miraba los dedos pringosos y luego se los chupaba.

– Parece que te relames – dijo Santos.

– ?Como lo sabes! – contesto Sebastian -. Yo ya te dije que salias perdiendo. Que, ?quieres una?

Sacaba una chuleta de la tartera y se la ofrecia. Cogia Santos la chuleta y levantandola en el aire, sujeta por el palo, se la dejaba caer hacia la boca, como el trapo de una banderita. Luci apenas comia. Miraba a unos y a otros y queria ofrecer algo a alguien:

– Yo he traido empanadas. Probarlas; son de pimientos y bonito.

– No me gusta el pimiento – le dijo Paulina.

– ?Tu, Carmen?

Enfrente de ellos estaban Alicia y Mely y Fernando. Alicia habia dejado de comer y se frotaba con un panuelo, mojado en gaseosa, una mancha de grasa que le habia caido en la tela del banador. Luci comia su empanada y la tenia cogida con una servilleta de papel..«ILSA», ponia en la servilleta. Le habia dicho el Dani:

– Estas servilletas se las mangamos a la casa, ?no?

– Alguna ventajilla hay que tener. Traigo muchas. Coge si quieres.

– Gracias. Pues yo, yo paso por alli bastante a menudo y nunca tengo la suerte de pillarte despachando. ?A que horas te toca?

– Por la manana, siempre.

– ?Pero que puesto es? ?No es el que esta de espaldas a la boca del metro?

– El mismo. Alli estoy yo como un clavo a partir de las diez.

– Pues es raro…

Se encogia de hombros.

– ?Ahi va la sangria! ?Quien quiere beber? Surgian los brazos morenos de Mely hacia la jarra, por encima de las cabezas:

– Dame.

Apreso el recipiente, sacudia la melena para atras y se llevaba la sangria a los labios. Un hilo le corrio por la barbilla y le escurria hacia el escote.

– ?Que fresquita! Ali, ?quieres beber?

Paso la jarra de unos brazos a otros. Lucita decia:

– ?Te gusta?

Carmen habia mordido la empanada:

– Mucho.

Luci frecio a Daniel su tartera:

– ?Y tu, Daniel? ?No me quieres probar las empanadas? – dijo.

El hombre de los z. b. decia desde la puerta:

– ?Que raro se hace ver un taxi de Madrid por estas latitudes; un trasto de esos en mitad del campo!

– ?Viene hacia aqui? – dijo Mauricio desde dentro.

– Asi parece.

– Ese es Ocana. Seguro. Me dijo que vendria cualquier domingo.

El coche habia atravesado la carretera y ya venia por el camino de la venta, dejando detras de si una larga y voluminosa columna de polvo. Mauricio se habia salido a la puerta para verlo venir. Se desplazaba lentamente la masa de polvo a deshacerse entre las copas de un olivar.

– ?Cuando piensas cambiar este cangrejo por un cacharro decente? – le gritaba Mauricio en la ventanilla, mientras el otro reculaba para poner el coche a la sombra.

Mauricio lo seguia con ambas manos sobre el reborde del cristal. Ocana se reia sin responder. Echo el freno de mano y contesto:

– Cuando tenga los cuartos que tu tienes.

Mauricio abrio la portezuela y se abrazaron con grandes golpes, al pie del coche.

Salieron una senora gorda y una muchacha y muchos ninos y el hermano de Ocana y su mujer. La gorda le dijo a Mauricio:

– Usted, metiendose con mi marido, como siempre. ?Y Faustina? ?Esta bien? ?Y la chica?

– Todos muy bien. Ustedes ya lo veo. Mauricio puso la mano en alguna de aquellas cabecitas rubias. Luego miro a la joven:

– Vaya. Esta es ya una mujer. Ya pronto empezara a darles disgustos.

– Ya los da – contestaba la gorda -. ?Conoce usted a mi cunado y a su exposa?

Decia exposa, con equis, como si ya no lo fuera.

– Pues mucho gusto. ?Como estan ustedes? Eran flacos los dos. Ocana, el chofer, se limpiaba el sudor con un panuelo. Dijo.

– Aqui teneis a Mauricio; el gran Mauricio. Y la gorda decia:

– Ya lo conocen a usted. Nos han oido hablar cientos de veces. A Felipe no se le cae su nombre de la boca. Antes se olvida de sus hijos que olvidarse de usted. ?Vosotros! ?Hala! ?Que haceis ahi como pasmados? ?Venga, ayudar a papa a sacar los trastos de la maleta!

Se volvio a la muchacha:

– Tu, Felisita, te encargas de las botellas, no me las vayan a romper.

A Mauricio de nuevo:

– ?Son mas adanes!; le tienen declarada la guerra a todo lo que sea loza y cristal. Sacudia la cabeza.

– La edad que tienen…-dijo Mauricio-. Vamos pasando, si ustedes gustan, que pica mucho el sol.

El hombre de los z. b. los veia venir desde la puerta.

– Vaya rio hermoso que tienen ustedes. No se quejaran – seguia diciendo ella.

El hombre de los z. b. le cedio el paso y la miraba el busto de reojo.

– Cuidado el escalon – advertia Mauricio. La mujer saludo brevemente:

– Muy buenas.

El matrimonio entraba detras de ella. El alguacil se retiro del mostrador y se cogia las manos por detras. Mauricio ofrecio unas sillas.

– Y la gente que viene – decia ella sentandose -; cada ano viene mas. Y nosotros, en cambio, vaya facha de rio. Vaya un Manzanares mas ridiculo, que parece una palangana, con ese agua tan marrana que trae, que es la verguenza de un Madrid.

– Pues creo que ahora lo van a poner mejor.

– Ca. Ese rio no lo arregla ni el mismisimo Churchill que lo pusieran de alcalde de Madrid, con todo el talento que le dan en la Prensa a ese senor.

– Todo seria cuestion de perras.

– Como no trasladen Madrid entero… Pues tambien vaya un sitio que fueron a escoger para construir la capital de Espana. Cuando fuera, que yo no lo se, en los tiempos antiguos; alla… – senalaba hacia lejos con la mano -; tenia que ser una gente ignorante. Ya podian haber escogido un rio un poco mas rio. Con tanto sitio hermoso como hay.

Felipe Ocana tenia la cabeza zambullida en el interior del coche. Habia bajado el respaldo del asiento trasero e iba sacando cosas de alli y pasandolas a las manos de los hijos, que se las recogian en la portezuela. A veces no habia ninguna mano preparada y venia su voz desde lo profundo:

– ?Venga! ?No me tengais asi! Al fin saco el cuerpo y dijo:

– Iros llevando las cosas, hala.

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