Se tumbo el abogado en un sofa cuan largo era, sin quitarse el abrigo, como habia hecho Delley con su arrugado impermeable la manana en que se encerro en el apartamento. Pero Modesto Ortega ignoraba aun lo que hubiera o no hecho Delley en aquel cuartucho de un edificio de St. Angel Street, en la parte sur de la ciudad, aunque iba a ser por poco tiempo: el era el primer lector de las novelas de su amigo y cabria decir su mejor critico, si no fuese porque jamas le criticaba nada. Las encontraba portentosas, un milagro, como el relampago metiendo su espada entre las nubes.
Encendio el televisor. En aquella habitacion hubiera podido ocurrir cualquier crimen encarnizado y violento, a tenor de los muebles, los cuadros, el sofa y los sillones.
– Paco -le dijo una vez mas su amigo Modesto-: ?No te da dolor de cabeza ese papel de la pared?
Se referia a unas flores del tamano de coliflores que trepaban desde los rodapies hasta el cielo raso, en colores vinaceos.
– Sabes que todo esto es provisional, me lo han alquilado asi -le respondia el novelista-. Cualquier dia hago las maletas y me vuelvo con Dora.
– Llevas diciendo lo mismo hace dos anos.
Modesto miro el televisor, encopetado con una figura de alabastro verde, representando a un chino que porteaba dos pozales pendientes de una cuerda.
– Baja el volumen -le ordeno su amigo desde el despacho.
Hablaban de una sesion de las Cortes. Como era habitual en los ultimos anos, el locutor aseguraba que aquella era una sesion historica. Aparecio un tipo que subia a la tribuna de oradores, mientras otros entraban y salian sin importarles demasiado nada de lo que alli estaba sucediendo.
Se oia el furioso, inagotable y sostenido tecleo de la Underwood.
Modesto reconocio en el tableteo la inspiracion en toda regla, y se imagino la cabeza de Paco Cortes como una rotativa que imprimia a gran velocidad su fecundo pensamiento, dirigido a ordenar el mundo conforme a leyes mas sagradas que las de la justicia. El, como abogado, no creia nada en la justicia. En cambio sentia hacia la vida y sus arcanos un respeto atavico. Por esa razon admiraba a Cortes…
– Paco, no me has dicho todavia como la vas a titular.
– Los negocios sucios del Gobernador, y espera a que termine -oyo que suplicaba su amigo sin dejar de teclear.
– Yo creo que la censura no te va a pasar ese titulo.
– Ya no hay censura, Modesto.
Era abogado y pese a ello a veces se olvidaba de que Franco habia muerto. La costumbre. En los Juzgados las cosas seguian mas o menos como siempre. En algunos, en los que ya habia desaparecido la fotografia del dictador, ni siquiera se habian tomado la molestia de quitar el crucifijo.
Delley no podia cargarse a ninguno de los hombres del senor Austin, siendo como eran policias. Hubiera podido hacerlo porque los lectores sabian a esas alturas que Olson y todos los demas estaban untados de porqueria hasta las barbas, pero no era una buena idea acabar una novela privando a una ciudad como Detroit de un departamento de policia mas o menos respetable. Depuraria la Jefatura, pero tendria que dejar a alguien velando por los probos ciudadanos que pagan sus impuestos. Asi se lo habia dicho siempre su editor, el senor Espeja el viejo, sobrino del senor Espeja el muerto y padre del joven Espeja: «Si quieres hacer novelas en las que salgan policias fascistas, escribe novelas sociales. Las reglas de lo nuestro son mas sencillas: el mundo esta lleno de malos, que son mas que los buenos y mas divertidos, tienen mejores coches, mejores mujeres y mejores higados, pero tambien son mas tontos. Asi que los buenos, despues de haberse dejado patear, insultar y humillar por los malos durante ciento veinte holandesas, a seiscientas pesetas la holandesa, logran matar a la mitad de los malos y dejan la otra mitad en barbecho, porque las novelas tienen que seguir saliendo, ?y de que viviriamos nosotros si desaparecieran todos los malos? ?Lo has entendido, Paco? No me fastidies. Si sacas un policia corrupto tienes que sacar otro que ayuda a las viejecitas a cruzar la calle. ?Me entiendes? Nada de novelas sociales».
Paco Cortes no podia sufrir a su editor, pero llevaba con el diecisiete anos. Habia congeniado mas con Espeja el muerto, pero con Espeja el viejo, no, nada.
La gente tiene una idea muy equivocada de los editores. Acaso les imaginan preocupados por la cultura y los problemas trascendentales, esa clase de hombres sensibles que en cuanto pueden apoyan la cabeza en la mano y les da por ponerse pensativos y melancolicos como los ilustrados, manoseandose la quijada. Espeja, conocido por empleados, suministradores y clientes como Espeja el viejo, para distinguirlo de Espeja el muerto y de Espeja hijo, habia heredado un negociejo pasable que consistia en fabricar libros tecnicos, enciclopedias del hogar, formularios para oposiciones a funcionarios del Estado y novelas rosas, novelas del oeste y novelas policiacas para los kioscos y las librerias de los Ferrocarriles Espanoles. Prebenda esta ultima del Regimen pasado. Y por lo demas nunca estaba melancolico, sino de pesimo humor, convencido de que su empresa vivia cada minuto el ultimo de una heroica historia empezada en 1929 por su tio Espeja el muerto o «mitio-que-en-paz-descanse», como gustaba llamarle.
– ?No eres mas que basura, Olson!
El grito de Paco, que podria referirse tambien a Espeja el viejo, se oyo en toda la casa, y Ortega, que se habia quedado traspuesto, se desperto sobresaltado.
El diputado de las Cortes era otro. Desfilaban con el sonido quitado. Algunos, despues de dejar su voto, en vez de volver a su escano, se salian al pasillo.
Conocia bien aquellas explosiones del genio. Sabia que cuando Paco Cortes gritaba de ese modo estaba a punto de ocurrir algo grande, unico, sublime. Se acerco con sigilo. Encontro al novelista entregado a los momentos mas gloriosos de todo el proceso. Paco Cortes vivia aquellos finales con verdadera excitacion. No podia evitarlo. Comprendia que era absurdo. Pero sucumbia a sus propias tramas. Se ponia nervioso, no aguantaba en la silla cinco minutos seguidos, se levantaba, soltaba una carcajada, encendia un cigarrillo mientras seguia encendido otro en el cenicero, batia palmas, gritaba a sus personajes como si fuesen de carne y hueso, toma, toma, clamaba, enardecido, gritaba, genial, es genial, y volvia a sentarse, escribia otro folio, descolocaba las cosas del escritorio, comia el resto de la tortilla que habia dejado Poirot, se llevaba a los labios por enesima vez el vaso de whisky que llevaba sin whisky hacia lo menos dos horas, lo que estaba a un lado de la mesa lo desplazaba al otro, sus diccionarios, las novelas inglesas en las que de vez en cuando se inspiraba o de las que plagiaba tal o cual episodio, las cambiaba de sitio, a veces las devolvia a las estanterias del pasillo, seguro ya de no necesitarlas mas, y se jaleaba como un nino…
Busco Cortes en el monton de cuartillas una, y escribio en ella, entre dos lineas mecanografiadas, con el boligrafo: «En el apartamento de Dora encontro el sobre con las fotografias que inculpaban al senor Austin…».
En las novelas policiacas todo debia ajustarse, y si no, se hacia que se ajustara. Una novela policiaca es como una contabilidad escrupulosa, y los arqueos deben cuadrar, y para eso el buen novelista policiaco tiene como minimo un par de ases en la manga. Son como los tahures. Eso lo sabe todo el mundo, pensaba Cortes, desde Poe hasta Conan Doyle, pasando por Agatha Christie. Asi que volvio cincuenta holandesas atras, se saco de la manga su propio as y lo deslizo por debajo de la puerta, en forma de sobre con unas fotografias comprometedoras, sin el menor escrupulo.
No eres mas que una basura, Olson repitio en voz alta cortes.
Olson, que vio asomar el sobre, pregunto, apuntando con el arma aquel trozo de papel.
– Que treta es esta, Delley?
Los dialogos solia Cortes soltarlos en voz alta, para hacerse una idea de como sonaban, al mismo tiempo que tecleaba con furia sobre la maquina.
No es mala foto, Olson. Tu has salido bien, pero yo juraria que esa zorra no es tu mujer.
– Delley, ?que pretendes? Eres una rata.
Delley reporto su ira, apretando los dientes, y rugio como si no hubiera oido:
Olson, calmate. Tu mujer sera comprensiva. La chica es una verdadera monada.
Modesto Ortega volvio a tumbarse. Iba para largo
Paco Cortes necesitaria, como minimo, dos holandesas mas. No le gustaba en absoluto esa solucion, porque Espeja el viejo era terminante. Pagaba a seiscientas pesetas la holandesa, hasta las ciento veinte primeras, pero a partir de esa cifra no desembolsaba ni un centimo mas. «Es un problema tuyo solia repetir, yo tendre que gastarme mas papel y no puedo subir el precio de cada ejemplar. Da gracias a que no meto la tijera y podo como habria hecho mi tio que en paz descanse; entonces los editores si tenian lo que teman que tener» Maldijo Cortes a