Bebio mas Sintora. Miraba la gente que iba de un lado a otro y los rostros de quienes estaban sentados con el. La cicatriz, siempre risuena y en movimiento del Textil, los dientes metalicos de Doblas, la mirada y el flequillo negros de Ansaura, el Gitano, y la calma de mi padre. Montoya, con sus eses y sus cunas de telegrama, seguia hablando de toreros y de Stalin, sin que nadie le hiciera caso.
Vio Sintora los ojos del Textil senalando a su espalda, y antes de volverse vio aparecer al teniente Villegas, que llegaba acompanado de la mujer de las cejas corridas, Salome Quesada. Un traje blanco con piedras o cristales brillantes y los ojos oscuros debajo de las cejas largas y lisas. Los labios eran de desprecio, y apenas se abrieron para saludar. Se sento al lado de Villegas, sin que se le notaran los movimientos de los musculos ni el giro de las articulaciones, una marioneta delicada que encendio un cigarrillo muy despacio y que mientras se sacaba de los labios una hebra de tabaco estuvo mirando a Gustavo Sintora, sin verlo.
El teniente Villegas y sus hombres hablaban de un enano que la semana anterior habian perdido al caer desde la torre de una iglesia a la que el enano, borracho, se habia empenado en trepar para hacer equilibrios. Por lo que decian, entendio Sintora que el destacamento se dedicaba a llevar por los frentes y la retaguardia toreros y artistas para amenizar a las tropas y subirles a ellas y a la poblacion civil la moral.
Segun le conto esa noche Montoya a Gustavo Sintora, al principio de la guerra el mago habia hecho desaparecer el caballo del escenario sin que luego lo hubiera podido recuperar de la nada. Las moleculas de mi caballo vagan dispersas por el firmamento y los dias de luna se oye el relincho del polvo galactico y un galope de estrellas, dicen que decia a cada momento el mago.
Se reia Montoya en aquella habitacion estrecha y con literas mientras Ansaura, el Gitano, ya en la cama y con el tajo negro del flequillo desbaratado, miraba al techo moviendo los labios, rezando, solo que en vez de rezos cristianos lo unico que hacia era repetir un nombre, siempre el mismo, cien, doscientas veces cada noche, Amalia, Amalia, Amalia, Monedero. Amalia, Amalia Monedero, Amalia, que era el nombre de su mujer y que el habia empezado a recitar el dia que habia salido de Barcelona. Al verla corriendo entre el publico que despedia el desfile en el que el marchaba, entre las ovaciones y los gritos de la gente, murmuro el soldado, Amalia, Amalia, que nos separan, que no voy a verte mas, Amalia mia, Amalia Monedero. Y, segun le habia confesado en medio de una borrachera a Paco Textil, fue en ese instante cuando penso, Cuantas, cuantas veces voy a decir tu nombre antes de que te vea otra vez, Amalia, Amalia, y empezo a contar las veces que murmuraba el nombre de su mujer, revuelto en no se sabe que cadencia con el apellido, Amalia, 1, Amalia, 2, Amalia Monedero, 3, Amalia mia, 4, Monedero, Amalia, 5. Desde ese momento, alli en Barcelona, Ansaura, el Gitano, tuvo la ilusion de que antes de que pronunciase el nombre de su mujer, Amalia, 6, Amalia, 7, un millon de veces volveria a verla y a besarle los ojos, que, segun aparecian en la foto que por las noches colocaba bajo la almohada, tambien eran negros, como el carmin de los labios, no se sabe si contagiados por los de el o por su propia naturaleza, quiza tambien gitana.
En el desorden de su escritura, en el ir y venir de la memoria en el que todo lo mezcla, Sintora habla de una manana gris, quiza la primera de las que vivio en la Casona, cuando en aquel lugar rodeado de arboles se reunio con los hombres que componian el destacamento, el cabo Sole Vera, Doblas, Enrique Montoya, y Ansaura, el Gitano. El teniente Villegas dio las ordenes del dia. Llegaba el primer calor que anunciaba el verano. El cabo llevaba abierto su chaqueton de cuero, fumaba, y le hizo un gesto a Sintora: -Ven, muchacho -le dijo-. Vamos a trabajar.
Y juntos subieron al camion. Tambien Doblas. En la caja, Ansaura y Montoya. Se despidieron del teniente, que los vio marchar calandose unas gafas oscuras. Se adentraron con ruido de grava y lentitud hacia el interior del jardin y en un camino que rodeaba una fuente de agua estancada se cruzaron con un coche negro y de morro largo que tambien llevaba en la puerta y en el motor pintadas las letras UHP, sono el claxon del coche y por su ventanilla asomo la cara del Textil, su cicatriz con la sonrisa, el bigote de puas y una gorra gastada y en forma de vaina sobre la frente, La leche que mamaste, Sole. La mano quedo flotando en el aire al alejarse. Se perdio el coche hacia la salida del caseron.
– El Textil no es del destacamento -miro mi padre a Sintora.
– Que mas quisiera -hablo por primera vez Doblas, morado, respirando y sin apartar la vista del frente. Tenia voz de sarcofago.
Al fondo de aquel camino flanqueado por dos hileras de arboles muy altos y verdes habia otro edificio, amarillento, destartalado y con algunas ventanas con la tizne negra de un incendio reciente. Detuvo el cabo Sole el