lo que no? Buenos estamos. Ahora me va a ensenar a mi como la tengo que educar.

– ?Falta te hacia! Eso es. Que entendieras lo que es una muchacha, para que no la tuvieras por ahi, de mesa en mesa, como un mozo de taberna. Falta te hacia enterarte de una vez que una chica es asunto delicado – discutia con su marido a traves del mostrador y le agitaba el gran peine negro delante de la cara -. Parece hasta mentira, Mauricio, que abuses de esa manera con tu hija. Me alegro que se la lleve; en eso le alabo el gusto, ya ves tu.

– Vamos, que ahora ese nos va a meter a todos a senores. Lucio miraba a uno y a otro alternativamente.

– Ni senores ni nada. La chica sale hoy, se ha concluido.

Se metio para adentro a terminarse de peinar. Mauricio miro al otro y se encogio de hombros. Luego miraban hacia la puerta. Dijo Mauricio, suspirando:

– Aqui cada dia nos inventamos algo nuevo.

Callaron. Aquel rectangulo de sol se habia ensanchado levemente; daba el reflejo contra el techo. Zumbaban moscas en la rafaga de polvo y de luz. Lucio cambiaba de postura, dijo:

– Hoy vendra gente al rio.

– Si, mas que el domingo pasado, si cabe. Con el calor que ha hecho esta semana…

– Hoy tiene que venir mucha gente, lo digo yo.

– Es en el campo, y no se para de calor, conque ?que no sera en la Capital?

– De bote en bote se va a poner el rio.

– Tienen que haber tenido lo menos treinta y treinta y cinco a la sombra, ayer y antes de ayer.

– Si, hoy vendran; hoy tiene que venir la mar de gente, a banarse en el rio.

Los almanaques ensenaban sus estridentes colores. El reverbero que venia del suelo, de la mancha de sol, se difundia por la sombra y la volvia brillante e iluminada, como la claridad de las cantinas. Refulgio en los estantes el vidrio vanidoso de las blancas botellas de cazalla y de anis, que ponian en exhibicion sus cuadraditos, como piedras preciosas, sus cuerpos de tortugas transparentes. Macas, muescas, nudos, asperezas, huellas de vasos, se dibujaban en el fregado y refregado mostrador de madera. Mauricio se entretenia en arrancar una amarilla hebra de estropajo, que habia quedado prendida en uno de los clavos. En las rendijas entre tabla y tabla habia jabon y mugre. Las vetas mas resistentes al desgaste sobresalian de la madera, cuya superficie ondulada se quedaba grabada en los antebrazos de Mauricio. Luego el se divertia mirandose el dibujo y se rascaba con fruicion sobre la piel enrojecida. Lucio se andaba en la nariz. Veia, en el cuadro de la puerta, tierra tostada y olivar, y las casas del pueblo a un kilometro; la ruina sobresaliente de la fabrica vieja. Y al otro lado, las tierras onduladas hasta el mismo horizonte, velado de una franja sucia y baja, como de bruma, o polvo y tamo de las eras. De ahi para arriba, el cielo liso, impavido, como un acero de coraza, sin una sola perturbacion.

Aquel hombron cubria toda la puerta con sus hombros.

Habia mirado a un lado y a otro en el momento en que iba a entrar. Se oscurecio el local, mientras cruzaba el quicio.

– ?Donde le dejo esto? Buenos dias. Traia contra un lado del cuello una barra de hielo, liada en arpillera.

– Hola, Demetrio. Pues dejalo aqui de momento; primero hay que partirlo. Ve trayendo las otras, no se las coma el sol.

Mauricio le ayudo a desliar la arpillera. El otro volvio a salir. Mauricio buscaba su martillo por todos los cajones. Entro Demetrio otra vez, con la segunda barra.

– ?Donde dejaste el carro, que no lo hemos oido?

– Pues a la sombra. ?Donde queria que lo dejase?

– Ya. Me extranaba. ?Las cajas las traes tambien?

– Si, dos; la una de cerveza, y de gaseosas la otra; ?no era eso?

– Eso era, si. Vete a por la otra barra, que se va a deshacer. ?Este martillo del demonio! ?Faustina! Aqui te cogen las cosas de los sitios y luego no se molestan en volverlas a poner donde uno las tiene. ?Faustina!

Levanto la cabeza y se la vio delante.

– ?Que quieres? Aqui estoy. Con una vez que me llames ya basta; tampoco soy sorda.

– Ah, ?donde echais el martillo, quisiera yo saber!

– Si es un perro te muerde – senalo a los estantes -. Miralo.

– ?Me lo vais a poner en unos sitios! ?Para que sirven los cajones?

– ?Algo mas?

– ?Nooo!

Ya saliendo, Faustina toco a Lucio en el hombro y senalo a su marido con el pulgar hacia atras; murmuro:

– Ya lo sabes.

Lucio hizo un guino y encogio las espaldas. El carrero deposito la ultima barra de hielo junto a las anteriores.

– No te traigas las cajas todavia. Ayudame a partir el hielo, haz favor.

Demetrio sujetaba la barra, y Mauricio la iba cuarteando a golpes de martillo. Salto hasta Lucio alguna esquirla de hielo; la miro deshacerse rapidamente sobre la manga de su chaqueta, hasta volverse una gotita.

– Enteras entran muy mal y asi me queda el frio mas repartido. Ya puedes traerme las cajas.

Demetrio salio de nuevo. Lucio hablo, senalando a la puerta:

– Buen chico este.

– Un poco blanco, pero bueno. A carta cabal.

– No se parece a su padre. Aquel…

– Suerte que lo dejo huerfano a tiempo.

– Suerte.

– Lo que tiene de grande lo tiene de infeliz.

– Incapaz de nada malo. Un buen muchacho, si senor.

– Y el poco orgullo que tiene, que le dices cualquier cosa y escapado te la hace, como si fuera suya. Otros, a sus anos, se te ponen gallitos y se creen que los quieres avasallar…

La sombra anuncio de nuevo la presencia de Demetrio.

– ?Me quiere usted ayudar, senor Mauricio?

– Trae.

El ventero salio del mostrador y le ayudo a depositar las cajas. Despues los botellines estuvieron sonando un buen rato, como ocas, al ir pasando uno a uno desde sus cajas a la caja de hielo. Mauricio puso el ultimo y le echaba a Demetrio una copita de cazalla.

– A ver si esta tarde te dejas caer un rato por aqui, para echarme una mano.

– Tenia pensamiento de ir al baile esta tarde, senor Mauricio; si puede usted llamar a otro, mejor seria.

– Tras de alguna andas tu, cuando te dejas unos duros por el baile. Dejalo, que le vamos a hacer. Mi hija se va al cine; no se a quien llamaria.

– Pues que lo ayude a usted el senor Lucio, que no hace nunca nada.

– Ya hice bastante cuando era como tu.

– ?Que hizo?, a ver.

– Muchas cosas; mas que tu hice.

– Digame alguna…

– Mas que tu.

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