Levanto el otro la cabeza del vaso; miro a Mauricio con las cejas, muy calculadamente. Resoplo:

– Tonterias. Tonterias de pueblo y que le cuestan a uno los disgustos. Pero el tonto soy yo, que le hago caso.

Trago saliva; una pausa; miro hacia el campo y hablaba nuevamente:

– Y todo no es mas que politica. Politica chica, se entiende. De ratones. Pero siempre politica. Los unos por una cosa, otros por otra. Y en una barberia se habla mucho; mas de lo que hace falta. Y como tienes que aguantar que anden diciendo esto y lo otro y lo de mas alla; si no se lo aguantas, se te marchan; si te lo aguantas, te comprometen. Parece que no te vienen mas que a soltar todo lo malo, todos los venenillos y las reservas que se tienen ellas y ellos. Asi que con banarlos y pasarles la navaja, nada mas que por eso, pues ya te ves metido en algun lio. Te pillan de todas todas – gesticulaba hablando; miraba de vez en vez hacia la puerta, sin sosiego; detenia, agolpaba sus palabras -. Conque me viene esta manana el Abelardo, ya saben – los otros asintieron -; bueno, pues ese, y me viene y me dice que hablaban tres o cuatro si me van a formar el boicot, para que ya nunca nadie no venga jamas a arreglarse a mi casa, pues resulta que segun ellos ahora por lo visto es mi casa la que le forma el mal ambiente a muchas personas en el pueblo – clavo la pausa y los miro sin respirar; se rehizo -. Y ya ven ustedes si a mi me va a interesar, desde el punto de vista del negocio, que a nadie se la vaya a formar el ambiente de nocivo… ?Si eso esta silla lo entiende! ?Que querran que uno haga? ?Levantarlos del sillon y echarlos a la calle, a media jeta enjabonada? ?O que? O meterles el pano por la boca…

– No hay peor chisme que los de barberia – dijo Lucio -. Son los que hacen mas dano.

Parecia que hablaba de algun bicho; de un chinche o de un piojo… Y Mauricio insistio:

– Y esta vez, ?que fue ello?

– El Julio este… Pues nada, que Guillermo Sanchez me le tiene en arriendo el almacen y ya no quiere desalojarselo, y este anda con rumores poniendolo en ridiculo y quitandole el credito por todas partes; y el otro dia se me va de la lengua mientras le afeito, el viernes fue, conque lo puso verde, y a todo esto sin darse cuenta de que estaba otro senor, en el sillon de atras, que al parecer es una y carne de Guillermo. Y el tio, claro, la inmediata; al otro con el cuento en seguida. Conque ya se figuran ustedes…

Daniel levanto en el aire la botella y se iba tumbando conforme bebia. Se atraganto a lo ultimo y se incorporaba, congestionado por la tos. Dijo Alicia:

– Te esta muy bien. Por ansioso. Miguel lo palmeaba en las espaldas.

– Deja, Miguel, no te preocupes, ya paso. Se me fue por mal sitio.

– No, si lo que no habia tampoco necesidad, era beber vino ahora – dijo Paulina-. Con que hubieseis bebido en la comida, de sobra ya con eso. Parece que no podeis pasaros sin beber.

Daniel se volvio a ella:

– A Sebastian se lo dices eso, si quieres. A mi me dejas vivir.

– Pues, hijo, yo lo decia por tu bien. Y para que no se nos ague la fiesta. Pero descuida chico, que no vuelvo a decirte ni media palabra. Alla tu.

Sebastian intervino:

– Tampoco te habia dicho la chica ninguna cosa del otro jueves, para que tu vayas y la contestes asi.

– Es que yo no le aguo a nadie la fiesta, Sebastian. Si tengo que aguar alguna fiesta, me la aguare yo solito. Miguel corto riendo:

– Tu no te apures, Daniel – le decia -; que aqui si acaso la unica cosa que tendriamos que aguar es el vino.

Todos rieron.

– ?Pues tambien es verdad! No que no seria eso ningun disparate.

– Eso si que es hablar como el Codigo, Miguel. Ahi, ya ves, has estado.

– Sabe dar la salida como nadie. ?Pico de oro…!

– Ya vienen esos ahi. Tengo ganas de meterme en el agua. Venian ya desnudos, por los arboles.

– Esperaros un poco, que la prueben primero ellos. Cuanto mas tiempo pase, mas se caldea.

– ?No vale! ?Tiene que ser todos juntos! Si no, no tiene gracia.

– Pues claro – dijo Sebas -; eso es lo bueno. Todos a la vez.

– ?Ya estais? – les decia Miguel a los otros, que llegaban en ese momento.

– Si. Pero oye: yo lo que digo es que si nos metemos en el agua, alguien se tiene que quedar aqui con todo esto. No lo podemos dejar solo.

– Nos vendremos un rato cada uno. Ahi no es problema.

– No tengas cuidado – dijo Daniel -. Yo mismo me quedo. No tengo ganas de banarme todavia.

– Venga, pues entonces nosotros a desnudarnos; hala, tu, Sebastian.

Se marcharon Fernando, Sebas y Miguel. Aun crecia el calor y tenian que moverse a menudo, porque el sol traspasaba la entrerrama y se iban corriendo las sombras en el suelo. Alguien dijo:

– ?Y adonde va este rio?, ?sabeis alguno adonde va?

– A la mar, como todos – le contestaba Santos.

– ?Que gracioso! Hasta ahi ya llegamos. Quiero decir que por donde pasa.

– Pues tengo entendido que coge el Henares, ahi por bajo de San Fernando; luego se que va a dar al Tajo, muy lejos ya; por Aranjuez y por Illescas debe ser.

– Di, tu, ?no es este mismo el que viene de Torrelaguna?

– No lo se; creo que si. Se que nace en la sierra. Al otro lado no habia arboles. Veian, desde lo tibio de la sombra, unos pocos arbustos en la misma ribera, y atras el llano ciego, como una piel de liebre, calveandose al sol. El agua corria ya tan solo por los ojos centrales del puente. Habia dejado en seco los dos primeros tajamares, en la parte de alla. La sombra de aquellos arcos cobijaba otros grupos de gente, acampada en la arena, debajo de las bovedas altisimas.

– Pues en guerra creo que hubo muchos muertos en este mismo rio.

– Si, hombre; ahi mas arriba, en Paracuellos del Jarama, alli fue lo mas gordo; pero el frente era toda la linea del rio, hasta el mismo Titulcia.

– ?Titulcia?

– ?No has oido nombrar el pueblo ese? Un tio mio, un hermano de mi madre, cayo en esa ofensiva, justamente en Titulcia, por eso lo se yo. Lo supimos cenando, no se me olvida.

– Pensar que esto era el frente – dijo Mely -, y que hubo tantos muertos.

– Digo. Y nosotros que nos banamos tan tranquilos.

– Como si nada; y a lo mejor donde te metes ha habido ya un cadaver.

Lucita interrumpio:

– Ya vale. Tambien son ganas de andar sacando cosas, ahora.

Volvian los otros tres; Miguel dijo:

– ?Que es lo que hablais?

– Nada; Lucita, que no la gustan las historias de muertos.

– ?Y que muertos son esos?

– Los de cuando la guerra. Que estaba yo diciendoles a estos que aqui tambien hubo unos pocos y entre ellos un tio mio.

– Ya… Bueno, y a todo esto, ?que hora es?

– Las doce menos cinco.

– ?Entonces, que? Vosotras, las mujeres, ya podiais ir pensando tambien en desnudaros. Y tu, Daniel, ?que decides por fin?, ?te quedas aqui al cuidado?

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