metros, con la cara enrojecida y los ojos celestes; vestido con un delantal de cuero, una mascara de hierro con visera de cristal sobre el pecho y un soldador de acetileno en la mano. Parecia jovial y estaba contento de ver al comisario.
– Como andas, Gringo, pasaba… -dijo Croce-. Hace mucho que no venis a verme.
Luca bajo por un ascensor iluminado desde la planta alta y se acerco, limpiandose las manos y las munecas con un trapo que olia a querosen. A Croce siempre lo emocionaba verlo porque lo recordaba antes de la tragedia que lo habia transformado en un ermitano.
– Nos acomodamos aqui -dijo Luca, y le mostro unos bancos y una mesa, al costado del taller, cerca de una hornalla de gas sobre una garrafa. Puso la pava a calentar y empezo a preparar unos mates…
– Como decia Rene Queneau, el amigo frances de la Peugeot,
– Me hace mal el mate -dijo Croce-, me jode el estomago…
– Que no se diga eso de un gaucho -se divertia Luca-. Tomese un cimarron, comisario…
Croce sostuvo el mate y chupo tranquilo de la bombilla de lata. El agua amarga y caliente era una bendicion.
– Los gauchos no comian asado… -dijo de pronto Croce-. Si no tenian dientes… Te los imaginas, siempre de a caballo, fumando tabaco negro, comiendo galleta, se quedaban enseguida sin dientes y ya no podian masticar la carne… Solo comian lengua de vaca… y a veces ni eso.
– Vivian a mazamorra y a huevo de avestruz, los pobres paisanos…
– Muchos gauchos vegetarianos…
Daban vueltas, haciendo chistes, como siempre que se encontraban, hasta que de a poco la conversacion se encauzo y Luca se fue poniendo serio. Tenia la absoluta conviccion de que iba a tener exito y empezo a hablar de sus proyectos, de las negociaciones con los inversionistas, de la resistencia de los rivales, que querian obligarlo a vender la planta. No explicaba quienes eran los enemigos. Croce debia imaginarlos, le dijo, porque los conocia mejor que el mismo, eran los mismos malandras de siempre. Croce lo dejaba hablar porque lo conocia bien.
– Me gustaria aclarar un asunto -dijo Croce-. Ustedes lo llamaron al hotel. -No parecia una pregunta y el Gringo se puso serio.
– Le pedimos a Rocha que le hablara.
– Aha.
– Nos estaba buscando, decian…
– Pero no hablaron con el…
Como una sombra, aparecio Rocha en la puerta de la galeria. Menudo y muy flaco, timido, con las gafas negras de soldador sobre la frente, fumaba mirando el piso. Era el gran tecnico, el ayudante principal y el hombre de confianza de Luca y el unico que parecia entender sus proyectos.
– Nadie atendio el telefono -dijo Rocha-. Hable primero con la telefonista, me paso con el interno pero en la pieza no me contestaron.
– ?Y a que hora fue?
Rocha se quedo pensativo, con el cigarrillo en los labios.
– No se decirle… la una y media, las dos.
– ?Mas cerca de las dos o de la una y media?
– De la una y media, creo, ya habiamos comido y yo todavia no me habia ido a dormir la siesta.
– Bien -dijo Croce, y miro a Luca-. ?Y vos nunca lo viste?
– No.
– Tu hermana dice…
– ?Cual de las dos? -Lo miro, sonreia. Le hizo un gesto con la mano como quien espanta un bicho y se levanto para calentar el agua del mate.
Luca parecia inquieto, como si empezara a sentir que el comisario le era hostil y sospechaba de el.
– Dicen que Duran estaba en tratos con tu padre.
– No se nada -lo corto Luca-. Mejor se lo preguntan al Viejo…
Siguieron la conversacion un rato mas, pero Luca se habia cerrado y ya casi no hablaba. Despues se disculpo porque tenia que seguir trabajando y le pidio a Rocha que acompanara al comisario. Se acomodo la mascara de hierro en la cara y se alejo caminando a grandes pasos por el pasillo encristalado hacia los sotanos y los talleres.
Croce sabia que esos eran los costos de su profesion. No podia dejar de formular todas las preguntas que podian ayudarlo a resolver el caso pero nadie podia hablar con el sin sentir que estaba siendo acusado. ?Y lo estaba acusando? Siguio a Rocha hasta el estacionamiento y subio al auto con la certeza de que Luca sabia algo que no le habia dicho. Manejo despacio por el playon hacia los portones de salida, pero entonces, inesperadamente, los reflectores de la fabrica se movieron, blancos y brillantes, capturando a Croce y reteniendolo en su fulgor. El comisario se detuvo y la luz se detuvo tambien, encandilandolo. Estuvo quieto en medio de la claridad un momento interminable hasta que los faros se apagaron y el auto de Croce se alejo despacio hacia el camino. En la oscuridad de la noche, con las luces altas alumbrando el campo, Croce se daba cuenta de la aterradora intensidad de la obsesion de Luca. Volvio a ver el gesto de la mano en el aire, como quien se saca un bicho de la cara, una alimana que no se podia ver. Necesitaba plata, ?cuanta plata?
Decidio entrar en el pueblo por la calle principal, pero, antes de llegar a la estacion, se desvio hacia los corrales y estaciono el auto en el callejon que desembocaba en los fondos del hotel. Prendio un cigarro y fumo tratando de calmarse. La noche estaba tranquila, solo se veian encendidos los faroles de la plaza e iluminadas algunas ventanas en la parte alta del hotel.
?Estaria abierta la entrada de servicio? Veia la puerta estrecha, la reja y la escalera que daba al sotano por donde bajaban la mercaderia. Eran casi las doce. Cuando bajo del auto lo reanimo el aire fresco de la noche. El callejon estaba oscuro. Prendio la linterna y fue siguiendo el rastro de la luz hasta llegar a la puerta. Uso la ganzua que llevaba encima desde siempre y la cerradura se abrio con un chasquido.
Bajo por una escalera de hierro hasta el pasillo embaldosado y entro en la galeria; cruzo frente a la centralita telefonica en sombras y encontro la puerta del deposito. Estaba abierta. Se detuvo ante a la mole desordenada de bultos y de objetos abandonados. ?Donde habrian escondido el bolso? Habrian entrado por la ventana guillotina y habrian mirado alrededor buscando donde esconderlo. Croce imagino que el asesino no conocia el lugar, que se movia rapido, que buscaba donde dejar lo que llevaba. ?
El deposito era un subsuelo amplio de casi cincuenta metros de largo, con techos abovedados y piso de baldosas. Habia sillas en un costado, cajas en otro, habia camas, colchones, retratos. ?Habia un orden? Un orden secreto, casual. No debia ver solo el contenido, sino la forma en que se organizaban los objetos. Habia sillones, habia lamparas, habia valijas al fondo. ?Donde podia esconder el bolso alguien que acababa de subir en un montacargas apolillado? Al salir del pozo estaria medio encandilado, urgido por volver a subir -tirando de la