Empezaba a agotarseme la paciencia. Robert seguia siendo mi esposo amado (cuando estaba conmigo) y yo procuraba asegurar que no hubiese otra mujer en su vida… aparte de la Reina. No se si se debia a un debilitamiento del deseo por su madurez, a la satisfaccion que yo le proporcionaba o al miedo de provocar la colera de la Reina, no sabria decirlo; pero fuese Robert lo que fuese, el era el hombre de la Reina, y esto era algo que ella jamas iba a permitirnos olvidar.
El podria estar satisfecho con su fortuna en ascenso, pero desde luego yo no lo estaba con la mia, en evidente declive.
En mi frustracion por verme excluida, habia cedido a una extravagancia aun mas disparatada. Llevaba vestidos aun mas ostentosos y resplandecientes cuando salia, y aumente la envergadura de mi sequito. Cuando paseaba por las calles la gente se quedaba aun mas impresionada que antes, y una vez oi murmurar: «Es una dama superior a la propia Reina». Y esto me satisfizo mucho… pero solo temporalmente.
?Iba yo, Lettice, condesa de Leicester, a permitir que me marginaran simplemente porque otra mujer estuviese celosa de mi hasta el punto de no poder soportar siquiera que se mencionase mi nombre en su presencia? No era propio de mi caracter aceptarlo. Algo tenia que suceder.
Yo era considerablemente mas joven que Leicester, considerablemente mas joven que la Reina. Ellos quiza pudiesen estar satisfechos con la situacion, pero yo no.
Empece a mirar a mi alrededor y descubri que en nuestra propia casa habia hombres atractivos. Pude comprobar que no habia perdido ninguno de mis encantos por las miradas furtivas que me dirigian… aunque ninguno, por temor a la terrible colera de Leicester, se atreviese a declarar sus sentimientos…
Naturalmente, esta situacion no podia prolongarse de modo indefinido.
En mayo de aquel ano llegaron a Inglaterra noticias de la muerte del duque de Anjou. Se hablo de que le habian envenenado, como siempre que moria alguien importante, y corria tambien el rumor de que los espias de Robert eran los responsables, a causa de que este temia que la Reina pudiese casarse con el duque. Esto era absurdo, y hasta los enemigos de Robert le prestaron escaso credito. Era notorio que el principito rana de la Reina habia sido un pobre ejemplar de humanidad: enano, picado de viruelas, se habia entregado inmoderadamente a los placeres de los sentidos y, sin duda, su fragil constitucion se habia resentido de ello.
La Reina se afligio mucho por la noticia y lloro su perdida. Era el unico hombre con el que ella se habria casado, declaro, pero nadie la creyo. Yo no estaba segura de si se estaba enganando a si misma y obligandose a pensar que podia haberse casado con el; el pensarlo ahora, dadas las circunstancias, no planteaba problema alguno, ya que estaba muerto. Resultaba dificil entender como ella, que tanta claridad revelaba en cuestiones de estado, tuviese aquella extrana obsesion con el matrimonio. Pienso que quiza la hubiese suavizado de algun modo el permitirse a si misma creer que si el duque de Anjou no hubiera muerto, podria haberse casado con el. Necesitaba ahora a Leicester cerca de si, para que un amante compensara la perdida de otro.
A la muerte del duque de Anjou siguio la del principe de Orange, esperanza de los Paises Bajos, asesinado por un fanatico incitado por los jesuitas. Hubo mucho sentimiento en todo el pais, y la Reina estaba constantemente reunida con sus ministros, lo que significaba que yo apenas veia a mi marido.
Cuando me hizo una breve visita, me dijo que la Reina no solo estaba preocupada por lo que ocurria en los Paises Bajos, sino que el exito de los espanoles le hacia temer mucho a Maria, Reina de Escocia. Desde que aquella Reina era prisionera de la nuestra, habia habido alarmas. Se organizaban constantemente conjuras y complots para rescatarla y reinstaurarla en el trono. Robert me dijo que Isabel habia recibido una y otra vez el consejo de librarse de ella, pero que como creia que la realeza era divina, por muchas molestias que le causase Maria de Escocia, aun seguia siendo Reina y ademas Reina coronada. No podia haber duda de su legitimidad y de su derecho a la corona, lo cual la hacia una enemiga aun mas terrible. Isabel explico en una ocasion a Robert que estaba preparada para morir en cualquier momento porque no habia vida mas amenazada que la suya.
La Corte estaba en Nonsuch y yo estaba en Wanstead cuando la salud de mi hijito empeoro bruscamente. Llame a los medicos y la gravedad de sus comentarios me sumio en la mas profunda desesperacion.
Mi hijo pequeno padecia unos ataques que le dejaban muy debil y durante todo aquel ano yo no me habia atrevido a dejarle solo con las doncellas. Mi presencia parecia consolarle mucho y se entristecia tanto cuando yo hacia ademan de irme, que no podia dejarle.
El calor de julio era agobiante y sentada al borde de su lecho pensaba yo en mi amor por su padre (del cual el era fruto) y en lo importante que Robert habia sido en tiempos para mi, dominando mi vida. Habia creido entonces que el afecto que habia entre nosotros duraria siempre, e incluso alli, entonces, sabia que jamas me libraria del todo de el. Si hubiesemos podido vivir juntos sin que la sombra de la Reina se interpusiese entre ambos, creo que la nuestra habria sido la mayor historia de amor de nuestro tiempo. Pero ella estaba alli, desgraciadamente. Habia un trio donde deberia haber habido una pareja. La Reina y Robert, pensaba yo, eran dos personalidades excepcionales; y quiza yo tambien lo fuera. Ninguno prescindiria de su orgullo ni de su ambicion ni de la estimacion que por si mismo sentia, o lo que fuese. Si yo hubiese podido ser la esposa devota y sumisa que podria haber sido Douglass Sheffield, todo habria resultado mas facil. Me habria contentado con permanecer en la sombra y dejar que mi esposo sirviese a la Reina, le brindase la adulacion que ella exigia y aceptase esto como algo necesario para su carrera.
Yo jamas podria hacerlo; y sabia que, tarde o temprano, esto se haria patente.
Y ahora, al estar en peligro nuestro hijo, sentia que cuando muriese (pues eso me temia) el lazo que me ligaba a Robert Dudley se debilitaria.
Envie un mensajero a la Corte a decirle a Robert lo grave que estaba su hijo y el vino de inmediato.
Cuando le recibi en el vestibulo, no pude evitar decir:
—Vaya, has venido. Ha aceptado prescindir de ti.
—Habria venido aunque se hubiese opuesto —contesto—•. Pero esta muy preocupada. ?Como esta el nino?
—Muy enfermo, me temo.
Fuimos a ver a nuestro hijo.
Alli estaba tendido en su lecho, palido y pequeno, entre la magnificencia de que yo le habia rodeado. Nos arrodillamos a su lado y Robert tomo una de sus manos y yo la otra, y le aseguramos que estariamos con el mientras asi lo desease. Esto hizo que sonriera y la presion de aquellos deditos calidos en mi mano me lleno de tal emocion que apenas podia soportarlo.
Murio pacificamente, ante nuestros ojos, y nuestro dolor fue tan intenso que no podiamos mas que abrazarnos y mezclar nuestras lagrimas. No eramos, en aquel momento, los ambiciosos Leicester… eramos solo padres afligidos y desdichados.
Le enterramos en Warwick, en la capilla de Beauchamp, e hicimos levantar una estatua yacente en su tumba con una larga tunica; la lapida le describia como el «noble impecable» y explicaba quien fue, y la fecha de su muerte en Wanstead.
La Reina mando buscar a Robert y declaro que estaba decidida a consolarle. Lloro por el nino fallecido y dijo que el dolor de Robert era tambien suyo. Pero su simpatia no se extendio a la madre del nino. No me hizo llegar ni una palabra suya. Y yo era aun la desterrada.
Fue aquel un ano de desastres, pues no mucho despues de la muerte de mi hijo, aparecio un folleto de lo mas vil y despreciable.
Lo encontre en mi dormitorio de Leicester House, donde alguien debio colocarlo intencionadamente para que yo lo viera. Fui la primera en enterarme, pero al poco tiempo toda la Corte y el pais hablaba de ello.
El blanco era Leicester. ?Como le odiaban! Jamas hubo hombre que despertase tal envidia. Disfrutaba de nuevo del favor de la Reina y parecia que nadie podria desplazarle jamas. El afecto que la Reina sentia por el era tan firme como su corona. Robert parecia el hombre mas rico del pais. Gastaba liberalmente y a menudo tenia problemas de dinero, pero eso solo significaba que habia gastado, de momento, mas de lo que podia permitirse. Estaba siempre junto a la Reina cuando esta tomaba decisiones importantes y, segun algunos, era Rey en todo salvo en el nombre.
Asi que le envidiaban y su odio era un odio ponzonoso.
Examine el librito, titulado «Copia de una carta escrita por un maestro de arte de Cambridge».
En la primera pagina distingui el nombre de mi esposo.