El Dani se volvio:

– ?Eh? Si, si; de momento me quedo; me banare luego mas tarde.

Sebastian se habia puesto a dar brincos y hacer cabriolas; ponia contra el suelo las palmas de sus manos e intentaba girar todo el cuerpo, con los pies hacia arriba; dio un grito como Tarzan.

– ?Que hace ese loco? – dijo Carmen.

– Nada; se siente indigena.

– Unos cuantos tornillos le faltan.

Ahora se habia ido rodando y dando brincos hasta el agua y la habia probado con un pie; volvia muy contento.

– ?Chico, como esta el agua!

– ?Que como esta de que?

– De buena. Esta fenomeno.

– ?Caliente?

– Caliente, no; lo justo, lo ideal. No se que haceis vosotras que no estais ya con el traje de bano. ?Venga ya! Yo no puedo esperarme ni cinco minutos siquiera. No aguanto mas.

Empezaron las chicas a moverse; se levantaban con pereza. Sebas corria otra vez; tuvo un lio con un perro, al que habia tropezado. Le acosaba a ladridos. Sebastian retiraba las piernas, como con miedo de que le fuese a hincar los dientes en la carne desnuda. Se reian los otros desde el grupo y Fernando azuzaba: «?Anda con el!» Un senor gordo, con la tripa de Buda, un ombligo profundo y velloso, acudia hacia Sebas, cubriendose la espalda con una toalla de colores al salir de la sombra. Llamo a su perro.

– ?Oro!, ?ven aca, Oro!, ?obedece, Oro!, ?Oro bonito! No se preocupe, no le hace nada. No ha mordido jamas. ?Oro! ?Que te he dicho? ?Estate quieto, Oro…!

Le movia la correa muy cerca, sin quererlo pegar, y el animal acabo cediendo. El hombre sonrio a Sebastian y se alejaba de nuevo hacia su grupo.

– Debia de haberte mordido, eso es. Me hubiera alegrado, fijate.

– ?Por que, mujer?

– Para que aprendas a no hacer el ganso.

– Hija, no creo que eso moleste a nadie. Fue el perrito, ademas, el que empezo.

– A mi es a la que me molesta. Me molesta el que tengas que ser las miradas de toda la gente.

– ?Que tonteria! Anda, anda, vete con ellas, que acabeis cuanto antes, a ver si nos banamos de una vez.

Sebas volvio a sentarse, jadeando, mientras su novia se alejaba hacia las otras chicas. Miguel doblo muy bien sus pantalones y ordenaba sus cosas, al pie de un arbol.

– Tu, Daniel; aqui te queda lo mio todo junto, ?me oyes? El otro volvio la cara con desgana.

– Bueno.

Ahora Santos y Tito ensayaban boxeo entre los arboles. Miguel miraba todo el corro deshecho, la ropa y los zapatos de los otros, sin orden.

– Mira, Sebas, si quieres puedes poner aqui tus cosas, al lado de lo mio.

Le senalaba el sitio, junto al tronco.

– ?Y que mas da?

– Ah, no; por si querias; mejor quedaba ahi… Vamos, a mi me lo parece.

– Es igual, hombre; ahora no tengo ganas de levantarme.

Hizo Miguel un gesto resignado y seguia mirando las cosas dispersas por el suelo; vacilaba. Luego, de pronto, sin decir nada, se puso a recoger los montones de ropa de los otros y a trasladarlos junto al tronco y colocar cosa por cosa, hasta que todo quedo como lo suyo.

– ?No esta mejor asi? Sebastian se volvia distraido.

– ?Eh? Ah, si; de esta manera esta mejor – cambio de tono -. Oye: y Santos, ?que tal anda?

Senalo con la mano hacia los arboles, donde Santos, que estaba con Fernando y con Tito, casi habia ido a caerse, boxeando, encima de las cosas de una familia. «?Me rompen el botijo, ?y luego que?!», les decia la senora.

– ?Que morena estas tu! ? Que has hecho para ponerte tan morena?

Dos de ellas sostenian el albornoz de Santos, como una cortina, mientras las otras se desnudaban detras.

– No te creas, que no he tomado casi el sol.

– Pues hija, se te pega en seguida. Yo, en cambio, para cuando quiera estar morena, ya se marcho el verano.

Las que tenian el albornoz miraban dentro los cuerpos y los trajes de bano de las otras, que iban apareciendo tras los vestidos caidos.

– Esta muy bien, oye; ?y donde lo compraste?

– En Sepu; ?cuanto diras?

– No se, ?doscientas?

– Menos, ciento sesenta y cinco.

– Barato; si hasta parece de lana. Agarra de aqui tu ahora. A mi me va a dar verguenza, porque estoy muy blanquita.

Mely y Paulina estaban ya fuera, con los trajes de bano, y se miraban mutuamente.

– Daros prisa vosotras.

Querian ir todas juntas hacia los chicos. Luci tenia un traje de bano de lana negra. Las otras dos estaban mas morenas y tenian banadores de cretona estampada, todos fruncidos con elasticos. El de Mely era verde. Despues no sabian que hacer y se miraban unas a otras, dubitantes, recogiendo las ropas. Se comparaban entre si con las miradas, reian y alborotaban y se ajustaban los banadores una y otra vez.

– ?Chicas, esperar; no os vayais por delante!

Ya se iban riendo a pequenos gritos y Alicia y Mely se decian algo al oido y las demas querian saber de que se reian asi. Luego Carmen y Luci se venian escondiendo entre las otras y Alicia se dio cuenta y retirandose a un lado cogio a Lucita por un pulso y la echaba adelante. Entonces Luci pego una espantada y se ocultaba detras de un tronco.

– Que boba eres; ven aca.

– ?Que le pasa a Lucita? – preguntaba Fernando.

– La da verguenza porque esta muy blanca.

– ?Que tonteria!

Pero ahora le daba todavia mas verguenza tener que aparecer ella sola a la mirada de todos. Se reia, toda colorada, asomaba la cara tras el chopo.

– Iros, iros vosotras; yo saldre detras. Tito grito de repente:

– ?A por ella!

Fernando, Santos y Sebas arrancaron corriendo tras de Tito y gritando hacia el arbol donde estaba Luci; ella huyo un poco, regateo hacia el agua, pero al fin entre los cuatro la alcanzaron y la derribaron y luego la cogian por las cuatro extremidades, mientras ella gritaba y se debatia. La llevaban al agua. Miguel y las otras chicas lo veian desde la sombra de los arboles. Gritaba Luci:

– ?Soltarme, soltarme! ?No me mojeis de pronto! ?No, noo, socorro…!

No se entendia si reia o si lloraba. Se contentaron con mojarla un poquito y la depositaron en la orilla.

– ?Que brutos sois! ?A poco me dislocais una muneca! Tito volvio a acercarse.

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