Y a la miliciana Sarah de Boston, y a la torera Nuria Velarde, y al rapsoda y ventrilocuo Domiciano del Postigo, conocio Gustavo Sintora en sus primeros dias en la Casona. Y una manana, al salir del edificio, en la misma escalinata donde la habia visto el primer dia, se cruzo con Serena Vergara, que entonces llevaba un vestido de flores pequenas y amarillentas, y los labios, y a la luz del dia por la cara se le veian huellas de pecas, restos de fuego derramado de las pupilas, el pelo casi pelirrojo, y fue ella la que le hablo:

– Tu eres.

Sintora penso en Montoya, en los dias que la habia visto de lejos, por los jardines de la Casona. Y ella, soplo del viento sobre las llamas, siguio diciendo, con la duda:

– Tu eres, el nuevo.

Y sonrio, abiertos los labios. Los ojos limpios. Mirandome. Los dos detenidos en la escalinata. Pense en las palabras de Montoya: No existe. Pero en ese momento quien de verdad no existia era Montoya. Corrons.

– Asi, como ahora llevas gafas, no sabia si eras tu.

– Si. Me llamo Gustavo Sintora -si existia, y yo existia, y mi voz era mi voz, y ella me miraba, y sonreia, y el arco suave de las cejas se le hacia mas alto y a los ojos le entraba mas luz.

– Si -dijo ella-. ?Y estas bien?

– Si, senora.

– Senora -abrio todavia mas la sonrisa y siguio andando, volvio a andar y aquel campo de girasoles que habia en su vestido se estremecio y fue como si la tierra se levantara de la tierra y volase, los campos y los arboles y la tierra y el mundo que llevaba en su cuerpo.

Senora, parecio repetir ya dentro del edificio. Y Sintora bajo la escalinata sin saber que la bajaba, empezo a notarse la respiracion. Vio la cara de Corrons y supo que aquel hombre nada tenia que ver con ella, con esa mujer. Volvio a ver su sonrisa pero esta vez, con la imagen de los labios estirados le vino una oleada de negrura. De nuevo oyo las palabras de Montoya refiriendose a el, un perro perdido, alguien que nunca podria significar nada para ella. Y de pronto la sintio lejos, una extrana, igual que las mujeres que veia desde el camion. Y se sintio libre, Sintora, atravesando el jardin abandonado de la Casona. Y penso, No existe.

Pero en el tiempo que siguio a aquella manana, Sintora comprobo que Serena Vergara si existia. Lo comprobo al verla pasar en el comedor, y en el taller, en la nave de la costura, un dia que entro con el enano Visente para recoger el traje de un cantante, al levantar la vista y ver como sus ojos miraban sus ojos, ella ya sin sonreir. Y tambien lo supo una tarde, cuando viajaba en la caja del camion con Ansaura y la vio caminando por la acera, entre los arboles.

El abrigo color remolacha. Lloviznaba. El cabo Sole Vera detuvo el camion y Sintora oyo la voz del cabo llamandola, y ella, Serena, se agarro las solapas del abrigo y corrio hacia el vehiculo, hacia la cabina. Sus miradas se cruzaron cuando paso bajo el camion. Sintora oyo como se abria la puerta y ella subia al vehiculo. Y pegado a la caja estuvo sintiendo la presencia de ella al otro lado de la madera y del metal de la cabina, sabia que estaba alli, que existia y respiraba, que su piel estaba dejando su calor en el asiento del camion y que su cuerpo vibraba al mismo compas que el suyo.

Y fue en esos dias cuando Gustavo Sintora salio a hacer su primer transporte de espectaculos. Salieron los dos camiones del destacamento. En uno iban el cabo Sole Vera y Doblas llevando detras a Sintora, al mago Perez Estrada y a dos musicos, Martinez el trompetista y otro al que le decian Lobo Feroz por lo pacifico que era y porque nada mas que sabia tocar el xilofono y hacer acompanamiento con maracas. Y en el otro camion, que conducia Ansaura, iban en la cabina Salome Quesada con sus cejas corridas que parecia que se las habia pintado el falsificador Sebastian Hidalgo, y el teniente Villegas, y en la caja llevaban a un cantante joven, Arturo Reyes, que habia llegado a la Casona unos dias despues que Sintora y que tenia palidez de muerto, los ojos hundidos y toda la sangre del cuerpo agolpada en el bermellon de los labios. Y con el iban otros dos musicos y Enrique Montoya, que igual que Sintora, hacia de escolta y debia viajar con el fusil montado, solo que Montoya lo llevaba tirado por el suelo del camion, revuelto entre unas mantas, descargado y con las balas metidas en los bolsillos del pantalon.

Mientras estaba en el jardin de la Casona cargando el camion, Sintora estuvo observando la entrada del taller de costura. Pero solo vio a Paco Textil, que detuvo su coche al lado del camion y asomado por la ventanilla, le dijo, La leche que mamaste, Sintora, que envidia, con los artistas, a ver cuando los del destacamento me llevais de espectaculo, yo todo el dia aqui encerrado viendo tricotar, o en casa del Marques, haciendo cuentas como una mona.

Y se fueron los dos camiones, salieron de Madrid y llegaron a un pueblo de casas oscuras que tenia una plaza cuadrada con banderas en los balcones. En medio de la plaza habia un entarimado que parecia un patibulo pero que era un escenario. El escenario en el que, al caer la noche, cuando los balcones y la plaza entera se llenaron de gente, actuaron el mago Perez Estrada, que con cierta desgana saco de los pliegues de su capa varias palomas y de dentro de su boca una cadena de panuelos, todos blancos, los panuelos y las palomas. Saca un pollo al chilindron, mago Perez, Y a mi sacame una prima que tengo en Cuenca y es muy puta, se reia un grupo de milicianos sentados en el suelo de la plaza. Tambien actuaron, primero por separado y luego a duo, los cantantes Arturo Reyes, delgado y con voz de flauta, Maricon, le gritaba la tropa, y Salome Quesada, que imponia el silencio con su voz y su mirada a pesar de que llevaba un vestido, con lentejuelas entre azul y verde, que era casi todo escote y habia empezado tarde su numero, amenazando con suspenderlo por lo indecoroso del camerino, que tenia aranas en el techo y trozos de pared derrumbados por la humedad.

Despues de la actuacion hubo un discurso. Hubo un discurso en el escenario, que lo dio un hombre gordo, y otro frente a el, que lo dio Montoya. Solo que Montoya no gritaba ni hacia gestos de teatro, sino que murmuraba y respondia a cada frase del gordo. No, no quiero ser libre si es contigo y tu me vas a rasionar la libertad y ya me la estas rasionando, mofletudo, metiendome tanta mierda por las orejas. Consiensia de pueblo no tienes tu, tu nada mas que eres un serdo. E imitaba el grunido de los cerdos Enrique Montoya, pero nadie del destacamento lo escuchaba, ni a el ni al hombre de la tarima. Ansaura, el Gitano, movia los labios como si tambien el echara otro discurso, pero seguro que lo que estaba haciendo era contar el nombre de su mujer, repetirlo por 380.000, 420.000 vez quiza. Doblas respiraba, mirandose los pies, los boquetes de las botas. Mi padre, el cabo Sole Vera, fumaba con la vista perdida y el teniente Villegas le susurraba algo, volcado sobre ella, a Salome Quesada, que tenia las cejas mas juntas que nunca y la boca con gesto de repugnancia, mirandose de reojo la voluptuosidad del escote.

Acabado el discurso, los cuatro musicos volvieron a subir al escenario y empezaron a tocar. Desde un balcon tiraron algunos petardos, varias bengalas que parecian mojadas, y alguna gente se puso a bailar. Habia un soldado con muletas que bailaba solo entre las parejas, y ninos que daban vueltas sobre si mismos. El cantante Arturo Reyes, mas palido de cerca por efecto del maquillaje, se aproximo al grupo del destacamento y casi inclinandose, tomo la mano de Salome Quesada y le dijo a Villegas:

– Con su permiso, mi teniente.

– Con el mio, con mi permiso, Arturo -contesto Salome Quesada levantandose, sin mirar a Villegas ni a nadie del destacamento, solo los ojos del cantante escualido.

Mi padre se levanto y senalo a los demas una tabla puesta entre dos toneles que hacia de mostrador. Vamos, dijo. Los invito a vino y a comer unas tripas enrolladas en una cana que sacaban del fuego. Y alli, apoyados en la madera mojada y masticando aquella especie de goma salada, miraban como la gente bailaba y como entre la gente, haciendo aspavientos y dando unas vueltas muy rapidas, bailaban Salome Quesada y Arturo Reyes. Los demas se apartaban para dejarles espacio y muy pronto fueron ellos los unicos que bailaban en mitad de la plaza, mirandose muy fijos a los ojos, viendo en las pupilas del otro el rumbo de sus pasos. Mi padre cogio un vaso y se lo puso frente al pecho al teniente Villegas. Sintora los miraba y quiza ya entonces pensara en escribir lo que luego escribio:

El teniente llevaba la gorra de plato puesta. El bigote le habia adelgazado y era un trazo de lapiz sobre los labios. Miraba a Salome Quesada y al cantante con cara de calavera, los pomulos abultados como dos huevos. El cabo Sole Vera le ofrecio un vaso de vino negro y dijo, con una sonrisa que no era una sonrisa: Cosas de artistas. La musica hacia zigzag. Bebieron, y yo mire al teniente Villegas y a la cantante que bailaba y tambien mire a un soldado que habia empezado a bailar con una mujer joven, mire la mano del soldado en la espalda de la mujer, los dedos en el desierto de la tela, meciendo aquel cuerpo. Y supe que si ella, Serena Vergara, estuviese alli, tambien yo le pondria la mano en la espalda, y el mundo, la guerra y la noche empezarian a girar despacio a nuestro alrededor, y serian ellos los que dejarian de existir. Nunca ella ni yo.

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