– Si, claro.
Lo observo sin considerar significativa aquella contestacion. Su marido o, mejor dicho, los hombres en general no suelen especular sobre el caracter de sus companeros de trabajo. Las apreciaciones que hacen sobre ellos estan tenidas de sentido practico, desprecian por completo el matiz personal. «Las mujeres queremos saber siempre mas sobre la gente», penso. Como en el pequeno mundo de la colonia las mujeres constituian el elemento pasivo, tenian tiempo para pensar, para perderse en conjeturas sobre las vidas ajenas, para dejarse mecer por la curiosidad. Se sintio mal despues de constatar aquello, y no por primera vez. Habia obtenido una excedencia que le permitia abandonar durante cinco anos su puesto de profesora en la universidad y se habia jurado que nunca, nunca durante aquel tiempo, se haria reproches sobre su inactividad transitoria. Habia meditado bien la decision de acompanar a Ramon hasta Mexico, no fue algo imprevisto o apresurado. Queria vivir esa experiencia, olvidarse temporalmente de sus clases, de las obligaciones cotidianas, de la ciudad mil veces transitada. Pero no era una mujer impulsiva ni con tendencia a idealizar las situaciones que el futuro prometia. Cuando se enfrento a la idea de vivir un tiempo en Mexico nunca penso en despertares frescos oyendo rasgueo de guitarras desde la cama blanca, ni en perfume de nardos en claustros de antiguos conventos espanoles. Y, sin embargo, Mexico habia resultado ser asi. Todo le parecia hermoso, especial, casi magico. La colonia, con sus amplias casas individuales, los recoletos jardines personales, el bello jardin general, lleno de flores y silencio, era casi el lugar ideal para vivir. Siempre que lograras olvidar que, alrededor de aquella especie de campus paradisiaco, se erguia una tapia muy alta, coronada por una alambrada, y varios guardas bien armados vigilaban la puerta de acceso al recinto. En cualquier caso, podian salir, caminar libremente por las zonas colindantes y llegar hasta el cercano San Miguel. Ella se habia propuesto hacerlo todas las mananas, siempre a pie. Visitaba el mercado, entraba en alguna iglesia, paseaba sin rumbo por los barrios centricos de casitas bajas, tomaba una cerveza en la plaza del ayuntamiento… Repetir esa rutina mas o menos variable le causaba un enorme placer. Se mezclaba con la gente, observaba a los indios que bajaban de las montanas para vender… A ella nunca la miraban, por muy distinta que pudiera ser su apariencia de la de los habitantes del lugar. Durante el ano que llevaban alli habia hecho esfuerzos porque una parte de su tiempo fuera autonomo de la vida en la colonia. En la colonia todo era demasiado facil. La familia de cada uno de los tecnicos tenia asignada una chica de servicio que se ocupaba de todo: limpiar, comprar comida, cocinar… Pero ella se obstinaba en realizar pequenos trabajos domesticos por si misma. Sobre todo al principio, no podia soportar que alguien tuviera a su cargo la organizacion cotidiana. Le resultaba violento que, si pretendia prepararse un te a media tarde, en seguida apareciera Clarita y le quitara los enseres de las manos para continuar ella con la labor. Vivian con holgura en Madrid, pero nunca, jamas, se le hubiera ocurrido contratar a una criada fija que, como una sombra, estuviera siempre dispuesta a anticiparse a sus deseos.
A pesar de aquellos meritorios intentos de independencia y reafirmacion personal, aquella manana comprendio que el medio, aquel coto cerrado y feliz, estaba influenciando irremisiblemente su manera de obrar. ?Cuando antes se hubiera permitido a si misma atisbar por la ventana lo que una vecina hacia o dejaba de hacer? Se sentia un poco avergonzada, pero habia algo en Paula que excitaba su curiosidad: el aire ausente y, sin embargo, la fiereza de su expresion… Le habian dicho que era traductora literaria. Imagino que seria una traductora tan rebelde e independiente que traicionaria voluntariamente los textos de los autores sobre los que trabajaba. Se le antojaba que debia de sentir tentaciones de hacerlo, si no de perpetrar grandes alteraciones, si al menos introducir alguna pequena aportacion propia, al menos una frase, una idea. Si hubiera sido profesora de literatura en vez de serlo de quimica, hubiera tenido la excusa perfecta para presentarse ante Paula dispuesta a charlar de temas literarios con ella, pero carecia de una coartada plausible, y para abordarla de modo mas personal, no se veia con animos de prepararle un pastel de bienvenida como habia hecho Susy.
Susy, la pobre, tan joven, tan hermosa, tan encantadora, tan americana en el fondo. Con toda seguridad se aburria alli, incluso mas de lo que habia previsto. Solia poner los ojos en blanco ante todo lo que fuera tipico, autenticamente mexicano, como ella decia. Pero los motivos de extasis iban escaseando a medida que transcurrian los meses. En realidad, a todos los habitantes de la colonia les sucedia lo mismo, con matices de intensidad. Por eso la llegada de Paula y Santiago habia despertado expectativas de novedad, alguien en quien reparar, una fuente de conversaciones, de conjeturas, descubrimientos y, a que negarlo, tambien de cotilleo. Sintio un ramalazo de censura hacia si misma. Si continuaba por aquel camino de banalizacion progresiva, pronto se encontraria espiando que ocurria en las casas ajenas, como si toda la colonia fuera un gigantesco
Manuela penso que era una buena idea regar el jardin cuando, desde su terraza, descubrio a Victoria haciendolo. Aunque, considerandolo desde el punto de vista de la utilidad, ?para que serviria? Todas las plantas que habia traido desde Espana se habian marchitado a las pocas semanas de estar alli. Era un clima demasiado seco, el de San Miguel. Adolfo se habia puesto como una fiera al descubrir las macetas entre los trastos de la mudanza. Pasaba que en cada uno de sus traslados ella se empenara en cargar con cosas innecesarias, como una lampara a la que tenia especial carino, o mantelerias de hilo para las celebraciones, pero plantas… «Joder, Manuela… -le habia dicho-, transportar plantas a Mexico es como llevarse saquitos de arena al Sahara!» Pero habia transigido, naturalmente, y hasta se preocupo de que los operarios fueran especialmente cuidadosos al cargarlas y descargarlas. Un altercado sin importancia. Si hubiera tenido que tomarse en serio todos los aparentes enfados de su marido durante los treinta y cinco anos que llevaban casados… pero debia reconocer que Adolfo era un encanto, un encanto que tenia a veces un poco de mal genio, pero un encanto. Claro que ella no le andaba a la zaga. ?No era ella otro encanto para su esposo, no lo trataba como a un rey? ?No habia educado a sus hijos con sabiduria y total dedicacion? ?Y la organizacion de la casa? Pocas mujeres podian afirmar que sus casas familiares funcionaran al unisono como un alegre balneario y como un severo cuartel. Y muy pocas lo hubieran acompanado en una estancia de al menos tres anos en un pais extranjero, tan lejano. Sobre todo con tantas cosas como ella tenia que hacer en Espana. Cuando Adolfo se lo planteo, en un primer momento tuvo la tentacion de decirle que se fuera solo, pero luego lo penso mejor, y se dio cuenta de que, estando ya los hijos emancipados, su autentico lugar estaba junto al esposo. Tambien en San Miguel tenia muchas cosas que hacer: atender las necesidades de su marido, visitar nuevos lugares, echar una mano en las actividades de la colonia, no en balde era la mujer del jefe. Tambien tenia que bregar con Blanca Azucena. ?Como una chica de servicio podia ser tan torpe? Porque no era una verdadera chica de servicio, naturalmente. Ningun oficio se improvisa, por muy humilde que parezca. A aquella joven, morena y apocada, la habian sacado de una casucha miserable para ir a servir a la colonia. ?Tenia diez hermanos! Sus padres habian cometido la inconsciencia de traer once hijos al mundo cuando apenas si tenian para darles de comer. Ella habia ido ensenando a la chica poco a poco, con paciencia infinita. Ahora hacia el trabajo mejor, pero solo un poco mejor. Cuando la presa estuviera acabada, los tecnicos regresaran a sus paises de origen y la colonia se deshiciera, Blanca Azucena habria aprendido como limpiar y organizar una casa, y como comportarse tambien. Lo malo entonces seria encontrarle un puesto de trabajo. Las familias ricas de San Miguel ya tenian mucho servicio. Hablaria con el consul de Oaxaca, o con Enriqueta, la mujer del consul. Un salario fijo en la familia de aquella pobre significaba mucho, con todos aquellos hermanos y un padre que cogia mas de una borrachera de mezcal. Hablaria con el consul para recomendarla, lo haria, si. Finalmente sentia una obligacion hacia los habitantes de aquel pais, aunque ellos mismos fueran incapaces de salir de la miseria por sus medios. Saco su voluminosa agenda de mesa y lo apunto: «Recomendar a Blanca Azucena», aunque probablemente aun era pronto para dirigirse al consul, o no; si empezaba ahora a darle la lata con ese tema, tenia cierta probabilidad de que le hiciera caso dos anos despues.
Volvio a mirar por la ventana. Victoria se afanaba con sus flores. Al menos era una mujer amable que no tenia inconveniente en dejarse ver, no como aquella nueva habitante de la colonia, tan esquiva y antipatica. Claro que era pronto para juzgarla, podia tratarse de un problema de adaptacion, como habia llegado a la colonia cuando los demas ya llevaban tiempo alli, la sensacion de extranamiento debia de ser mayor. Y los cuarenta anos no son una buena edad, ella los recordaba sin ningun agrado. Debia hacer un esfuerzo e ir a visitarla. No podia ser tan insociable como aparentaba. Segun Adolfo, su marido era un excelente profesional, y muy agradable. No habia encontrado ninguna dificultad con el resto de las esposas que vivian alli, todas le parecian encantadoras. Cuestion de suerte, suponia, aunque tambien un poco de buena voluntad. Aquella estancia en Mexico estaba resultando para ella francamente feliz, como una vuelta a sus anos de recien casada. Solo veia a Adolfo los fines de semana, lo cual no dejaba de ser un alivio. Sonrio por haberse permitido semejante maldad.
De pronto recordo que conservaba en el garaje un abono sintetico para plantas que habia comprado en el pueblo. Iria inmediatamente a ofrecerselo a Victoria. La verdad es que, a pesar de lo mucho que se desvelaba por