Isabel estaba muy enfadada con el… mas que con Heneage.

—?Por amor de Dios! —grito Isabel—. Habeis disfrutado de mi favor, pero no creais que es vuestro en exclusiva y que los demas no pueden compartirlo. Vos no sois mi unico subdito. Recordad que aqui hay un ama y ningun amo. Puedo rebajar cuando quiera a aquellos a quienes he ensalzado. Y tal sucedera a los que mi favor vuelva imprudentes.

Entonces le oi decir a el, tranquilamente:

—Suplico, Majestad, permiso para retirarme.

—Lo teneis —grito ella.

Y cuando el salia de la camara regia, me vio y me miro. Era una invitacion a seguirle, y en cuanto pude me escabulli y le encontre en aquel saloncito en el que habiamos tenido la escena de nuestra pasion.

Me cogio y me abrazo, riendo sonoramente.

—Como veis —dijo— he perdido el favor de la Reina.

—Pero no el mio —conteste.

—Entonces, no me siento desdichado.

Cerro la puerta y fue como si se apoderase de el un frenesi.

Me deseaba apasionadamente y yo a el, y aunque sabia que su despecho por la Reina se mezclaba con su necesidad de mi, no me importo. Yo queria a aquel hombre. Habia asediado mi pensamiento desde la primera vez que le vi cabalgando junto a la Reina el dia de la coronacion, y si su deseo de mi era en cierta medida debido a la actitud de la Reina hacia el, ella tambien era en parte causa de mi necesidad de el. Era como si ella estuviese alli con nosotros, aun en nuestros momentos de mayor extasis.

Hicimos el amor, con la certeza absoluta de que era muy peligroso. Si nos descubrian, ambos estabamos perdidos; pero nos daba igual; y el hecho de que la necesidad que sentiamos uno del otro trascendiese nuestro miedo a las consecuencias, estimulaba nuestra pasion, intensificaba aquellas sensaciones que yo al menos (y creo que a el le sucedia lo mismo), creia que no podian llegarme a traves de ningun otro.

?Que era aquella emocion que nos unia? ?El reconocimiento de dos naturalezas similares? Era un deseo y una pasion irresistibles, y la conciencia del peligro no era en modo alguno la menor de nuestras emociones. El hecho de que ambos arriesgasemos nuestro futuro con aquel encuentro no hacia sino elevar nuestro extasis a alturas aun mayores.

Quedamos alli tendidos, exhaustos, pero en cierto modo triunfantes. Ninguno de los dos podria olvidar nunca aquella experiencia. Nos uniria por el resto de nuestras vidas y, pasase lo que pasase, jamas lo olvidariamos.

—Pronto volvere a veros —dijo secamente.

—Si —conteste yo.

—Este es un sitio magnifico para encontrarse.

—Hasta que nos descubran.

—?Os da miedo eso?

—Si me lo diese, mereceria la pena.

Estaba convencida de que aquel era el hombre destinado a mi desde el primer momento que le vi.

—Pareceis muy satisfecha, Lettice —dijo la Reina—. ?Cual es la razon?

—No hay razon alguna, Majestad.

—Pense que quizas estuvieseis de nuevo embarazada.

—No lo quiera Dios —exclame yo con autentico miedo.

—Vamos, solo teneis dos… y son ninas. Walter quiere un nino, lo se.

—Quiero descansar un poco en ese aspecto, Majestad.

Me dio una de sus palmaditas en el brazo.

—Y sois una mujer que sabe conseguir lo que desea, no me cabe duda.

Me observaba muy detenidamente. ?Sospecharia? Si sospechaba, me expulsaria de la Corte.

Robert continuaba alejado de ella, y aunque esto a veces la enfurecia, yo estaba segura de que habia decidido darle una leccion. Como ella habia dicho, su favor no pertenecia en exclusiva a ningun hombre que se atreviera a aprovechar de su bondad. A veces, yo pensaba que tenia miedo a aquel poderoso atractivo (del que yo tenia conocimiento directo) y que le gustaba estimular su furia contra el para no permitirse caer rendida y ser victima de los deseos de Robert.

Yo no le veia tan a menudo como me hubiese gustado. Vino una o dos veces discretamente a la Corte y nos encontramos e hicimos el amor apasionadamente en aquel saloncito. Pero me di cuenta de que se sentia frustrado y de que lo que el deseaba ardientemente no era una mujer sino una corona.

Se fue a Kenilworth, que se estaba convirtiendo en uno de los castillos mas majestuosos del pais. Me dijo que le gustaria llevarme con el y que si no hubiese estado casada se casaria conmigo. Pero yo me pregunte si habria hablado de matrimonio de haber sido posible, pues sabia que no habia abandonado sus esperanzas de casarse con la Reina.

En la Corte, sus enemigos preparaban una conjura contra el. Creian, sin lugar a dudas, que habia caido en desgracia. El duque de Norfolk (hombre que me parecia sumamente torpe) le profesaba una especial enemistad. Norfolk era hombre muy poco habil. Tenia firmes principios, y le dominaba su admiracion por su propia estirpe, que el creia (e imagino que en esto tenia razon) mas noble que la propia Reina, pues los Tudor habian conseguido llegar al trono un poco por la puerta trasera. Era indudable que se trataba de gente vital y muy inteligente, pero parte de la antigua nobleza tenia profunda conciencia de la superioridad de sus propias estirpes y sobre todo Norfolk. Isabel estaba perfectamente enterada de esto y, al igual que su padre, preparada para neutralizar esta tendencia en el capullo cuando aparecia, aunque no pudiese impedir que en secreto los capullos floreciesen. Pobre Norfolk. Era un hombre con gran sentido del deber que procuraba siempre hacer lo que consideraba justo, pero que, invariablemente, resultaba ser lo mas inadecuado… para Norfolk.

Era logico que un hombre asi se enfureciese ante la ascension de Robert a los mas altos cargos del pais, que el consideraba le pertenecian por nacimiento, y hacia poco que se habia producido un choque entre Norfolk y Leicester.

Nada complacia mas a Isabel que ver a sus favoritos en justas y juegos, que exigian no solo un despliegue de habilidad sino una exhibicion de sus perfecciones fisicas. Se pasaba horas observando y admirando sus bellos cuerpos. Y nada le gustaba tanto como ver en accion a Robert.

En esta ocasion se celebro un partido de tenis en pista cubierta y Robert habia tenido por rival a Norfolk. Robert ganaba porque tenia una excepcional destreza en todos los deportes. Yo estaba sentada con la Reina en la galeria baja que habia hecho construir Enrique VIII para los espectadores, pues tambien el sobresalia en el juego y le gustaba mucho que le viesen jugar.

La Reina estaba muy atenta. No apartaba los ojos de Robert y cuando este se apuntaba un tanto lanzaba un «bravo», mientras que en los menos frecuentes exitos de Norfolk guardaba silencio, lo cual debia resultar muy deprimente para el primer duque de Inglaterra.

El partido era tan rapido que los adversarios estaban muy acalorados. La Reina parecia sufrir con ellos, tan inmersa estaba en el juego, y alzo un panuelo para enjuagarse la frente. Cuando hubo una breve pausa en el juego, Robert sudaba profusamente y cogio el panuelo a la Reina y se enjugo tambien el sudor de la frente con el. Fue un gesto natural entre personas que tenian entre si mucha familiaridad y confianza. Hechos como este eran los que daban origen al rumor de que eran amantes.

Norfolk, furioso por este acto de lesa majestad (y quiza porque iba perdiendo y se daba cuenta de que a la Reina le complacia su derrota) perdio el control y grito:

—Perro insolente, ?como os atreveis a insultar asi a la Reina?

Robert alzo la vista sorprendido en el momento en que Norfolk alzaba bruscamente la raqueta, como si fuese a pegarle. Robert le cogio por el brazo y se lo retorcio, de modo que Norfolk lanzo un grito de dolor y dejo caer la raqueta.

La Reina se enfurecio.

—?Como osais gritar en mi presencia? —le habia dicho—. Lord Norfolk, debeis mirar lo que haceis, pues si no, es posible que no solo perdais el control. ?Como os atreveis a comportaros de ese modo ante mi?

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