– La mar.

– No sabes cuanto me alegro.

Tenia el campo el color ardiente de los rastrojos. Un ocre inhospito, sin sombra, bajo el borroso, impalpable sopor de aquella manta de tamo polvoriento. Sucesivas laderas se iban apoyando, ondulantes, las unas con las otras, como lomos y lomos de animales cansados. Oculto, hundido entre los rebanos, discurria el Jarama. Y aun al otro lado, los eriales incultos repetian otra vez aquel mismo color de los rastrojos, como si el caustico sol de verano uniformase, en un solo ocre sucio, todas las variaciones de la tierra.

– ?Quieres fumar? – dijo Lucio.

– Aun no; mas tarde. Gracias.

– Pues yo tampoco lio el primero, entonces, hasta tanto no fumes tu tambien. Cuando mas tarde empiece, mejor para la tos. Ah, y ?van a ir la Faustina o tu hija a San Fernando?

– Dentro de un rato, supongo. ?Por?

– ?No te importa que las encargue una cajetilla?

– Eso ellas. Diselo a ver, cuando salgan. ?No vas a ir tu luego, a la hora de comer?

– No creo. Mi hermano y su mujer pasan el dia en Madrid, con los parientes de ella. A estas horas ya estan en el tren.

– ?Y tu no piensas almorzar, entonces?

– Pues ahi esta. Si tambien se me acercan a recogerme la comida… Alli en la mesa de la cocina me lo debe tener la cunada, todo ya preparado. Asi, pues me evitarian tener que ir.

– ?Y luego que mas, senor marques? ?No ves que van a venir cargadas, para encima tener que ponerte a ti la merienda a domicilio?

– Ah, pues dejalo, entonces, mira. Si me entra gana, me acerco. Y si no a la noche, es lo mismo.

Termino de pasar el mercancias y aparecio todo el grupo de bicicletas, al otro lado del paso nivel. Paulina, al verlos, se puso a gritarles, agitando la mano:

– ?Miguel!, ?Alicia!, ?que estamos aqui!

– ?Hola, ninos! – contestaban de la otra parte -. ?Nos habeis esperado mucho rato?

Ya las barras del paso a nivel se levantaban lentamente. Los ciclistas entraron en la via, con las bicis cogidas del manillar.

– ?Y que bien presumimos de moto! – dijo Miguel, acercandose a Sebas y su novia.

Venian sudorosos. Las chicas traian panuelos de colorines como Paulina, con los picos colgando. Ellos, camisas blancas casi todos. Uno tenia camiseta de rayas horizontales, blanco y azul, como los marineros. Se habia cubierto la cabeza con un panuelo de bolsillo, hecho cuatro nuditos en sus cuatro esquinas. Venia con los pantalones metidos en los calcetines. Otros en cambio traian pinzas de andar en bicicleta. Una alta, la ultima, se hacia toda remilgos por los accidentes del suelo, al pasar las vias, maldiciendo la bici.

– ?Ay hijo, que trasto mas dificil!

Tenia unas gafas azules, historiadas, que levantaban dos puntas hacia los lados, como si prolongasen las cejas, y le hacian un rostro mitico y japones. Ella tambien traia pantalones, y llegando a Paulina le decia:

– Cumpli lo prometido, como ves. Paulina se los miraba:

– Hija, que bien te caen a ti; te vienen que ni pintados. Los mios son una facha al lado tuyo. ?De quien son esos?

– De mi hermano Luis.

– Que bien te estan. Vuelvete, a ver. La otra giro sus caderas, sin soltar la bici, con un movimiento estudiado.

– ?Valias para modelo! – se reia el de la camiseta marinera -. ?Eso son curvas!

– Galanterias luego, que aqui nos coge el tren – le contestaba la chica, saliendo de las vias.

– ?Habeis tenido algun pinchazo? – pregunto Sebastian.

– ?Que va! Fue Mely, que se paraba cada veinte metros, diciendo que no esta para esos trotes, y que nadie la obliga a fatigarse.

– ?Y para que trotes esta Mely?

– Ah, eso…

– Pues lo que es, nadie os mandaba esperarme; yo solita sabia llegar igual.

– Tu sola, con esos pantalones, no irias muy lejos, te lo digo.

– ?Ah no? ?Y por que?

– Pues porque a mas de uno se le iba antojar acompanarte.

– Ay, pues con mucho gusto; con tal de que no fuese como tu…

– Bueno, ?que hacemos aqui al sol? ?Venga ya!

– Aqui dilucidando el porvenir de Mely.

– Pues lo podias dejar para luego, donde haya un poquito sombra.

Ya varios se encaminaban.

– ?Tu no podias haberme encontrado una bici un poco peor?

– Hijo mio, la primera que me dieron. ?Querias quedarte a patita?

– Venga, nosotros nos montamos, que no hay razon para ir a pie.

– Es el cacharro peor que he montado en mi vida; te lo juro, igual que esas de la mili que las pintan de color avellana; que ya es decir.

– ?Que tal vino la comida?

– No sabemos – contesto Sebastian -; en la moto esta todavia. Ahora veremos si hay desperfectos. No creo.

Miguel y otra chica, con las bicis de la mano, acompanaban a los que habian salido a recibirlos; los otros habian vuelto a montar en bicicleta y ya se iban por delante. Paulina dijo:

– Desde luego saltaba todo mucho; las tarteras venian haciendo una musica de mil diablos.

– Con tal de que no se hayan abierto…

– Pues el dueno se acuerda de nosotros, ?no sabes?; me conocio en seguida.

– ?Ah si?

– De ti tambien se acuerda; ha preguntado, ?verdad, Pauli?; «aquel que cantaba», dice.

Los otros iban llegando a la venta. El de la camisa a rayas iba el primero y tomaba el camino a la derecha. Una chica se habia pasado.

– ?Por aqui Luci! – le gritaba-. ?Donde yo estoy! ?Aquello, mira, alli es!

La chica giro la bici y se metio al camino, con los otros.

– ?Donde tiene el jardin?

– Esa tapia de atras, ?no lo ves?, que asoman un poquito los arboles por encima.

Llegaba todo el grupo; se detenian ante la puerta.

– ?Ah; esta bien esto!

– Mely siempre la ultima, ?te fijas? Uno miro la fachada y leia:

– ?Se admiten meriendas!

– ?Y que vasazo de agua me voy a meter ahora mismo! Como una catedral.

– Yo de vino.

– ?A estas horas? ?Temprano! Entraban.

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