Sabia lo que queria decir. Los hombres me encontrarian atractiva, lo mismo que les habia parecido atractiva Maria Bolena. Yo tendria que cuidarme de conceder favores si no me aportaban ningun beneficio. Era una perspectiva que me encantaba y una de las razones de que me complaciera tanto ir a la Corte.

La Reina estaba sentada en un gran sillon tallado que era como un trono, y mi madre me condujo hasta ella.

—Esta es mi hija Leticia, Majestad. En la familia la llamamos Lettice.

Hice una reverencia, con los ojos bajos, tal como me habian dicho que debia hacer, para indicar que no me atrevia a alzarlos por la deslumbrante majestad de la Reina.

—Entonces asi la llamare —dijo la Reina—. Lettice, levantaos y acercaos mas para que pueda veros mejor.

La miopia hacia que sus pupilas parecieran muy grandes. Me asombro la delicada textura y la blancura de su piel. Las cejas y las pestanas claras le daban un aire de sorpresa.

—Vaya, Cat [1]—dijo a mi madre, pues tenia la costumbre de poner apodos, y, llamandose mi madre Catalina, era facil ver por que la llamaba Cat—. Teneis una hermosa hija.

En aquellos tiempos, mi buena presencia la complacia. Siempre fue muy sensible a la belleza… sobre todo a la masculina, desde luego. Pero tambien le gustaban las mujeres… ?Hasta que los hombres que le gustaban las admiraban tambien!

—Gracias, Majestad.

La Reina se echo a reir.

—Sois una mujer muy fertil, prima —dijo—. Siete hijos y cuatro hijas, ?no? Me gustan las grandes familias. Bueno, Lettice, dadme la mano. Somos primas, ?sabeis? ?Que os parece Inglaterra ahora que habeis vuelto?

—Inglaterra es un lugar maravilloso desde que Vuestra Majestad es su Reina.

—?Ja, ja! —rio ella. —Veo que la educasteis como es debido. Eso es cosa de Francis, estoy segura.

—Francis siempre estuvo pendiente de sus hijos y sus hijas mientras estuvimos fuera del pais —dijo mi madre—. Cuando Vuestra Majestad estaba en peligro, se puso tan desesperado… todos lo estuvimos en realidad.

La Reina asintio con gravedad.

—Bueno, ahora estais de nuevo en la patria y todo ira bien. Tendreis que buscar maridos para vuestras hijas, Cat. Si todas son tan bellas como Lettice, no sera dificil.

—Es una alegria tan grande estar de nuevo en casa, Majestad —dijo mi madre—. Creo realmente que ni yo ni Francis podemos pensar en otra cosa de momento.

—Ya veremos lo que puede hacerse —dijo la Reina, mirandome a mi—•. Vos, Lettice, parece que no teneis mucho que decir —comento.

—Creia que debia esperar a que su Majestad me diese permiso para hablar —dije rapidamente.

—Vaya, asi que sabeis hablar. Me alegro. No puedo soportar a esas personas que son incapaces de hablar por si mismas. Un bribon que sepa explicarse es mas divertido que un santo silencioso. Bueno, ?que podeis contarme de vos?

—Os dire que comparto la alegria de mis padres por estar aqui y ver a mi regia parienta donde nosotros siempre creimos fervorosamente que debia estar.

—Bien hablado. Veo que despues de todo le habeis ensenado a usar la lengua, prima.

—Eso es algo que me aprendi sola, Majestad —replique rapidamente.

Mi madre parecio alarmada por mi temeridad, pero la Reina fruncio los labios de modo que indicaba que no la habia irritado.

—?Que mas aprendisteis sola? —pregunto la Reina.

—A escuchar cuando no podia participar en la conversacion; y a situarme en el centro de ella cuando podia.

La Reina se echo a reir.

—Entonces habeis acumulado mucha sabiduria. La necesitareis cuando vengais a la Corte. Son muchos los que hablan y pocos los que aprenden el arte de escuchar. Y los que lo hacen son los hombres y mujeres sabios. Y vos… con solo diecisiete anos, ?no?… habeis aprendido ya eso. Venid y sentaos a mi lado. Quiero hablar un rato con vos.

Mi madre parecia muy satisfecha y al mismo tiempo me lanzaba miradas de advertencia, indicandome que no perdiese la cabeza por aquel exito inicial. Tenia razon. Yo podia ser muy impulsiva, y el instinto me advertia que la Reina podia sentirse complacida e irritada con la misma brusquedad.

Pero la oportunidad de adentrarme en aquel terreno peligroso me quedo negada, pues en aquel momento se abrio sin ceremonias la puerta y entro en la estancia un hombre. Mi madre parecio sorprendida y adverti que aquel hombre debia haber violado alguna norma estricta de etiqueta regia al irrumpir asi sin anuncio previo.

No se parecia a ningun hombre que yo hubiese visto. Habia en el una cualidad indefinible que se manifestaba de inmediato. Decir que era guapo, y sin duda lo era, es decir muy poco. Hay muchos hombres guapos, pero yo jamas habia visto uno que poseyese tan singular atractivo. Le habia visto antes, en la coronacion. Quizas algunos piensen que era el amor lo que me hacia ver asi a Robert Dudley. Quizas el me embelesase y me cautivase como a tantas mujeres (a Isabel incluso), pero no siempre le ame, y cuando miro hacia atras y veo lo que paso en los ultimos dias que estuvimos juntos, aun me estremezco. Se amase o se odiase a Robert Dudley, habia que admitir aquella cualidad carismatica. El carisma se define como un don gratuito de la divina misericordia y no puedo encontrar nada mejor para describirlo. Habia nacido con aquel don y el lo sabia perfectamente.

En primer lugar, era uno de los hombres mas altos que he visto en mi vida y emanaba poder. El poder, segun mi opinion, es la esencia misma del atractivo masculino, al menos asi ha sido siempre para mi… hasta que me hice vieja. Cuando hablaba de amores con mis hermanas (y lo hacia con frecuencia, porque sabia que jugarian un gran papel en mi vida), decia que mi enamorado debia ser un hombre que mandase a los demas. Seria rico y los demas temerian su colera (todos salvo yo; el temeria la mia). Comprendo que al describir el tipo de amante que deseaba, estoy en realidad destruyendome a mi misma. Fui siempre ambiciosa… pero no de poder temporal. Jamas envidie a Isabel su corona, y siempre me alegro que ella la tuviese, cuando nuestra rivalidad era fuerte y yo podia demostrar que era capaz de triunfar sobre ella, pese a su corona. Yo deseaba que se centrase sobre mi la atencion general. Yo queria ser irresistible para quienes me amaban. Empezaba a darme cuenta por entonces de que era una mujer de profundas necesidades sensuales y que tendria que satisfacerlas.

Robert Dudley era, pues, el hombre mas atractivo que habia visto. Era muy moreno, aceitunado casi, y tenia el pelo muy tupido y casi negro. Sus ojos oscuros eran chispeantes y vivos y daba la impresion de verlo todo; tenia la nariz algo aguilena y tipo de atleta. Actuaba como un Rey en presencia de una Reina.

Adverti en seguida el cambio que se producia en Isabel con aquella llegada. Su piel palida se tino de rosa.

—Aqui esta Rob —dijo—. No podia ser otro. ?Por que entras asi, sin anunciarte?

El tono suave desmentia la aspereza de las palabras, y era evidente que la interrupcion no la desagradaba en absoluto y que se habia olvidado de mi madre y de mi.

Extendio su hermosa mano blanca; el se inclino al cogerla y la beso, reteniendola mientras posaba la mirada en su rostro e intercambiaban una sonrisa por la que tuve la sensacion firme de que eran amantes.

—Querida senora —dijo—. Me apresure a venir a vuestro lado.

—?Alguna calamidad? —replico ella—. Vamos, contadme.

—Nada —contesto el—. Solo el deseo de veros que me resultaba irresistible.

Mi madre me puso una mano en el hombro y me hizo dar la vuelta hacia la puerta. Me volvi a mirar a la Reina. Pensaba que debia esperar su permiso para retirarme.

Mi madre meneo la cabeza al inclinarse senalandome la puerta. Salimos juntas. La Reina se habia olvidado de nosotras. Y tambien Robert Dudley.

Cuando la puerta se cerro tras nosotros, mi madre dijo:

—Dicen que habria matrimonio entre ellos de no ser porque el ya tiene esposa.

Segui pensando en ello. No podia olvidar al apuesto y elegante Robert Dudley ni la forma en que habia mirado a la Reina. Me fastidiaba que no me hubiese dirigido ni una sola mirada, y me convenci de que si lo hubiese hecho, habria mirado por segunda vez. No se me borraba del pensamiento su imagen con su gorguera

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