– Con este poco tienen que arreglarse. No les puedo dar mas.
– Ya es bastante. Muchisimas gracias.
– ?Que te parece a ti, Miguel?, ?cuantas nos llevariamos? Miguel estaba ocupado en preparar los macutos con las botellas de vino y las tarteras.
– Pues… Que nos ponga ocho, por ejemplo. Yo creo que con ocho habra bastante. Y otra grande de vino. La que tienen abajo debe de estarse ya finiquitando, a estas alturas.
– Ocho, entonces. Faustina entraba; dijo:
– El limon.
Lo puso junto a la jarra, con un toque rotundo, y salio. Miguel y Tito aparejaban los cachivaches. El carnicero comentaba:
– Pues se han venido ustedes unos cuantos.
– Once venimos en total – se dirigio a Mauricio -. Oiga, pongales usted aqui unos vasitos por nuestra cuenta, haga el favor.
– Se le agradece, joven.
– De nada, figurese usted.
– Pues mala cosa es esa de ser impares, viniendo de jira – dijo Lucio -. Hay siempre uno que es el que esta de mas.
– No se preocupe; el que venia de mas ya se cogio la tranca por su cuenta y se durmio como un pedrusco. Ni se bano siquiera – dijo Miguel.
Tito le pregunto:
– Oye, es verdad; y la tartera del Dani, ?que hacemos con ella?, ?la bajamos por fin?
– Naturalmente. ?Como querias que le hiciesemos una guarrada semejante?
– Pues el nos la hizo a nosotros el primero.
– ?Y te vas a tomar el desquite por esa tonteria?
– No, ?que va! Yo no tengo ningun interes. Vosotros lo dijisteis. Si es por mi, se la bajamos, desde luego, y no hay mas que hablar.
Miguel habia terminado y saludaba:
– Bueno, pues hasta luego, entonces.
– Vaya; que sigan ustedes pasandolo bien.
– Adios, jovenes. Tengan cuidado ahi, no tropezar, que van ustedes muy cargados.
Salieron ambos, con los macutos colgados de los hombros y del cuello. Miguel llevaba tres botellas en las manos y Tito la otra botella y la jarra azul que Faustina les habia dejado. El carnicero pregunto:
– ?Que hora va siendo?
– La de comer. Las dos y media ya pasadas. El alguacil habia vuelto a quitarse la gorra y se rascaba la cabeza. El carnicero le dijo:
– ?Te pica?
– De puro talento, le pica – comentaba Mauricio. El carnicero bostezaba y se asomo al umbral; se oia la musica lejana; dijo:
– Desde aqui mismo se oye la que hay formada en el rio.
– Tiene que haber mucho publico, si.
– Antes eramos los de los pueblos – decia el hombre de los z. b. – los que ibamos a pasarnos las fiestas a las capitales. Ahora, en cambio, son los de las capitales los que se vienen al campo.
– Ninguno esta conforme con lo que tiene – dijo Lucio -. Siempre se echa de menos lo contrario.
– Si, lo que es – replicaba Carmelo -; como estuviera yo en los Madriles, escapado iba a echar yo de menos todo esto de aqui. Mejor campando por tus respetos en un Madrid, aunque sea no siendo uno nadie, que alcalde en Torrejon, con toda la importancia de ese pueblo. Si ya lo dice la gente: «De Madrid al cielo», ahi esta; con eso ya queda dicho.
El carnicero se volvio, sonriendo, hacia el.
– Bueno, ?y tu que harias en un Madrid?, vamos a ver. Cuentanoslo.
– ?Yo…? ?Que que haria…? – se le encendia la cara -. ?Que es lo que haria yo en Madrid? – chasqueo con la lengua, como el que va a empezar a relatar alguna cosa alucinante-. Pues, lo primero… Me iba a un sastre. A que me hiciese un traje pero bien. Por todo lo alto. Un terno de quinientas pesetas…
Se pasaba las manos por la raida chaquetilla, como si la transfigurase. Mauricio le interrumpio:
– ?De quinientas pesetas? ?Pero tu que te crees que te cuestan los trajes a la medida en Madrid? Con quinientas pesetas ni el chaleco, hijo mio.
– Pues las que hiciesen falta – dijo el otro -. Quien dice quinientas, dice setecientas…
– Bueno, hombre, sigue. Pongamos que con setecientas te alcanzaba para ponerte siquiera medio decente. ?Luego que hacias?, a ver. Continua.
– Pues luego, me salia yo a la calle, con mi trajecito encima, bien maqueado, panuelo de seda aqui, en el bolsillo este de arriba, ?eh?, mi corbata, un reloj de pulsera de estos cronometricos, y me iba a darme un paseo por la Gran Via. Poquito; ida y vuelta nada mas, y descansado, para sentarme a renglon seguido en la terraza de un cafe, ?como se llama ese?, Zahara, en la terraza del Zahara. Alli ya, bien repantigado, daba unas palmaditas – hizo el gesto de darlas -; y en esto, el camarero: un doble de cerveza asi de alto con… con una buena racion de patatas fritas, eso es. Ah, y el limpia. Que me mandase en seguida al limpiabotas para sacarme brillo a los zapatos…
El hombre de los z. b. se miro a los empeines. Lucio dijo:
– ?Ay, amigo!, eso ya lo sabia yo, fijese. Lo estaba viendo venir.
– ?El que?
– Que lo primero que iba a llamar es al limpiabotas. Estaba seguro.
– ?Y usted por que estaba seguro de eso?
– Pues porque si. No podia fallar. ?No ve que tengo ya muchos anos? No falla; es lo primero que se les ocurre a todos los que hablan de la buena vida: que venga un tio a limpiarles los zapatos.
– Pues a esta cuarta botella ya la podiamos ir metiendo mano.
– ?A palo seco? – replicaba Alicia -. Ahora como sentaba bien es con algun aperitivo.
– Pues mira – dijo Fernando -; en el rio hay cangrejos. Metete a ver si atrapas alguno.
– ?Que gracioso!
Sebastian sugeria:
– ?No andaba por ahi hace un momento el de los cacahueses? Le podiamos coger un par de pesetillas. Con eso ya teniamos tapa.
– No es mala idea. ?Por donde lo habeis visto?
– Paso hace un rato para abajo. Un tio con chaqueta blanca y con un gorro de papel de periodico, como el de Pipo y Pipa.
– Mirar a ver si lo veis.
– Hija, a ti todo lo que sea comer… – le dijo Mely.
– Si es que es verdad; si es que ya son… ?Mirarlo! ?Alli esta el hombre! ?No es