– A mediodia vendremos a por eso; no se si comeremos en el rio o a lo mejor aqui arriba; segun se vea.

– Eso ustedes; por lo demas, ya saben que aqui esta bien guardado.

– Hasta mas tarde, entonces.

– Nada; a disfrutar se ha dicho; pasarlo bien.

– Muchas gracias; adios.

Lucio los vio perfilarse uno a uno a contraluz en el umbral y torcer a la izquierda hacia el camino. Luego quedo otra vez vacio el marco de la puerta; era un rectangulo amarillo y cegador. Se alejaron las voces.

– ?La juventud, a divertirse! – dijo Lucio -; estan en la edad. Pero que fina era esta otra de pantalones; esa si que tiene sombra y buen tipo, para saber llevarlos.

Modelaba su forma en el aire, con ambas manos, hacia la puerta iluminada.

– ?Lo ves, hombre, lo ves, como todo es cuestion de quien los lleve? Sacate ya ese cigarrito, anda.

Lucio se busco dificilmente por todos los bolsillos la petaca y el papel de fumar, levantando los hombros para alcanzarlos en alguna parte muy honda, de donde al fin los sacaba. Mauricio lo recogio del mostrador y liando el cigarro decia:

– No conviene fumar desde temprano; cuando mas tiempo te resistes, mas lo agradece la salud.

– ?Y que hora es, a todo esto?

– Hombre; me choca un rato el que tu lo preguntes. ?Y que te importa a ti de la hora, ni te ha importado nunca? Lucio hacia una mueca con todo un lado de la cara:

– ?Ah, si? ?Tanto te extrana? Pues ya lo ves; sera que marcho para viejo.

– Tu no estas viejo. Lo que no te meneas en todo el dia. Estas entumecido de no hacer ejercicio ninguno; lo que tu estas…

– ?Ejercicios? Ni falta. Bastantes tengo hechos…

– ?Pues cuando?

– ?Como que cuando? ?Antes!

– ?Antes de que?

– Antes de aquello. Y alli. Pues si te crees que no haciamos ejercicio. Se figura la gente que alli nada mas estar sentado y aguardar que te traigan la comida. – Mauricio lo miraba atentamente, dejandolo hablar, esperando mas cosas -. Anda que no bregabamos alli; total en la celda, no parabas mas que a la noche. Peor que fuera. Y sin provecho – alzo los ojos del cigarro, hacia la cara de Mauricio -. Bueno, ?que miras?

Volvio Mauricio a lo que habia interrumpido, y terminaba de liar.

– No, nada, que voy a…-se retiro hacia el centro del mostrador -, voy a llenar un par de frascas, que va a venir publico en seguida. ?Justina! ?Justina!

Respondia desde dentro la voz:

– ?Voy, padre! Aparecio en la puerta.

– Digame, ?que queria?

– A tu madre, que si os vais yendo para San Fernando, que luego se hace tarde y me hacen falta las cosas para mediodia. Y mira: el senor Lucio te queria un recado. Tu, dile lo que pasa…

– No, hija; no es mas que si no os sirve de molestia, os acerqueis por el Expres y me traigais un bote picadura. De esos verdes.

– ?Por que no?

– Espera; te doy los cuartos.

– A la vuelta; ?que mas da! – dijo la chica, y se metio hacia el pasillo.

Y aun Lucio le gritaba, volviendose:

– ?Y un librito de Bambu…!

– ?Pues no querias que te trajeran tambien la comida?

– Calla; es lo mismo. No se te ocurra decirlas ni media palabra.

Iban aprisa, con ganas de ver el rio. Cruzaron la carretera y continuaban por un camino perpendicular. Dijo Mely:

– ?Esta lejos?

– Aquellos arboles, ?no ves?

Asomaban enfrente las puntas de las copas. Debia de haber un brusco desnivel, cortado sobre el cauce y la arboleda.

– ?Es grande?

– Ya lo veras.

No llegaron a verlo hasta que no alcanzaban el borde del ribazo. Aparecio de pronto. Casi no parecia que habia rio; el agua era tambien de aquel color, que continuaba de una parte a otra, sin alterarse por el curso, como si aquella misma tierra corriese liquida en el rio.

– Pues vaya un rio… – dijo Mely -. ?Y eso tambien es un rio?

– Sera que esta revuelto – le replicaba Luci.

Se habian detenido a mirarlo en el borde del terraplen, que se levantaba de diez a quince metros sobre el nivel de la ribera.

– Me lleve un chasco, hija mia. Ni rio ni nada. Vaya un desengano.

– ?Pues que querias que fuese? ?El Amazonas?

– ?Nunca habiais visto vosotras el Jarama? – dijo Daniel -. El Jarama es siempre asi, de ese mismo color.

– Pues a mi no me gusta. Parece que esta sucio.

– Eso no es sucio, mujer; es la arcilla que trae. Parece sucio, pero no. Veras que agua tan rica.

– Ah, no la pienso beber. Ni por sonacion.

– Si no es beberia, Mely – se reia Daniel -. Rica para banarse.

Tito les senalaba a la izquierda, hacia aguas arriba:

– Mirar: por alli encima pasa el tren.

Habia un puente de seis grandes ojos de ladrillo, y aun mas atras, el de Viveros, junto a las casas de la General. La arboleda, a los pies del ribazo, era una larga isla en forma de huso, que partia la corriente en dos ramas desiguales. La de aca, muy estrecha y cenida al terraplen, se habia dejado secar por el verano y ahora no corria. De modo que la isla estaba unida a la tierra por este costado y se podia pasar a ella en casi toda su longitud, sin mas que atravesar el breve lecho de limo rojo y resbaladizo. Tan solo a la derecha tenia un poco de agua todavia: un brazo muerto, que separaba de tierra el puntal de la isla, formando una peninsula puntiaguda. Frente al vertice de aquella peninsula, donde se unia el brazo muerto con el otro ramal, el agua estaba remansada en un espacioso embalse, contra el dique de cemento de una acena molinera o regadia. Para bajar a la arboleda, se trocaba el camino en una accidentada escalerilla labrada en la misma tierra del ribazo.

– Vamonos ya, que pica el sol.

Los peldanos estan romos, casi arrasados. Abajo fue una gran risa cuando una de las chicas patino sobre el limo y se quedo sentada en las dos estrias que habian dejado sus talones y se le vieron las piernas. Le supo mal a lo primero, sorprendida de verse asi, pero en seguida levanto la cabeza riendo, al oir que los otros se reian.

– ?Vaya pato, hija mia!, ?que pato soy! – les decia desde el suelo.

La cogio Santos por las manos y tiraba hacia arriba, pero ella no conseguia levantarse, de tanta risa que le daba.

– ?Que pato soy! – repetia feliz.

– ?Te lastimaste?

– ?Que va! Si esta mullido.

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