ahora.

Fernando estaba todavia en el centro del corro, de pie, tenia la lata de sardinas en la mano. Miro hacia Santos y Sebastian, que ya llegaban junto al heladero; dijo:

– ?Y que tal estaria el mantecado, con el aceite este de las sardinas en conserva?

– ?Hijo, que chistes se te ocurren a ti! – protestaba Mely -. La espantas a una el gusto de comer, ?que barbaridad!

Fernando se divertia. Tiro la lata, lejos.

El hombre del mantecado tenia el cilindro de corcho sobre el suelo y fabricaba helados incesantemente, con su pequena maquina ya desniquelada. Andaba un perro husmeando junto a la heladera; habia encontrado una galleta rota. «?Bicho de aqui!» El perro se retiraba dos pasos y volvia a la galleta inmediatamente.

– ?A la cola, a la cola! – decian los chicos. Se apretaban en fila uno tras otro.

– ?Estas en orsay, tu! Yo vine antes.

– ?Ne! ?Pero si hace diez dias que estoy aqui, gusano!

– No acelerarse. Hay para todos – apaciguaba el heladero.

Santos y Sebastian se destacaban, mas altos, en la fila de chavales. Paulina desde el corro se reia:

– ?Chica, que par de zanganos! Sebastian le decia al heladero:

– Si se viene usted alli sera mas facil.

– ?Y como hago?, ?no ven ustedes la parroquia que tengo? No siendo que se quieran quedar para lo ultimo…

– No, entonces despachenos. Ya nos apanaremos.

– ?Cuantos son?

Sebastian se volvia hacia Santos:

– ?Dijo Daniel si queria?

– Pues no lo se.

– Preguntaselo, a ver.

Los de la cola protestaban. «?Venga ya, que se derrite! ?Menos cuento!» Santos grito:

– ?Daniel!

El aludido se incorporo, alli en el corro, y hacia un gesto interrogante.

– ?Que si quieres helado!

Todos los de la cola estaban pendientes de Daniel; hizo senal de que si con la cabeza.

– Venga, que si – dijo uno de los chavales de la cola. El heladero habia puesto ya tres helados, que estaban en las manos de Sebastian.

– Hasta once – le dijo Santos.

Un muchacho moreno levantaba los ojos hacia el y sacudia los dedos, diciendo:

– ?Hala! ?Once!

Luego asomo la cara al pocito de la heladera, como queriendo ver cuanto quedaba. Ya Sebas tenia las manos ocupadas con cinco helados; dijo.

– Yo me voy yendo ya con esto, no se deshaga. Cogeme las perras.

Se senalo con la barbilla a la cintura del banador, donde traia prendidos tres billetes de a duro, y Santos se los cogia. Se estaban peleando dos chavales. Se habian desmandado de la cola y cayeron rodando en el sol. Todos los otros miraban la pelea desde sus puestos. Santos iba cogiendo los helados y se volvia de vez en vez hacia los luchadores. El mas pequeno atenazaba al otro por el labio y el carrillo, clavandole las unas. Voces de estimulo venian de la cola. Se rebozaban en el polvo, haciendose dano, sin una palabra; solo un jadeo entrecortado y sudor. Ambos estaban en taparrabos. «?Hala, macho, que es tuyo!» Ahora uno de ellos tenia la mejilla contra el suelo y el otro lo clavaba alli con los brazos; pero en las piernas tenia el mas chico ventaja, y apresaba al mayor por la cintura. Santos habia pagado y se quedaba mirando la pelea, mientras del corro lo llamaban a voces sus amigos: «?Eh, que se marcha eso!»

– ?Que verguenza! – gritaba una mujer hacia los de la cola -. ?Y los dejan, tan frescos, que se maltraten asi! ?Lo mismo que animales! ?Consentir semejante espectaculo!

Se aproximaba a la pelea y tiraba del brazo de uno, intentando separarlos:

– ?Venga, salvaje, suelta! ?Pelearos asi…! No le hacian caso. El heladero le decia:

– ?Pues dejelos senora! Que se peleen. Eso es sano. Asi crian coraje.

– ?Y usted es igual que ellos! ?Otro animal! El heladero no se enfadaba; seguia fabricando mantecados:

– Animales lo somos todos, senora, como serlo. ?Ahora se entera usted?

Santos anduvo unos metros y se volvia de nuevo a mirar, mientras del corro lo seguian llamando. Los luchadores, rebozados de polvo, tenian los lomos rayados de aranazos y de huellas de dedos. El hombre de los helados sonreia, a las espaldas de la mujer que ya se alejaba.

Santos llego a los suyos.

– ?Vaya una calma, hijo mio! ?Buenos vendran los mantecados!

Bajo sus manos cargadas en el centro del corro.

– ?Te creias que estabas en Fiesta Alegre, o que?

Por los dedos de Santos escurrian amarillas goteras de mantecado liquido. Paulina chupaba su helado y se reia. Los otros libraban a Santos de su carga.

– Se han reducido a la mitad – protestaba Fernando -, ?Si esta toda la galleta amollecida, canalla! Santos dijo:

– Es que estaba la mar de emocionante – lamia el helado -. Se sacudian de lo lindo. Menudo genio que se gasta el pequenajo.

– ?No te lo estoy diciendo? En una cancha se ha creido este que estaba.

Luego de pronto Sebastian se cogia la mandibula, con un gesto doloroso:

– ?La muela…!

Arrojo el mantecado y se retorcia, sin soltarse la boca.

– No hay cosa peor que el helado, para la dentadura – le decia Lucita-. ?Te duele mucho?

Sebas movio la cabeza. Una rafaga de viento insolito levanto en la arboleda polvo y papeles, y les hizo cerrar los ojos a todos y proteger los mantecados entre las manos.

– ?Esto que es? – dijo alguien.

El heladero tapaba de prisa su cilindro de corcho. Medio minuto escaso soplaria aquel aire y ya se le veia alejarse por el llano de enfrente, con su avanzada de polvo rastrero, rebasando los ojos inmoviles del pastor.

– Sera el otono – dijo Fernando.

Todo habia vuelto como antes y el hombre de los helados despachaba otra vez.

– Si, el otono – dijo Mely -. ?Que mas quisieramos! Ojala fuese el otono feten.

Y miro hacia lo alto de los arboles, que habian sonado con el viento. Miguel estaba tendido junto a Alicia y le enredaba en los pies.

– No, no en la planta; me haces cosquillas.

Alguien hablaba con otro a largas voces, de parte a parte del rio. Fernando pregunto:

– ?Que tienes tu con el otono, Mely? ?Por que tienes tanta prisa de que venga?

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