niquelados, unos de oro y otros de metal oscuro. Los faros de los ojos medio apagados y el ralenti del motor subido y a punto de ahogarse, con mala combustion. Probo Sintora el vino, aspero y con posos de tierra o serrin. La Ferrallista estaba dos mesas mas alla, besandose ahora con uno de los enanos que el habia visto en las fotos de la oficina, uno que tenia cara de nino hervido y el cuerpo proporcionado de un hombre menguado, solo con un apunte de joroba delatando su condicion de enano. Lo besaba apasionada la Ferrallista y con su hombro izquierdo rozaba el de un soldado que tenia la cabeza vendada y un ojo cubierto, un hombre joven que miraba impasible con su ojo unico como al otro lado de la mesa el faquir Ramirez, con mucho trabajo, intentaba meterse el mango de una cuchara por la nariz. Dejalo, dejalo, le decia al faquir un enano zambo y con la frente abultada por una prominencia de elefante mal disimulada por un flequillo estropajoso, todo vestido de negro y haciendole al faquir gestos de calma con sus brazos arqueados a la par que otros dos soldados y una mujer gorda miraban con caras de repugnancia la maniobra del hombre famelico. Por la otra punta del salon se oian aplausos y el sonido de una guitarra.

Bebio mas Sintora. Miraba la gente que iba de un lado a otro y los rostros de quienes estaban sentados con el. La cicatriz, siempre risuena y en movimiento del Textil, los dientes metalicos de Doblas, la mirada y el flequillo negros de Ansaura, el Gitano, y la calma de mi padre. Montoya, con sus eses y sus cunas de telegrama, seguia hablando de toreros y de Stalin, sin que nadie le hiciera caso. Me acorde de mi hermana en el bombardeo. No sabia si la guerra era aquello o esto que ahora vivia. La mano tierna de mi hermana y el fuego que venia del mar. Un barco cruzaba la noche por dentro de mi cabeza, bombardeando los recuerdos.

Vio Sintora los ojos del Textil senalando a su espalda, y antes de volverse vio aparecer al teniente Villegas, que llegaba acompanado de la mujer de las cejas corridas, Salome Quesada. Un traje blanco con piedras o cristales brillantes y los ojos oscuros debajo de las cejas largas y lisas. Los labios eran de desprecio, y apenas se abrieron para saludar. Se sento al lado de Villegas, sin que se le notaran los movimientos de los musculos ni el giro de las articulaciones, una marioneta delicada que encendio un cigarrillo muy despacio y que mientras se sacaba de los labios una hebra de tabaco estuvo mirando a Gustavo Sintora, sin verlo.

El teniente Villegas y sus hombres hablaban de un enano que la semana anterior habian perdido al caer desde la torre de una iglesia a la que el enano, borracho, se habia empenado en trepar para hacer equilibrios. Por lo que decian, entendio Sintora que el destacamento se dedicaba a llevar por los frentes y la retaguardia toreros y artistas para amenizar a las tropas y subirles a ellas y a la poblacion civil la moral.

Eran el cabo Sole Vera y el teniente quienes hablaban. Se les notaba la amistad y tambien se notaba que al cabo no le gustaba la cantante Salome Quesada y cuando ella hablo de la actuacion que ese dia habia tenido y de lo mal preparada que habia estado, el cabo la miro todavia con mas desprecio del que ella miraba. Iba a hablar el cabo cuando llegaron a la mesa el novillero del panuelo y el hombre vestido de blanco. El torero levanto el puno y el de blanco se cuadro sin saber cuadrarse, con mucho aparato y burla. Era el mago Rafael Perez Estrada. Un mago que antes de la guerra habia alcanzado fama en los cabarets de Barcelona entrando en los escenarios a lomos de un caballo blanco llamado Ulises al que, despues de sacarle palomas, tambien blancas, de la boca y las orejas, hacia desaparecer, y luego aparecer, nadie sabia como.

Segun le conto esa noche Montoya a Gustavo Sintora, al principio de la guerra el mago habia hecho desaparecer el caballo del escenario sin que luego lo hubiera podido recuperar de la nada. Las moleculas de mi caballo vagan dispersas por el firmamento y los dias de luna se oye el relincho del polvo galactico y un galope de estrellas, dicen que decia a cada momento el mago. Se reia Montoya al contarmelo en la habitacion aquella donde me habia tocado dormir con el y con Ansaura, el Gitano, y decia que la gente de aquel pueblo de mala muerte en el que estaba actuando el mago le habia estudiado con mucha mana el truco de la desaparicion y se habia apropiado del pobre Ulises mientras estaba en el limbo, camuflado detras de unos biombos de tela negra, y que el mago Perez Estrada, por elegancia, se resigno a no desvelar su artificio y a considerar portento de la magia lo que habia sido el robo de una gente hambrienta que a buen seguro antes de que el mago hubiese concluido su funcion ya habria convertido al caballo Ulises en filetes y preparativo de cecina.

Se reia Montoya en aquella habitacion estrecha y con literas mientras Ansaura, el Gitano, ya en la cama y con el tajo negro del flequillo desbaratado, miraba al techo moviendo los labios, rezando, solo que en vez de rezos cristianos lo unico que hacia era repetir un nombre, siempre el mismo, cien, doscientas veces cada noche, Amalia, Amalia, Amalia, Monedero. Amalia, Amalia Monedero, Amalia, que era el nombre de su mujer y que el habia empezado a recitar el dia que habia salido de Barcelona. Al verla corriendo entre el publico que despedia el desfile en el que el marchaba, entre las ovaciones y los gritos de la gente, murmuro el soldado, Amalia, Amalia, que nos separan, que no voy a verte mas, Amalia mia, Amalia Monedero. Y, segun le habia confesado en medio de una borrachera a Paco Textil, fue en ese instante cuando penso, Cuantas, cuantas veces voy a decir tu nombre antes de que te vea otra vez, Amalia, Amalia, y empezo a contar las veces que murmuraba el nombre de su mujer, revuelto en no se sabe que cadencia con el apellido, Amalia, 1, Amalia, 2, Amalia Monedero, 3, Amalia mia, 4, Monedero, Amalia, 5. Desde ese momento, alli en Barcelona, Ansaura, el Gitano, tuvo la ilusion de que antes de que pronunciase el nombre de su mujer, Amalia, 6, Amalia, 7, un millon de veces volveria a verla y a besarle los ojos, que, segun aparecian en la foto que por las noches colocaba bajo la almohada, tambien eran negros, como el carmin de los labios, no se sabe si contagiados por los de el o por su propia naturaleza, quiza tambien gitana.

Amalia, Amalia Monedero, Amalia, no paraba de murmurar aquel hombre mirando al techo. Y mientras el susurraba yo me vi en un espejo borroso que habia en la pared sin saber si era yo el que estaba alli asomado, al otro lado de las aguas movidas del cristal, al otro lado del mundo. Con mucha dificultad me miraba la cara, que yo entonces tenia estrecha y de hambre, el pelo revuelto y corto, castano claro, y unas manchas de barba suave a medio afeitar. Y apenas veia mis propios ojos, cansados y ya no se si del color de los rios en los dias limpios, con sombra de arboles y barro. Mira, mira la cara que tiene el nuevo, oi la voz del Textil, y tambien, en el espejo o en lo hondo de mis ojos, vi su cara, la cicatriz doblandose por la risa. Me tumbe en la litera bajo el rezo de Ansaura, el Gitano, que al rato se mudo en una respiracion ronca, negra quiza. Y en medio del sueno vino de nuevo la guerra, la otra guerra, la cara de una nina, un muerto que aunque estaba muerto lloraba lagrimas, un caballo paso al galope, oi la voz de una mujer y alli estaba la melena con reflejos de fuego, el abrigo color remolacha y aquellos ojos que tenian la luz de un verano al caer la tarde. La mujer subia las escaleras de un subterraneo y por el cielo gris, muy bajo, cruzaba un avion arrojando bombas que no explotaban.

La manana era gris. El cabo Sole Vera, Doblas, Ansaura y un hombre con el pelo muy peinado con oleaje de rizos y hondas hablaban al lado de los camiones. El cabo levanto la vista hasta la ventana en la que yo estaba, me miro y con la barbilla le senalo mi figura al hombre del pelo rizado. Por encima del jardin abandonado, alli donde las nubes eran mas grises, vi el resplandor blanco de un rayo, y no supe si era el inicio de una tormenta o una bomba que caia en el frente y mataba hombres.

En el desorden de su escritura, en el ir y venir de la memoria en el que todo lo mezcla, Sintora habla de una manana gris, quiza la primera de las que vivio en la Casona, cuando en aquel lugar rodeado de arboles se reunio con los hombres que componian el destacamento, el cabo Sole Vera, Doblas, Enrique Montoya, y Ansaura, el Gitano. El teniente Villegas dio las ordenes del dia. Llegaba el primer calor que anunciaba el verano. El cabo llevaba abierto su chaqueton de cuero, fumaba, y le hizo un gesto a Sintora: -Ven, muchacho -le dijo-. Vamos a trabajar.

Y juntos subieron al camion. Tambien Doblas. En la caja, Ansaura y Montoya. Se despidieron del teniente, que los vio marchar calandose unas gafas oscuras. Se adentraron con ruido de grava y lentitud hacia el interior del jardin y en un camino que rodeaba una fuente de agua estancada se cruzaron con un coche negro y de morro largo que tambien llevaba en la puerta y en el motor pintadas las letras UHP, sono el claxon del coche y por su ventanilla asomo la cara del Textil, su cicatriz con la sonrisa, el bigote de puas y una gorra gastada y en forma de vaina sobre la frente, La leche que mamaste, Sole. La mano quedo flotando en el aire al alejarse. Se perdio el coche hacia la salida del caseron.

– El Textil no es del destacamento -miro mi padre a Sintora.

– Que mas quisiera -hablo por primera vez Doblas, morado, respirando y sin apartar la vista del frente. Tenia voz de sarcofago.

Al fondo de aquel camino flanqueado por dos hileras de arboles muy altos y verdes habia otro edificio, amarillento, destartalado y con algunas ventanas con la tizne negra de un incendio reciente. Detuvo el cabo Sole el

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