carton. Llevaba un guardapolvo amarillo sobre la camiseta de verano, y la camara al hombro, cogida por el tripode.
– Lastima de no habernos traido una maquina de retratar.
– Mira, es verdad. Mi hermano tiene la Boy que se trajo de Marruecos.
– Se te podia haber ocurrido el pedirsela.
– Tambien digo.
– No me acorde. Si es que saco un par de carretes, mucho entusiasmo con ella los primeros diez dias, y luego la ha metido en un cajon y ya ni sabe que la tiene.
– Pues para eso…
– Estos del minuto es tirar el dinero. Te sacan fatal.
– Estos ni hablar, por supuesto. Pero llevarse unas fotitos de los dias asi que se sale de jira, es una cosa que esta bien. Luego al cabo del tiempo gusta verlas; mira fulano la cara tonto que tenia, y te ries un rato…
– Claro que si. Pues todavia no nos hemos sacado una foto en la que salgamos toda la panda, Samuel y Zacarias, inclusive, y los demas – dijo Fernando.
– ?Estos que tienen que ver? Esos no son pandilla con nosotros.
– Bueno. No lo seran para ti. Para mi, si lo son. A Samuel lo conozco siendo chavales.
El fotografo no decia nada; se limitaba a detenerse delante de los grupos, con una mirada interrogativa, senalando con el pulgar al cajon de la camara, detras de su nuca. A veces, si los veia vacilar y no le contestaban en seguida que no, meneando la cabeza, anadia: «Al minuto», como algo ya archisabido; y despues se alejaba encogiendo los hombros, con su caballo, y volviendo a chupar de la pipa que le colgaba de los dientes. A la pipa se le iba el humo por todas partes, como a una vieja locomotora.
– Yo creo que ya podiamos banarnos – decia Sebastian.
– Esperate, hombre, ahora. No seas impaciente. ?Quereis un trago, mejor dicho?
– Venga, es verdad. Trae la botella.
– ?Y el Dani?, ?donde anda?
– ?A que ninguno nos hemos acordado tampoco de traernos un vaso?
– Yo traigo uno de pasta – dijo Alicia-, el de lavarme la boca, ?sabes? Pero lo tengo arriba con la merienda.
– Si no hace falta vaso, ?no ves que nos han puesto una canita en uno de los corchos?
– Alli esta el Dani. Mirarlo.
Merodeaba entre los arboles y los corros de gente. Ahora se habia parado a mirar el partido.
– ?Daniel! ?Dani! – le grito Sebastian.
Se volvia Daniel y levantaba la barbilla, como si preguntase.
– Ya vereis como viene corriendo… ?Mira, Daniel! – agitaba en el aire la botella, para que el otro la viese-. ?Ven aca, hijo, que te repongas!
Daniel titubeaba y al fin se encamino nuevamente hacia el grupo.
– ?No lo veis como acude? – se reia Sebastian -. Si no falla. A este no tienes mas que ensenarle la botella del vino y te obedece como un corderito.
Llego sin decir nada y paso por detras de todo el corro, a ocupar un extremo al lado de Miguel.
– ?Que andabas tu solo por ahi?
– Nada. Dando un garbeo.
– ?Estabas inspeccionando las chavalas? Toma, bebe.
– El pobre, como se viene sin pareja…
– Ni falta.
Empino la botella de vino y se dejo caer en la garganta un chorro largo y profundo. Despues tomaba aliento y se limpiaba la barbilla con la mano.
– A poco te la liquidas, hijo mio. Dame. ?Que tal esta?
– Caliente.
– Pues si llega a estar frio, no se entonces…
– Oye, ?y por que no metemos estas otras en el agua a refrescar?
– Una ocurrencia; se podria.
– Anda, Santitos, que te veamos un detalle, tu que te pilla mas cerca y que no estas haciendo nada de momento.
– Quitate, quitate. A mi alla vea que este caliente. Me sabe igual de bien.
– Estas galbanizado, muchacho. ?Tanto trabajo te cuesta levantarte?
– Mucho; no puedes darte una idea.
– Este nacio cansado.
– No, hijo; no naci cansado; me canse despues. Me canso durante toda la semana, trajinando.
– Pues a ver si te crees que los demas nos la pasamos hurgandonos con la una en el ombligo.
– Lo que sea, Yo por mi parte he venido a descansar. De domingos no trae mas que uno esta semana, y hay que aprovecharse. Asi que anda, pasarme el biberon.
– Bueno, hijo, bueno; pues ire yo – dijo Sebas. Se levanto y se llevaba las otras botellas hacia el rio.
– Ninas, ?vosotras no bebeis?
– Por ahi teniais que haber empezado.
– Perdona, chica.
– Pues no senor; con el vino, primero son los hombres; las mujeres al poso, ?no lo sabeis?
– ?Ah, si? Pues una mala educacion como otra cualquiera.
Apretaba el calor. Carmen jugaba con los brazos en alto, trenzando los dedos. Santos miro hacia el rio; entornaba los ojos, por la fuerza del sol.
– Pues ahora si que ha llegado la hora de banarse – dijo -. Yo por lo menos me voy a desnudar.
– Lleva razon, ?que hacemos aqui vestidos todavia? Aunque no vayamos a meternos en seguida, siempre estaremos mejor en taparrabos, creo yo.
Mely se incorporo y miro a todas partes, estirandose, dijo:
– Samuel y esos sin aparecer.
– Mucho preguntas tu por ellos.
– Anda que no hay poca gente por todo el rio, como para echarles a estos la vista encima.
– Mas valia que se hubiese llevado nada mas dos botellas; esta esta dando lo que se dice las boqueadas.
– Como se marcha, chico. Una cosa de espanto.
– Tambien que somos muchos.
Mely volvio a tenderse. Ya regresaba Sebastian.
– ?Que pasa? ?Ya os habeis liquidado la botella?
– Asi anda.
– ?Tu no traias Bisontes, Mely?
– Si; ahi en la bolsa los tengo. Pasamela.
– Bien – dijo Fernando -; que nos de Mely uno de rubio.
– Lo siento, hijo, pero estos son para nosotras. Vosotros igual fumais de eso