– No me lo creo.

– Mira, muchacho, no sabes nada todavia. Te queda mucho que aprender.

– Anda, toma lo tuyo y no te metas con el senor Lucio.

Puso tres duros sobre el mostrador. Los habia sacado del cajon con la mano mojada. Se la seco en el pano. Demetrio recogio los billetes.

– Bueno, otro dia sera. Que te diviertas en el baile. Ya me defendere como sea yo solo.

– Pues voy a dejar el carro, que se me hace tarde. Hasta manana.

– Adios.

Demetrio volvio al sol de fuera. Mauricio dijo:

– No lo vas a obligar. Ya esta haciendo siempre por uno bastante mas de lo que tiene obligacion. Esta se cree que puede uno disponer de quien quiere y cuando quiere. Si a la nina se le antoja ir al cine, el mismo derecho tiene este, hoy que es domingo para todos. No se puede abusar de la gente; y el que se gane una propina no quita que sea un favor lo que me hace con quedarseme aqui todo el santo domingo a despachar.

– Naturalmente. Las mujeres disponen de todo como suyo. Hasta de las personas.

– Si, pero en cambio su hija que no se la miren. ?Ya lo acabas de oir!

– Eso es que son ellas asi; que no hay quien las mude.

– Pues esta tarde yo me voy a ver negro para poder atender.

– Desde luego. Ya veras hoy el publico que afluye. No son las diez todavia, y ya se siente calor.

– ?Es un verano! No hay quien lo resista.

– Pues mejor para ti; a mas calor, mas se te llena el establecimiento.

– Desde luego. Como que no siendo por dias como este, no valia ni casi la pena perder tiempo detras del mostrador. Por mas que ahora ya no es como antes, ca, ni muchisimo menos; va habiendo ya demasiado merendero pegando al rio y la General. Antes estaba yo casi solo. Tu esto no lo has llegado a conocer en sus tiempos mejores.

– Pero lo bueno que tiene es que esta mas aislado.

– No lo creas. No se yo si la gente no prefiere mejor en aquellos, asi sea en mitad del barullo, con tal de tener a mano el rio o la carretera general. Especie el que tenga su coche; por no tenerse que andar este cachito de carretera mala.

– ?Cuando la arreglaran definitivo?

– Nunca.

En el rastrojo se formo un remolino de polvo de las eras, al soplo de un airecillo debil que arrancaba rastrero entre el camino y la tapia; un remolino que bailo un momento, como un embudo gigante, en el marco de la puerta, y se abatio alli mismo, dejando dibujada en el polvo su espiral.

– Se ha levantado aire – dijo Lucio. Entro Justina desde el pasillo:

– Buenos dias, senor Lucio. ?Ya esta usted ahi?

– ?Ya salio el sol! – contestaba mirandola -. Hola, preciosa.

– Padre, que me de usted treinta pesetas.

Mauricio la miro un momento; abrio el cajon y saco las pesetas. Con ellas en la mano, miro a su hija de nuevo; empezaba a decir:

– Mira hija mia; vas a decirle de mi parte a tu…

Del interior de la casa vino una voz. Contestaba Justina:

– ?Voy, madre!

Acudia hacia adentro, dejando al padre con la palabra en la boca y las pesetas en la mano. Volvio casi en seguida.

– Que dice que en vez de treinta, que me de usted cincuenta.

De nuevo abrio Mauricio el cajon y anadio cuatro duros a los seis que tenia.

– Gracias, padre. ?Que es lo que me decia hace un momento?

– Nada.

Justina los miro a los dos, hizo con la barbilla y con los ojos un gesto de extraneza, y se volvio a meter.

Un motor retumbo de improviso, acelero un par de veces, y el ruido se detuvo ante la puerta. Se oyeron unas voces bajo el sol:

– Trae que te ayude.

– No, no: yo sola, Sebas.

Mauricio se asomo. De una moto con sidecar se apeaba una chica en pantalones. Reconocio la cara del muchacho. Ambos vinieron hacia el.

– ?Que hay, mozo? ?Otra vez por aqui?

– Mira, Paulina; se acuerda todavia de nosotros. ?Como esta usted?

– ?No me voy a acordar? Bien y vosotros.

– Ya lo ve usted; pues a pasar el dia.

La chica traia unos pantalones de hombre que le venian muy grandes. Se los habia remangado por abajo. En la cabeza, un panuelito azul y rojo, atado como una cinta en torno de las sienes; le caian a un lado los picos.

– A disfrutar del campo, ?no es asi?

– Si senor; a pegarnos un banito.

– En Madrid no habra quien pare estos dias. ?Que tomais?

– No se. ?Tu que tomas, Pauli?

– Yo me desayune antes de salir. No quiero nada.

– Eso no hace; yo tambien desayune – se dirigio a Mauricio -. ?Cafe no tiene?

– Creo que lo hay hecho en la cocina. Voy a mirar. Se metio hacia el pasillo. La chica le sacudia la camisa, a su companero:

– ?Como te has puesto!

– Chica, es una delicia andar en moto; no se nota el calor. Y en cuanto paras, en cambio, te asas. Esos tardan un rato todavia.

– Tenian que haber salido mas temprano. Maurico entro con el puchero:

– Hay cafe. Te lo pongo ahora mismo. ?Habeis venido los dos solos?

Ponia un vaso.

– Huy, no, venimos muchos; es que los otros han salido en bicicleta.

– Ya. Echate tu el azucar que quieras. Esa moto no la traias el verano pasado. ?La compraste?

– No es mia. ?Como quiere? Es del garaje donde yo trabajo. Mi jefe nos la deja llevar algun domingo.

– Asi que no poneis mas que la gasolina.

– Eso es.

– Vaya; pues ya lo estaba yo diciendo: aquellos del ano pasado no han vuelto este verano por aqui. ?Venis los mismos?

– Algunos, si senor. A otros no los conoce. Once somos, ?no, tu?

– Once en total – confirmaba la chica a Mauricio -. Y veniamos doce, ?sabe usted?, pero a uno le fallo a ultima hora la pareja. No la dejo venir su madre.

– Ya. ?Y aquel alto, que cantaba tan bien? ?Viene ese?

– Ah, Miguel – dijo Sebas-. Pues si que viene, si. ?Como se acuerda!

– ?Que bien cantaba ese muchacho!

– Y canta. Los hemos adelantado ahi detras, en la autopista Barajas. Cerca de

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