– Cuidado nina, el escalon.

– Ya, gracias.

– ?Donde dejamos las bicis?

– Ahi fuera de momento; ahora nos lo diran.

– No habia venido nunca a este sitio.

– Pues yo si, varias veces.

– Buenos dias.

– Ole buenos dias.

– Fernando, ayudame, haz el favor, que se me engancha la falda.

– Aqui hace ya mas fresquito.

– Si, se respira por lo menos.

– De su cara si que me acuerdo.

– ?Que tal, como esta usted?

– Pues ya lo ven; esperandolos. Ya me extranaba a mi no verles el pelo este verano.

– ?Me pone usted un vaso de agua, si hace el favor?

– Como no. ?Pues y el alto; el que cantaba? ?No dice que venia tambien?

– Ah, si; pues ahi atras viene andando, con la novia y con los de la moto. Se ve que les gusta el sol.

– Pues no esta hoy para gustarle a nadie. Por cierto, esas botellas de vino son para ustedes.

Estaban alineadas, brillando en el mostrador, las cuatro iguales, de a litro; el vino rojo.

– Las pidieron los otros nada mas llegar.

– Bueno, pues vamos a empezarlas. ?Quien quiere beber, muchachos?

– ?Quieto, loco!

– ?Por que?

– Deja las botellitas para el rio; ahora, si es caso, unos vasos aparte.

– Bueno, pues lo que sea. ?Tu quieres vino, Santos?

– Si me lo dais…

– Yo bebo agua…

– Pues no bebas mucha, que estas encalmado.

– Estos tios no han sacado todavia las meriendas; no se que han estado haciendo en todo este rato.

– Tito, ?quieres un vaso tu?

– De momento prefiero agua. Despues ya hablaremos.

– ?Vosotras, que?, ?agua, vino, gaseosa, orange, coca-cola, la pina tropical?

– Pues pareces tu el que vende; hacias un barman de primera, chico.

– Lo unico que tengo es gaseosa para las jovenes, en no queriendo vino.

– Yo, chicos, me voy a sentar, ?sabeis lo que os digo? Y no bebo nada hasta que no se me pase el sofocon.

– Haces bien. ?Quieres gaseosa, Lucita?

– Gaseosa si.

– Esta mejor que el agua, desde luego, porque la tengo a refrescar – decia Mauricio, agachandose sobre la caja del hielo -; mientras que el agua esta del tiempo.

– Pues sera un caldo, entonces.

– Esta buena – dijo Tito -; quita la sed.

– Estando sofocados – anadio Mely, relajada en su asiento-, no conviene tomar las cosas demas de frias.

Tenia un cuerpo muy largo, caderas anchas, se adivinaban carnes fuertes bajo la tela de los pantalones. Estiraba sobre lo fresco del marmol de la mesa los dos brazos desnudos. Dijo Santos al dueno:

– ?Que le parece si metemos las bicicletas al jardin, como el ano pasado?

– Si, si; cuando gusten.

– Vamos alla, pues; que cada cual coja la suya.

– Ya saben por donde es; aqui, al fondo de este pasillo.

– Si, muchas gracias; ya me acuerdo. Salieron por las bicis y ya llegaban los otros cuatro a la venta. Santos dijo:

– Sebas, podrias sacar los bartulos del sidecar en lo que nosotros vamos metiendo las bicicletas al jardin.

Miguel entraba y se dirigio al dueno con una sonrisa:

– ?Como esta usted? Yo se que ha preguntado.

– Muy bien, muchas gracias; me alegro mucho verlos. Ya le estaba diciendo antes aqui que me extranaba este ano no se diesen ustedes una vuelta.

– Pues ya nos tiene aqui.

Pasaban los otros con las bicis por delante del mostrador y se metian al pasillo, hacia el jardin al fondo. Eran tres tapias de ladrillos viejos, cerradas contra el muro trasero de la casa; habia zonas cubiertas de madreselva y vid americana, que avanzaba por los alambres horizontales. Y tres pequenos arboles; acacias.

– Mira; que curiosito lo tienen – dijo Mely.

Las mesas estaban a lo largo de las tapias, bajo los emparrados; mesitas de tijera, descoloridas, y dos mucho mas grandes, de madera de pino. En torno, sillas plegables o bancos rusticos de medio tronco, fijos al suelo, junto a la pared. En la trasera de la casa, se veia a la mujer en la cocina, por la ventana abierta, y otra ventana simetrica, al otro lado de la puerta del pasillo, donde brillaba el cromado de una cama, y una colcha amarilla.

– Apoyarlas aqui.

Dejaban las bicicletas contra el cajon numerado de un juego de rana; Santos metio los dedos en la boca del bronce.

– Ten cuidado, que muerde.

– Luego jugamos, ?eh?

– A la tarde. A la tarde formamos una buena.

– ?Ya estamos? ?Pues si! Ya nos aburrireis a todas con el hallazgo, ?como no!

– Tambien digo; como se lien a la rana, si que nos ha caido el gordo.

Volvian por el pasillo; quedaba atras el de la camiseta marinera y gritaba:

– ?Mira, tu! ?Mira un momento!

Santos volvio la vista, y lo veia por el marco de la puerta, desde la sombra del pasillo, haciendo la bandera en el tronco delgado de uno de los arboles, en la luz del jardin.

– Vamos, Daniel; no te enredes; ya se que eres un tio atleta.

Vino diciendo:

– Eso tu no lo haces.

Entro tras ellos al local. Habian traido las tarteras; las guardaba Mauricio en algun recoveco del mostrador.

– Podiamos ir bajando – dijo Miguel -. ?Que hora teneis?

– Las diez van a ser – le respondia Santos-. Por mi, cuando querais. – Apuro el vaso de vino.

– Pues venga, vamonos ya. Coger alguno las botellas.

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