Sanguinaria habia muerto y regia nuestra tierra Isabel la Buena.

La vi salir de la Torre a las dos de la tarde de aquel dia de enero. Llevaba las vestiduras majestuosas de una Reina y parecia una pieza mas de la carroza, cubierta de terciopelo verde, sobre la que habia un palio sostenido por sus caballeros, uno de los cuales era Sir John Perrot, hombre de gran corpulencia que se pretendia hijo ilegitimo de Enrique VIII y, por tanto, hermano de la Reina.

Yo no podia apartar los ojos de ella, de su vestido de terciopelo carmesi, su capa de armino y su sombrero a juego bajo el cual brillaba rojo su pelo al chispeante y crudo aire. Sus ojos castanos eran claros y vivaces, su cutis deslumbrantemente claro. En aquel momento, me parecio hermosa. Me parecio que era todo lo que mi madre nos habia contado. Me parecio majestuosa.

Era de estatura media y muy delgada, lo cual hacia que aparentase menos anos de los que en realidad tenia. Tenia por entonces veinticinco anos y, para una chica de diecisiete, eso era ser muy mayor. Me fije en sus manos, pues ella parecia llamar la atencion hacia ellas desplegandolas el maximo posible, tan blancas, elegantes, de dedos largos y finos. La cara era ovalada y ligeramente alargada. Las cejas tan claras que apenas se veian. Los ojos penetrantes: un amarillo dorado, pero mas tarde, a menudo, me parecerian muy oscuros. Era un poco miope y cuando intentaba ver con claridad, solia dar la impresion de penetrar el pensamiento de quienes la rodeaban, lo cual inquietaba muchisimo a todo el mundo. Poseia ademas una cualidad que incluso entonces (joven como era yo y en tal ocasion) logre percibir, y que hizo que me estremeciera al mirarla.

Luego capto y retuvo mi atencion otra persona tan impresionante como ella. Esta persona era Robert Dudley, su Caballerizo Mayor, que cabalgaba a su lado. Nunca habia visto un hombre asi. Destacaba tanto en el cortejo como la propia Reina. En primer lugar, era muy alto y ancho de hombros y poseia uno de los rostros mas hermosos que yo viera en mi vida. Era de noble apostura y su dignidad igualaba a la de la Reina. Pero en su expresion no habia soberbia, sino gravedad y un aire de extremada pero tranquila confianza.

Mis ansiosas miradas iban de el a la joven Reina y volvian a el.

Me di cuenta de que la Reina se paraba a hablar con la gente mas humilde, y que sonreia y les dedicaba su atencion, aunque fuese por muy breve espacio. Supe luego que era politica suya no ofender jamas al pueblo. Sus cortesanos padecian a menudo los rigores de su irritacion, pero con la plebe era siempre la reina benevolente. Cuando gritaban: «?Dios salve a su gracia!», ella contestaba: «?Dios os salve a todos!», recordandoles que se preocupaba tanto por el bienestar de ellos como ellos por el suyo. Le ofrecian ramilletes de flores y, por muy humilde que fuese el que lo hacia, los aceptaba tan graciosamente como si de valiosisimos presentes se tratase. Se decia que un mendigo le habia dado un ramo de romero en Fleet Bridge y que aun seguia en su carroza cuando llego a Westminster.

Nosotros cabalgabamos con el cortejo (?no eramos, despues de todo, sus parientes?) y vimos asi los desfiles de Cornhill y el Chepe, que estaba lleno de estandartes y gallardetes que colgaban de todas las ventanas.

Al dia siguiente, asistimos a su coronacion y la vimos entrar en la Abadia caminando sobre la alfombra purpura colocada para ella.

Aunque estuviese demasiado distraida para prestar atencion a la ceremonia, me parecio muy hermosa cuando la coronaron primero con la pesada corona de San Eduardo y despues con la de perlas y diamantes, mas pequena. Y cuando Isabel quedo coronada Reina de Inglaterra sonaron gaitas, tambores y trompetas.

—Ahora la vida sera muy distinta para nosotros —dijo mi padre; y que razon tenia.

Poco despues, la Reina envio a buscarle. Le concedio una audiencia y regreso lleno de entusiasmos y esperanzas.

—Es maravillosa —nos dijo—. Es todo lo que debe ser una Reina. El pueblo la adora y ella esta llena de buena voluntad hacia todos. Agradezco a Dios que me haya conservado con vida para servir a una Reina asi, y juro servirla hasta la muerte.

Isabel admitio a mi padre en su Consejo y le comunico que deseaba que su buena prima Catalina (mi madre) se convirtiese en dama de su Camara Regia.

Nosotras, las chicas, estabamos entusiasmadas. Eso significaria que por fin iriamos a la Corte. Tantas horas de estudios musicales (madrigales, laud y clavicordio), tanta danza, tanto aprender a hacer cortesias y reverencias, todo lo que habiamos soportado para aprender a comportarnos con elegancia y gracia, nos serviria al fin para algo. Hablabamos sin parar; pasabamos toda la noche despiertas discutiendo nuestro futuro, pues no podiamos dormir, de nerviosas que estabamos. Quizas yo tuviese alguna premonicion de que caminaba hacia mi destino, tan profunda era la incontrolable excitacion que me poseia.

La Reina expreso deseos de vernos, no en grupo sino una a una.

—Habra sitio para todas vosotras —nos explico muy emocionada mi madre—. Y todas tendreis oportunidades.

«Oportunidades» significaba la posibilidad de hacer buenos matrimonios, v eso era algo que habia preocupado muchisimo a nuestros padres durante nuestro exilio.

Y por fin llego el dia en que me correspondio comparecer ante Su Majestad. Recuerdo muy bien aquel dia, recuerdo todos los detalles del traje que llevaba. Era un traje de seda de un azul intenso, con muchos adornos, la falda acampanada y las mangas acuchilladas. El corpino era muy ajustado y mi madre me dio un cinturon que ella tenia en gran estima, para la cintura. Estaba adornado con piedrecitas preciosas de diversos colores y me dijo que me daria suerte. Poco despues, decidi que asi era. Yo queria llevar el pelo descubierto, a decir verdad, pues estaba muy orgullosa de el, pero mi madre me dijo que seria mucho mas adecuado uno de los nuevos gorritos franceses, tan de moda entonces. Proteste un poco, pues el velo que colgaba por detras me tapaba el pelo, pero hube de ceder de inmediato, pues mi madre estaba muy nerviosa pensando en la impresion que yo podria causarle a la Reina, e insistio en que si la desagradaba echaria a perder no solo mis propias posibilidades sino tambien las de los demas.

Lo que mas me impresiono en esta primera entrevista fue su aura de soberania, de que en aquel momento (aunque ninguna de las dos lo supiesemos entonces) nuestras vidas quedaron ligadas. Ella habria de jugar en mi vida un papel mas importante que ninguna otra persona (salvo, quiza, Robert). Y mi papel en la suya, pese a los grandes acontecimientos acaecidos en su reinado, no fue en modo alguno insignificante.

Yo era, sin duda, un tanto ingenua por entonces, pese a mis ilusiones de experiencia mundana. Los anos de Alemania habian sido embrutecedores, pero hube de aceptar de inmediato que habia en ella una cualidad que jamas habia visto en persona alguna. Capte que veinticinco anos habian estado plagados de experiencias aterradoras suficientes para quebrantar de por vida a cualquier persona. Habia estado cerca de la muerte y, en realidad, habia vivido bajo su sombra, como prisionera en la Torre de Londres, con el hacha del verdugo siempre dispuesta a caer sobre su fragil cuello. Cuando aun no habia cumplido los tres anos, su madre subio al patibulo. ?Lo recordaria? Habia algo en aquellos grandes ojos castanos que sugeria que si, y que habia aprendido muy deprisa y que recordaba lo que habia aprendido. Habia sido notablemente precoz, una erudita desde la infancia. ?Oh, si, ella recordaba! Quiza por eso, aunque la muerte la habia seguido tan de cerca durante aquellos anos precarios, no habia logrado alcanzarla. Tenia un aire majestuoso y regio; era, en suma, una autentica Reina; y, sin embargo, bastaba estar un minuto a su lado para saber que vivia su majestad sin esfuerzo, como si hubiese estado preparandose para ella toda la vida… lo cual quiza fuese cierto. Era muy delgada, se mantenia muy recta y erguida y habia heredado de su padre aquella piel tan clara. Su elegante madre tenia el pelo oscuro y la piel aceitunada. Yo, no Isabel, habia heredado aquellos ojos oscuros, que eran tambien, se decia, como los de mi abuela Maria Bolena. Pero mi pelo (abundante y rizado) era como palida miel. Seria estupido negar que tal combinacion resultaba muy atractiva, y yo tome conciencia de ello muy pronto. Por lo que habia visto en los retratos de los Bolena, Isabel no habia heredado nada de su madre salvo quizas aquella brillantez indefinible, que yo estaba segura de que su madre tenia que haber poseido para cautivar al Rey hasta el punto de hacerle repudiar a su esposa espanola, hija de reyes, y romper con la propia Roma para unirse a ella.

Isabel tenia el pelo como un halo dorado con vetas rojizas. Yo habia oido que su padre poseia un magnetismo que arrastraba a la gente hacia el, pese a su crueldad, y ella tambien lo poseia; pero en su caso se hallaba atemperado por un poder femenino y cautivador que debia heredar de su madre.

En aquellos primeros momentos pense que ella era todo lo que me habia imaginado que seria, y percibi de inmediato que le agradaba. Mi insolito cutis y mi vivacidad me habian hecho siempre la belleza indiscutible de nuestra familia y mi buena presencia habia atraido a la Reina.

—Tienes bastante de tu abuela —me habia dicho una vez mi madre—. Tendras que vigilar tu propia naturaleza.

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