en el que angeles y demonios compartian un mismo espacio. Algunas armas apuntaban hacia arriba.

La espera final.

La nave aparecio muy despacio, solemne. Surgio del este, alcanzo la superficie exterior del ojo del huracan y descendio por el. Era circular, exactamente del mismo tamano que el ojo y, por lo tanto, enorme, gigantesca. Parecia solida, pero tambien estar formada de energia. Desprendia corrientes electricas azuladas. No se adivinaban resquicios, ventanas, salientes. Ofrecia una imagen hermetica y solida.

Y sin embargo era hermosa. Tal vez lo mas hermoso jamas visto.

Joa sintio como le caian dos lagrimas de los ojos. La expresion de su padre era la de un nino viendo la primera magia de su vida.

David no respiraba. Ningun ruido.

– Tenemos que advertirles del peligro -se repuso David.

– Lo saben -susurro Joa.

– ?Que te sucede?

La muchacha no respondio. Dio un paso al frente. Entonces, de los cuatro puntos cardinales que envolvian a las ruinas, surgieron ellas. Las hijas de las tormentas.

– ?Estan aqui! -grito uno de los jueces al darse cuenta.

– ?De donde han salido?

– ?Que no avancen, cogedlas! -ordeno un tercero.

– ?No, dejadlas! -pidio Nicolas Mayoral-. Que lleguen a la nave y que entren, no importa. ?Necesitamos un acceso para entrar tambien nosotros!

Joa dio un segundo paso.

– Carino… -intento detenerla su padre.

– ?Oh, Dios! -vacilo David al comprender lo que estaba sucediendo.

Ninguno de los dos logro sujetarla. David se coloco delante. El rostro de Joa reflejaba su animo, su paz, toda aquella esperanza de la que le habia hablado un rato antes.

– Joa, no -le suplico.

La sonrisa de la chica le desarmo.

La escena se convirtio en un ballet sin musica. Las hijas de las tormentas caminando hacia la escalinata principal de la piramide, la de las dos cabezas de serpiente; los jueces siguiendolas; los guardianes convertidos en un coro de testigos simbolicos.

De la parte de la nave situada a un metro del templo de la piramide fluyo otra luz. Un acceso.

– ?La puerta! -grito Nicolas Mayoral.

Los jueces que se encontraban en la cima del Castillo fueron los primeros sorprendidos. No tenian mas que penetrar en la luz.

En ese instante toda la nave se ilumino.

No fue cegador. Fue igual que si se pusiera en marcha una gran pantalla de cine. Podian mirarla sin pestanear. Sentirla.

Sucedieron muchas cosas al mismo tiempo.

La primera, que las armas de los jueces recibieron cientos de pequenos rayos luminosos de color rojizo. La segunda, que las ataduras de los guardianes recibieron cientos de pequenos rayos luminosos de color verde. La tercera, que, dirigidas a las cabezas de las hijas de las tormentas, los rayos fueron de color azulado.

Las armas de los jueces se fundieron. Tuvieron que soltarlas para no quemarse. Las bombas se evaporaron. Las ataduras de los guardianes se cortaron.

Joa no sintio el rayo azulado en su mente. Pero si una voz.

– Todo esta bien, hija. Te quiero.

– Mama…

– No elegimos el modo en que queremos existir. Nacemos con el, igual que un sello indeleble.

– Te quiero.

– Y yo a ti, mi nina.

– ?Vas a volver?

Temia la respuesta, aunque ya la conocia. Aquella esperanza anterior se la habia dado. -Aun no es el momento.

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