– Pues no lo dudo que lo hara usted a base bien. A ver si tengo el gusto de escucharle algun ratillo. Saborearemos lo fino verdad.

Mauricio se impaciento:

– ?Pero sueltale ya la mano, calamidad! ?Pues si que no se suda ya bastante de por suyo, en el dia que tenemos, como para andarse encima cogiendose las manos!

Carmelo obedecia.

– Dejelo usted – dijo Miguel -; es muy amable por su parte…

– No, hombre; si es que en cuanto que tiene un par de vasos, se pone asi de pesado con todo aquel que te pilla por banda. Y seguro que lo que anda es detras de que se arranque usted ahora por bulerias, pero asi, en frio y sin comerlo ni beberlo. El alguacil protestaba:

– ?Mentira! Demasiado que ya me lo se yo de como tiene que salir el cante. ?Te crees que no lo se? A nadie va a pedirsele que se desenrede ahi a cantar de buenas a primeras. Es necesario estar metidos en ambiente y que la cosa se vaya caldeando poco a poco, ?verdad usted?, para que el cante salga fino. ?A que si?

– Venga ya. ?Pero quieres dejarlo ya tranquilo al muchacho, de una vez? ?Que le puede importar de ese rollo que tu le estas metiendo? ?No ves que aburres a la gente?

– ?Que va a pasar, hombre? Tenia yo mucho gusto en poder saludarlo aqui al joven y cambiar impresiones de lo que somos devotos conjuntamente. ?Verdad usted que no ha habido molestia?

– De ninguna manera; todo lo contrario… El carnicero y Chamaris se mondaban de risa.

– ?Ay que Carmelo este! ?Es tronchante, que tio!

Tito dejo de reprimirse las ganas de reir y luego tambien Carmelo se sumaba a las risas generales, con una cara atonita y feliz, como sintiendose halagado de ser el causante de ellas. Tan solo el hombre de los z. b. no se reia. Aparecio en la puerta una nina vestida de rojo; dijo desde el umbral:

– Padre… – y se cortaba de pronto al descubrir la presencia del hombre de los z. b. Mauricio dijo:

– Pasa, bonita. No te estes ahi al sol. La nina recelaba. Insistio el Chamaris:

– Pero, entra, Marita; no seas boba. Nadie te va a comer.

Ahora entro de golpe y cruzo como un rayo y ya estaba abrazada a los pantalones del Chamaris. El Chamaris la besaba en el pelo, y le decia:

– Pero hija, ?que verguencillas son esas que te traes hoy? Con lo desenvuelta que es la nina esta. Di, ?que querias? La nina contestaba por lo bajo:

– Mama, que se venga usted a comer.

– Bueno, pues ahora mismo vamos.

La nina se apretujaba cada vez mas contra la pierna de su padre, volviendoles las espaldas a todos los presentes. Ahora el hombre de los z. b. se acerco y se ponia en cuclillas junto a ella; sonriendo le dijo:

– Si ya lo se que eres tu la de esta manana. No te creas que no te conozco lagartija.

Ella escondia la cara entre las piernas del Chamaris. El hombre de los z. b. le insistia de nuevo:

– Vuelvete, mujer; mira un momento para aca. ?Crees que me enfado yo por eso?

Aparecio media cara de la nina y ya empezaba a sonreirse; se volvia a esconder. El otro continuaba:

– ?No quieres ser mi novia?

Ahora la nina se reia mas y de pronto mostro toda la cara. Le dijo el padre:

– ?Que secretos te traes tu con el barbero?

– Cosas nuestras – decia el hombre de los z. b. -; ?verdad que si, bonita? ?Como te llamas?

– Mari.

El Chamaris apuraba el vaso; dijo:

– Alguna picardia os traeis entre los dos. Vamonos, hija, para casa.

– Tiene usted una chiquilla muy salada. – le decia, levantandose, el hombre de los z. b. -. Bueno, Mari, preciosa, que nos veamos. Ya sabes.

– Anda, hija mia, por lo menos contestale al barbero, ya que sois tan amigos.

– Adios, senor barbero.

– ?No me das un besito?

Inclinaba la cara hacia la nina, y ella lo beso maquinalmente, rozandole apenas.

– Asi. Hasta la vista, guapa.

– Taluego, senores. ?Toma, Azufre…! El perro se levanto de un salto y salio por la puerta, delante de los suyos.

– Hasta la tarde.

El hombre de los z. b. comentaba:

– Tiene una chica muy crecidita, para ser el tan joven. ?Que anos podra tener la nina esta?

– Pues seis o siete debe tener. Miguel dijo a Mauricio:

– Oiga: ?y usted no podria dejarnos una jarra y unos cachos de hielo, para poner una sangria?

– De hielo no crean ustedes que ando muy bien. Lo tengo que durar hasta la noche. Ya veremos a ver. La jarra si. ?Faustina! Tambien llevaran gaseosa, en ese caso.

– Si. Y un limon – dijo Tito -, a ser posible.

– Un limon me parece que si. Entro Faustina.

– ?Que?

– Mira a ver una jarra por ahi, para estos jovenes. Y un limon.

La mujer asintio con la cabeza y se volvio a meter.

– Eso esta bien pensado – dijo Lucio -; una buena sangria se agradece, con estos calores. Y yo que ustedes, ?saben lo que le echaba? Pues tres o cuatro cepitas de ginebra. Asi el alcol que se pierde al ponerle gaseosa, se recobra, es decir, se compensa con el alcol de la ginebra, ?eh? ?Que les parece la receta?

– Esta bien; pero es que eso es mucha mezcla ya, y despues a las chicas se les sube a la cabeza por menos de nada.

– Ah, bueno, en ese caso… Si ustedes quieren tener consideraciones con las faldas, ahi ya no entro yo. Pero le advierto que en mis tiempos no andabamos con esos respetos; se hacia lo que se podia. Se conoce que ahora…

Entro Faustina; dejo la jarra sobre el mostrador. Ya volvia a meterse de nuevo y se detuvo en la puerta, dirigiendose a Tito, y senalaba la jarra con el indice:

– Y no me la rompan ustedes. ?Eh? Que es la unica jarra que tengo. Asi que cuidadito.

– Descuide, senora; mas que si fuera nuestra. Faustina volvio a meterse hacia el pasillo.

– ?Y el limon! – le gritaba Mauricio detras, levantando la cara de la caja del hielo.

Ya sacaba unos cuantos pedazos y los metio en la jarra.

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