Sir Thomas pidio como primer privilegio permiso para besar la mano de la Reina. Esta se lo concedio, declarando que no tenia mas remedio que obedecer. Pero le sonrio muy afectuosamente y me di cuenta de que lo hacia para irritar a Robert.

Aquella noche baile con Robert; sus dedos apretaban con firmeza los mios y las miradas que intercambiabamos estuvieron plenas de significado.

—Hace mucho que me he fijado en vos —me dijo.

—?De veras, senor? —conteste—. No habia caido en la cuenta; crei que solo teniais ojos para la Reina.

—Habria sido imposible no ver a la dama mas bella de la Corte.

—Oh —exclame burlona—•. Eso huele a traicion.

Segui burlandome de el, pero cada vez se mostraba mas ardiente. Sus intenciones se hicieron tan claras que le recorde que era una mujer casada y que el estaba en situacion parecida a la de un hombre casado. Me contesto que habia ciertas emociones demasiado fuertes para rechazarlas, fuesen cuales fuesen las barreras que pretendieran contenerlas.

Robert no era un hombre ingenioso. No era dado al lenguaje florido o a las respuestas habiles. Era directo, franco, decidido y no hacia ningun secreto del motivo de su interes por mi. Esto no me molestaba en modo alguno. Mi pasion era similar a la suya, pues instintivamente sabia que con Robert podia alcanzar una plenitud que no habia alcanzado hasta entonces. Me habia casado virgen con Walter, y hasta entonces solo con el— pensamiento me habia desviado de los senderos de la virtud marital. Pero deseaba a aquel hombre con una furia solo equiparable a los deseos que el sentia por mi. Aunque me dijese a mi misma que para el era un pasatiempo, estaba decidida a demostrarle que, una vez probase, no seria capaz de apartarse de mi. Pense en la expresion seductora de la Reina cuando se peleaba con Robert. Yo sabia tambien que si ella pudiese verme y oirme en aquel momento, no vacilaria en matarme. Esa era una de las razones por las que tenia que seguir.

Me dijo que debiamos vernos en secreto. Yo sabia muy bien lo que esto significaba, pero me daba igual. Abandone toda precaucion y todo escrupulo. Lo unico que me interesaba era que Robert fuera mi amante.

La Reina bailaba con Christopher Hatton, el mejor de todos los bailarines. Estaban solos en la pista, cosa que encantaba a Isabel. Cuando acabaron, todos aplaudimos con gran entusiasmo y se proclamo que hasta la Reina se habia superado a si misma.

Thomas Heneage, Rey de la Judia, dijo que, dado que habiamos visto bailar de modo inigualable, habia decidido prohibir que se volviese a bailar durante un tiempo, porque seria sacrilego pisar incluso donde habian danzado los pies de la Reina.

Esto me produjo un escalofrio. Los halagos descarados me sobrecogian siempre. Me parecia logico que una mujer tan astuta como sin duda lo era Isabel, se burlase de aquello. Pero nunca lo hacia; lo aceptaba como algo razonable.

En vez de bailar, dijo nuestro Rey de la Judia, jugariamos a un juego llamado Pregunta y Respuesta, y el haria preguntas y elegiria a quienes habian de responder.

Cuando se ve a un hombre que ha sido grande dar un pequeno tropezon, sus enemigos se apresuran a celebrar su caida. Me recuerdan a cuervos posados en un arbol junto al patibulo donde un hombre agoniza. Robert, evidentemente, gozaba de menos favor regio que de costumbre, y, en consecuencia, todos parecian deseosos de que su humillacion fuese aun mayor. Pocas veces habia provocado un hombre tanta envidia, pues dudo que un soberano haya prodigado nunca tanto favor a un subdito como la Reina a Robert Dudley.

Era inevitable que Heneage hiciese una pregunta a Robert, y los reunidos esperaban ansiosos que llegara.

—Lord Leicester —dijo Heneage—. Os ordeno que hagais una pregunta a Su Majestad.

Robert bajo la cabeza y espero la pregunta.

—?Que es mas dificil borrar del pensamiento, una mala opinion creada por un informador malicioso, o los celos? —dijo Heneage.

Observe la expresion de Robert, pues estaba a su lado. Era sin duda encomiable su capacidad para ocultar la colera.

Se volvio hacia la Reina y dijo friamente:

—Su Majestad ya ha oido la orden del Rey de la Judia, que al ser por vuestra voluntad rey de la noche, me veo obligado a obedecer. Asi que os pido que, con vuestra sabiduria, nos deis una respuesta.

Despues de repetirle la pregunta a la Reina, esta le miro con gravedad y sonriendole afectuosamente contesto:

—Senor, yo diria que ambas cosas son dificiles de borrar, aunque creo que los celos lo son mas.

Robert estaba furioso por el hecho de verse en ridiculo publicamente y el que la Reina pareciese haberse aliado con Heneage le enfurecia doblemente.

No volvio a acercarse a la Reina aquella noche. Cuando los demas bailaban, me cogio de la mano y me saco de la estancia a un pequeno salon que el conocia. Me hizo pasar y cerro la puerta.

—Mi senor —dije, y pude percibir en mi voz un emocionado temblor—. Deben habernos visto.

Entonces, me abrazo bruscamente. Acerco sus labios a los mios.

—Me da igual que nos hayan visto —dijo—. No me importa nada… mas que esto.

Me quito entonces la gorguera y la tiro. Puso sus manos en mis hombros, apartando de ellos el vestido.

—Mi senor, ?quereis que quede aqui desnuda ante vos? —pregunte.

—?Ay! —grito el—. ?Ay, que mas quisiera yo! Os he visto asi tantas veces en mis suenos.

Le deseaba tanto como el a mi, y era inutil ocultarlo.

—Sois hermosa… tan bella como suponia —murmuro—. Sois todo cuanto quiero, Lettice…

Tambien el era todo lo que yo habia supuesto que seria. Nunca habia tenido una experiencia asi. Me daba cuenta inevitablemente de que por su parte habia despecho ademas de deseo, y esto me enfurecia, pero no disipaba mi pasion. Estaba decidida a demostrarle que nunca podria conocer una amante comparable a mi. Queria que su entrega fuese tan absoluta como la mia. Debia estar tan dispuesto a arriesgarse a perder el favor real como yo lo estaba a violar mis votos matrimoniales.

Creo que lo logre temporalmente. Senti su asombro, su deslumbrada adoracion, su extasis, la certeza de que estabamos hechos el uno para el otro.

Sabia que el era incapaz de apartarse de mi aunque era evidente que tenian que echarle de menos. Esto me entusiasmaba. Me parecia que la naturaleza me habia dotado de poderes especiales para atraer a los hombres y atarlos a mi. Y yo habia nacido para hacer el amor con aquel hombre, y el para hacerlo conmigo.

Estabamos embelesados y me daba cuenta de que nuestro descubrimiento mutuo iba a ser tan obvio que todos se darian cuenta, y confieso que, cuando por fin volvimos al salon de baile, empece a sentirme inquieta.

La Reina tenia que haber echado de menos a Robert. ?Habria advertido tambien que yo estaba ausente? Pronto lo descubriria, estaba segura. Un gelido miedo me rozo. ?Y si se me expulsaba de la Corte?

En los dias que siguieron, Isabel no mostro indicio alguno de saber nada. Robert no venia a la Corte, y adverti que ella le echaba de menos. Se mostraba irritable y comentaba insistentemente que algunas personas creian poder ausentarse sin permiso y que habria que convencerlas de lo contrario.

Estaba con ella cuando llego la noticia de que existia un enfrentamiento entre el conde de Leicester y Sir Thomas Heneage. Leicester habia mandado decir a Heneage que pensaba ir a visitarle con un baston, pues creia necesario darle una leccion, a lo que Heneage contesto que seria bien recibido y que estaria esperandole una espada.

Isabel se puso furiosa y en su furia habia temor. Temia que Robert pudiese batirse en duelo y morir. Y no tenia intencion de permitir que sus favoritos se comportasen tan estupidamente. Mando llamar a Heneage y todos oimos como le gritaba. ?Creia acaso que podia desafiarla? Era peligroso hablar de espadas, le dijo. Si volvia a comportarse de modo tan estupido, alguien empezaria a hablar del hacha del verdugo.

Creo ademas que le tiro de las orejas, pues cuando salio las tenia muy coloradas y estaba absolutamente aplacado.

Luego volvio Robert. No pude resistir la tentacion de escuchar.

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