las flechas horizontalmente, lo que convertia el castillo en una magnifica fortaleza.
En tiempos de Guillermo el Conquistador, antes de la construccion del actual castillo de Chartley, hubo alli una edificacion mas antigua, y el castillo se construyo sobre ella.
Pertenecia a los condes de Derby, segun me explico Walter, y paso a la familia Devereux durante el reinado de Enrique VI, al casarse una de las hijas de los senores del castillo con Walter Devereux, Conde de Essex. Desde entonces, ha sido nuestro.
Hube de confesar que se trataba realmente de un magnifico castillo.
Fui bastante feliz en mi primer ano de matrimonio. Walter era un marido dedicado, profundamente enamorado, y el matrimonio y todo lo demas se ajustaban a mi caracter. De vez en cuando, iba a la Corte y la Reina me recibia afectuosamente. Yo pensaba que la satisfacia mas de lo normal el que yo me hubiese casado, lo cual indicaba que se habia dado cuenta del placer que me proporcionaba la compania masculina. Y a la Reina le irritaba que un hombre desviase su atencion de ella, aunque solo fuese unos instantes, y quiza se hubiese dado cuenta de que algunos de sus favoritos me miraban con aprobacion.
Walter nunca habia figurado entre los favoritos de la Reina. Carecia de aquella galanteria audaz que ella tanto admiraba. Creo que Walter era de una excesiva honestidad natural que le impedia elaborar los extravagantes cumplidos que se esperaban de los favoritos y que, considerados detenidamente, resultaban bastante absurdos, en realidad. El estaba entregado en cuerpo v alma a la Reina y a la patria; estaba dispuesto a sacrificar por ellas su vida; pero no era capaz, sencillamente, de adoptar con la Reina la actitud exigida en su circulo masculino.
Esto significaba, claro, que no estabamos en la Corte tan a menudo como antes, pero cuando ibamos, la Reina nunca olvidaba a su buena prima y deseaba siempre enterarse de como me iba en la vida matrimonial.
Aunque parezca extrano, yo estaba muy dispuesta en aquel primer periodo de casada a pasar gran parte del tiempo en el campo. Llegue incluso a tomarle carino a aquel tipo de vida. Me interesaba por la casa. Era fria y desapacible en invierno, pero yo hacia que encendiesen buenos fuegos en las chimeneas. Estableci una serie de normas para la servidumbre. Debian levantarse a las seis en verano y a las siete en invierno. A las ocho, debian estar listas las camas y limpias las chimeneas y encenderse el fuego en ellas para todo el dia. Me interese en los jardines de cesped e hice que me instruyese uno de los criados, que era especialmente diestro en el arte de la botanica. Habia cuencos de flores y los colocaba por la casa. Me sentaba con las mujeres y bordaba los panos nuevos del altar con ellas. Me parece ahora casi imposible el que pudiese haberme entregado tan animosamente a la vida rural.
Cuando nos visitaba mi familia o teniamos invitados de la Corte, me enorgullecia mucho demostrar que me habia convertido en una excelente ama de casa. Estaba orgullosa de mi cristaleria veneciana, que tan delicadamente relumbraba a la luz de las velas llena de buen moscatel o de malvasia; y hacia que la servidumbre limpiase la plata y el peltre hasta que la mesa relumbraba. Estaba decidida a que se admirase nuestra mesa por los manjares que saboreaban en ella nuestros invitados. Me gustaba verla llena de carne y aves y pescado, de pasteles de formas caprichosas, con las que se pretendia normalmente honrar a los visitantes; lo mismo haciamos con el mazapan y el pan de jengibre, de modo que todo causaba admiracion.
La gente se quedaba maravillada. «Lettice se ha convertido en una magnifica anfitriona», decian.
Era otro rasgo de mi caracter, el querer ser siempre la mejor y aquello era para mi como un juego nuevo. Me sentia satisfecha con mi hogar y con mi marido, y me entregaba de cuerpo y alma a aquel goce.
Me gustaba pasear por el castillo e imaginar los dias del pasado. Procuraba que se limpiasen regularmente los desagues para que nuestro castillo fuese menos odorifero que la mayoria. Sufriamos bastante por la proximidad de los retretes (?pero en que casa no sucedia eso?) e institui la norma de que se vaciasen los nuestros cuando estuviesemos mi marido y yo en la Corte para evitar asi aquel aspecto tan desagradable de la vida rural.
Walter y yo cabalgabamos por la finca y paseabamos a veces por las proximidades del castillo. Siempre recordare el dia que me enseno las vacas de Chartley Park. Eran algo distintas a las que yo habia visto en otros lugares,—Son nuestras vacas de Stafford —dijo Walter.
Las examine detenidamente, interesada porque eran nuestras. Tenian un color blanco pajizo y manchas negras en el morro, las orejas y las pezunas.
—Esperemos que ninguna de ellas tenga un ternero negro —me dijo Walter, y cuando quise saber por que, me explico—: Hay una leyenda en la familia: si aparece un ternero negro significa que morira alguno de sus miembros.
—?Que absurdo! —exclame—. ?Como puede afectarnos el nacimiento de un ternero negro?
—Es una de esas historias que acompanan a familias como la nuestra. Todo empezo cuando la batalla de Burton Bridge en la que perecio el propietario y el castillo paso temporalmente a otras manos.
—Pero volvio de nuevo a la familia.
—Si, pero fue un periodo tragico. Nacio por entonces un ternero negro, y por eso se dijo que los terneros negros significaban el desastre para la familia Devereux.
—Entonces tenemos que procurar que no nazcan mas.
—?Como?
—Librandonos de las vacas.
Se echo a reir carinosamente.
—Querida Lettice, eso seria sin duda desafiar al destino. Estoy seguro de que el castigo por tal accion seria mayor que la desgracia que pudiese acarrear el nacimiento de un ternero negro.
Contemple a aquellas criaturas placidas de grandes ojos y dije:
—Por favor, no tengais ningun ternero negro.
Y Walter se echo a reir y me beso y me dijo que se sentia muy feliz de que yo, tras mucha insistencia de su parte, hubiese aceptado casarme con el.
Habia, por supuesto, una razon de que estuviese tan contenta. Estaba embarazada.
Mi hija Penelope nacio un ano despues de la boda.
Disfrute de las alegrias de la maternidad y, por supuesto, mi hija era mas bella, mas inteligente y mejor en todos los sentidos que cualquier hija que hubiese podido nacer hasta entonces. Estaba tambien muy contenta de encontrarme alli en Chartley con ella y no podia soportar la idea de abandonarla por mucho tiempo. Walter creia por entonces que habia encontrado la mujer ideal. El pobre Walter siempre fue hombre de poco juicio.
Sin embargo, cuando aun andaba cantandole nanas a mi hija, quede de nuevo embarazada, aunque no experimente en modo alguno el mismo extasis. Jamas me habia absorbido durante mucho tiempo ninguno de mis entusiasmos, y los meses de embarazo me resultaron fastidiosos. Penelope empezaba a mostrar un caracter muy independiente, lo que no la hacia ya la nina docil que habia sido; y yo empezaba a pensar cada vez con mas anoranza en la Corte y a preguntarme que estaria pasando alli.
De vez en cuando me llegaban noticias, y gran parte de ellas se referian a la Reina y a Robert Dudley. Suponia lo irritado que Robert debia estar por la constante negativa de Isabel a casarse con el ahora que era de nuevo libre. Ay, pero ella era demasiado astuta para casarse. ?Como iba a poder casarse con el y eludir los rumores de escandalo? Jamas podria. Si se casaba, siempre seria sospechosa de complicidad en el asesinato de Amy Dudley. La gente aun hablaba de ello, incluso en sitios apartados como Chartley. Habia quien murmuraba que existia una ley para el pueblo y otra para los favoritos de la Reina. Habia pocas personas en Inglaterra que no creyesen a Robert, por lo menos, culpable del asesinato de su esposa.
Aunque parezca extrano, el efecto que esto producia en mi era que Robert me resultase mas fascinante que nunca. Era un hombre fuerte, un hombre que sabia abrirse camino. Me entregaba a fantasias con el y me entusiasmaba que la Reina jamas pudiese hacerle su marido.
Walter seguia siendo un buen esposo, pero aquel encanto que antes encontraba en mi compania (y que le habia empujado hacia mi) ya no existia. Supongo que un hombre no puede seguir siempre maravillandose de la pericia sexual de su esposa. A mi, desde luego, no me emocionaba la suya, que nunca me habia parecido mas de lo que una pudiese esperar de la generalidad de los hombres. Solo por mis ansias de conocer tales experiencias, me habia satisfecho al principio. Pero luego, con una hija de un ano y otro hijo a punto de nacer, atravese un periodo de desilusion y, por primera vez, empece a ser infiel… con el pensamiento.
No podia ir a la Corte debido a mi estado, pero andaba siempre deseosa de saber lo que pasaba alli. Walter volvio a Chartley con noticias de que la Reina estaba enferma y no parecia probable que sobreviviese a su enfermedad.