suficiente para provocar una respuesta altanera.

Pero, claro esta, sus ministros estaban deseosos de que se casara, y parecia que de no ser porque Lord Robert ya estaba casado, algunos habrian aceptado su enlace con el. A Robert se le envidiaba mucho. Mi larga vida, gran parte de la cual ha transcurrido entre gente ambiciosa, me induce a creer que la envidia es mas importante que cualquier otra emocion, y desde luego el peor de los pecados capitales. Robert gozaba de tanto favor ante la Reina que esta no podia ocultar su inclinacion por el y le cubria de honores; y los que veian disminuir su influencia le encontraban posibles maridos mas adecuados. El sobrino de Felipe de Espana, el archiduque Carlos, era uno de estos candidatos. El duque de Sajonia era otro. Luego propusieron al principe Carlos de Suecia. A la Reina le divertian estas propuestas y le encantaba torturar a Robert fingiendo considerarlas en serio, pero pocos se dejaban enganar pensando que fuese a aceptar a alguno de ellos. La perspectiva del matrimonio siempre la emocionaba (incluso mas tarde, cuando era mucho mas vieja), pero su actitud hacia el siempre constituyo un misterio. En algun lugar de lo mas profundo de su mente sentia un gran temor ante el matrimonio, aunque a veces el pensar en ello le fascinaba como ninguna otra cosa. Ninguno de nosotros entendio nunca ese aspecto de su caracter que se intensifico con el paso del tiempo. Por entonces, no nos dabamos cuenta de ello, y todos creiamos que tarde o temprano se casaria y que aceptaria a uno de sus regios pretendientes de no haber sido por Robert.

Pero Robert estaba alli, siempre a su lado. Su Dulce Robin, sus ojos, su caballerizo real.

De Escocia llego otra oferta, en esta ocasion del conde de Arran, pero fue sumariamente rechazada por la Reina.

En los aposentos de las damas de la reina soliamos murmurar sobre este asunto. Haciamos especulaciones y a mi solian prevenirme por mi audacia.

—Un dia te pasaras de la raya, Lettice Knollys —me decian—. Entonces la Reina te mandara otra vez a casa, aunque seas una Bolena prima suya.

A mi me daban escalofrios solo de pensar en la idea de caer en desgracia y que me mandaran otra vez al aburrimiento de Rotherfield Greys. Tenia ya varios admiradores. Cecilia estaba segura de que no tardaria en recibir una propuesta de matrimonio, pero yo aun no queria casarme. Queria disponer de tiempo para elegir a gusto. Ansiaba un amante, aunque era demasiado lista para tomar uno antes del matrimonio. Habia oido historias de chicas que quedaban embarazadas y eran expulsadas de la Corte y casadas con algun insignificante aristocrata rural, quedando asi condenadas a pasar el resto de sus vidas en el aburrimiento del campo y a soportar los reproches de su marido por su liviana conducta y por el gran bien que le habia hecho al casarse con ella.

Asi pues, me divertia coqueteando, llegaba hasta ahi pero no pasaba. E intercambiaba relatos de aventuras con chicas parecidas.

Acostumbraba a sonar que Lord Robert me miraba y me preguntaba que sucederia si lo hacia. No podia considerarle como posible pretendiente porque ya tenia mujer, y si no la hubiese tenido, sin duda seria ya por entonces marido de la Reina. Pero a nadie hacia mal que me permitiese imaginar que venia a cortejarme y como, a despecho de la Reina, nos veiamos y reiamos los dos porque no la queria a ella. Disparatadas fantasias que mas tarde consideraria premoniciones, pero que por entonces eran solo fantasias. Robert no se permitia desviar la mirada de la Reina.

Recuerdo una vez que ella estaba taciturna. Se debia al hecho de que le habia llegado noticia de que Felipe de Espana iba a casarse con Isabel de Valois, hija de Enrique de Francia, y aunque ella rechazase a aquel pretendiente, no le gustaba que se lo quedase otra.

—Ella es catolica —comento—. Asi que el no tendra que preocuparse por eso. Y como tiene poca importancia en su pais, puede abandonarla tranquilamente e irse a Espana. La pobrecilla no tendra que preocuparse de la posibilidad de que la abandonen, embarazada o no.

—Su Majestad supo responder muy bien a una actitud tan poco galante —dije yo suavemente.

Ella solto un bufido. A veces tenia habitos muy poco femeninos. Me miro quisquillosa.

—Ojala les vaya bien a ambos y disfrute el de ella y ella de el… aunque me temo que ella va a recibir poco. Lo que me inquieta es esta alianza entre dos de mis enemigos.

—Desde que Su Majestad subio al trono, su pueblo ha dejado de temer a los enemigos exteriores.

—?Pues mas tontos son! —replico ella—. Felipe es un hombre poderoso, e Inglaterra debe tener cuidado con el. En cuanto a Francia… ahora tiene un nuevo Rey y una nueva Reina… dos pobrecillos, segun mi opinion, aunque uno de ellos sea mi propia parienta escocesa cuya belleza tanto alaban los poetas.

—Lo mismo que la vuestra, Majestad.

Ella inclino la cabeza, pero habia furia en sus ojos.

—Se atreve a llamarse Reina de Inglaterra… esa escocesa, que se pasa el tiempo bailando e instando a los poetas a que le escriban obras. Dicen que su encanto y su belleza no tienen par.

—Es la Reina, Majestad.

Los ojos furiosos cayeron sobre mi. Habia cometido un desliz. Si la belleza de una Reina se media por su realeza, ?por que no la de otra?

—Asi que crees que por eso la alaban, ?eh?

Llame en mi ayuda a un anonimo «se».

—Se dice, Majestad, que Maria Estuardo es mujer muy liviana y se rodea de enamorados que solicitan sus favores escribiendo odas a su belleza. —Fui habil; tenia que eludir su irritacion—. Dicen, Majestad, que no es ni mucho menos tan bella como pretenden hacernos creer. Es demasiado alta, desgarbada y tiene manchas en la cara.

—?De verdad?

Respire mas tranquila e intente recordar algo despectivo que hubiese oido contra la reina de Francia y Escocia y solo alabanzas pude recordar. Asi que dije:

—Dicen que la esposa de Lord Robert esta enferma de una enfermedad incurable, y que no creen que dure mas de un ano.

Ella cerro los ojos y yo no supe si debia atreverme a seguir o no.

—?Dicen ?Dicen! —exploto de pronto—. ?Quien lo dice?

Se habia vuelto hacia mi bruscamente y me dio un pellizco en el brazo. Senti ganas de gritar de dolor porque aquellos finos y hermosos dedos eran capaces de dar unos pellizcos muy dolorosos.

—Yo solo repito lo que se dice, Majestad, porque pienso que puede divertiros, Majestad.

—Me gusta oir lo que se dice.

—Eso pensaba yo.

—?Y que mas se dice de la esposa de Lord Robert?

—Que vive tranquilamente en el campo y que no es digna de el y que fue mala suerte que el se casase cuando era solo un muchacho.

Se retrepo en su asiento cabeceando, con una sonrisa.

Poco despues me entere de la muerte de la esposa de Lord Robert. La habian encontrado al pie de una escalera en Cumnor Place, desnuda.

Hubo una gran conmocion en la Corte. Nadie se atrevia a hablar del asunto en presencia de la Reina, pero todos estaban deseando hacerlo donde ella no les viese ni oyese.

?Que le habia pasado a Amy Dudley? ?Se habia suicidado? ?Habia sido un accidente? ?O la habian asesinado? ,En vista de todos los rumores que habian persistido durante los ultimos meses, en vista de que la Reina y Robert Dudley se comportaban como amantes, y Robert parecia estar convencido de que pronto iba a casarse con la Reina, la ultima sugerencia no parecia imposible.

Nosotras hablabamos del tema sin medir mucho nuestras palabras. Mis padres mandaron a por mi y me aleccionaron severamente sobre la necesidad de guardar la maxima discrecion. Adverti que mi padre estaba preocupado.

—Esto podria arrebatar el trono a Isabel —oi que le decia a mi madre. Desde luego estaba preocupado, pues la suerte de los Knollys se hallaba, como siempre, ligada a la de nuestra parienta la Reina.

Los rumores eran cada vez mas desagradables. Me entere de que el embajador espanol habia escrito a su soberano que la Reina le habia dicho que Lady Dudley habia muerto dias antes de que la

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